“Me gustaría poder compartir mi historia con el mundo. Quiero ser escuchada”. Las palabras de Britney Spears para la jueza Brenda Penny fueron tan simples como elocuentes: “Tengo derecho a usar mi voz. He trabajado desde que tenía 17 años. Ahora no puedo ir a ningún lado a menos que me encuentre con alguien cada semana en una oficina. Realmente creo que esta tutela es abusiva”. Con la voz firme y frágil al mismo tiempo, la megaestrella pop declaró ante la justicia de Los Ángeles en el marco de la causa que la tiene a ella y a su padre como protagonistas.

Desde hace 13 años, Jamie Spears está a cargo de la conservatorship de Britney: una figura que en los Estados Unidos se aplica sobre adultos muy mayores o personas que sufren desórdenes mentales inhabilitantes. Por primera vez en todo este tiempo, Britney Spears declaró a favor de sí misma para pedir que se revise su situación y se suspenda el ejercicio de la tutela por parte de su padre, quien se hizo cargo de ella después de los resonados episodios de 2007, cuando la salud mental de la artista se vio comprometida y, luego de ser internada, fue declarada incompetente para manejar su propia vida. Desde ese momento, la mega estrella pop mundial dejó de estar a cargo no sólo de su patrimonio sino de cualquier otra decisión profesional o personal. La tutela “por su bien” se convirtió rápidamente en una cárcel.

“Quiero poder casarme y tener un bebé. Me dijeron que no podía. Tengo un DIU, pero no me dejan ir al médico para quitarlo porque no quieren que tenga más hijos. Esta tutela me está haciendo mucho más daño que bien”. El testimonio fue sobrecogedor. Una mujer de 39 años encerrada en una mansión y en su cuerpo. Sin poder decidir sobre su salud ni su familia: “Me siento intimidada, excluida y sola. Estoy cansada de sentirme sola. Merezco tener los mismos derechos”, sostuvo durante la declaración, que fue por vía telefónica y duró casi media hora, en la que también contó que durante este tiempo fue medicada con litio contra su voluntad: “Es una droga fuerte. Me sentí borracha, ni siquiera podía tener una conversación con mi mamá o mi papá sobre nada. Me tenían con seis enfermeras diferentes”, relató.

La historia del ascenso y la caída de Britney Spears ya forma parte de la cultura popular. El morbo y el amarillismo se fagocitaron muy rápidamente su éxito artístico y la chica que estaba destinada a suceder a Madonna en el trono del pop rápidamente se volvió objeto de toda la atención de la prensa carroñera. La desgracia siempre vende, y ahí estuvo replicada por mil su imagen rapándose o revoleando un paraguas a los fotógrafos que la perseguían. La máquina de hacer dólares convirtió su celebridad en regodeo de los programas de la tarde. Una vez que la tormenta se controló y no hubo más escándalos para retratar, ya a nadie le importó cómo continuaba el asunto. Hasta que en 2009, a partir de unas declaraciones de la diva en un documental, donde aseguraba que su vida era peor que una cárcel, sus fans comenzaron una campaña que se cristalizó en el hashtag #FreeBritney, que al principio fue recibido más como una reacción conspiranoica que como el planteo de un problema real.

Lo cierto es que en un principio la cantante estuvo de acuerdo con que le asignaran una tutela legal. En 2008 no contaba con la estabilidad emocional y mental como para hacerse cargo del imperio que había creado alrededor de su imagen. Resultaba hasta lógico que al encontrarse en una situación semejante, accediera a que otra persona tomara las riendas de su patrimonio y de las decisiones importantes de su vida. En Framing Britney Spears, el documental producido por el New York Times, dan cuenta de este hecho: Britney no puso objeción a una tutela, pero la cantante pidió expresamente que no se la dieran a su padre. Sin embargo, según las declaraciones de ayer de la artista, desde hace trece años Jamie Spears la ejerce de manera abusiva.

“En California, lo único similar a esto se llama tráfico sexual, hacer que cualquiera trabaje en contra de su voluntad, quitándole todas sus posesiones, la tarjeta de crédito, efectivo, teléfono, pasaporte”, expresó en uno de los tramos más reveladores de su estado de conciencia a propósito de la situación en la que se encuentra. La historia de la mujer a la que tratan de loca para despojarla de todo, hasta de sus decisiones más íntimas. ¿Cuántas veces se vio? La comparecencia de Spears ante la justicia y su narración en primera persona del modo en que vive hace trece años resultó, además de estremecedora, un ejemplo de cómo funciona el mecanismo siniestro al que tantas mujeres son sometidas. La resonancia del caso quizá sirva para visibilizar esas herramientas de la ley que rápidamente se vuelven en contra de quienes dicen proteger: “Le dije al mundo que estoy feliz y que estoy bien, pero es una mentira. Estoy traumatizada. No estoy feliz, no puedo dormir”, suplicó Britney Spears. Ya es tiempo de que alguien la oiga.