“Sea bienvenida al vecindario esa incomparable, graciosísima e irreverente fuerza de la naturaleza que fue mi hermana espacial. Carrie Fisher, tu estrella brillará de aquí a la eternidad”. Así festejaba Mark “Luke Skywalker” Hamill que su melliza ficcional fuera ¡por fin! incluida en el Paseo de la Fama de Hollywood. Años de campaña para que la genial actriz, escritora y guionista recibiera su adoquín, rindieron frutos: tras demasiada dilación, tendrá su lugar en la celebérrima acera, un honor posmortem más que merecido. Y no solo por interpretar a la intrépida y audaz princesa de La guerra de las galaxias, cabe aclarar.

Hija del popular cantor Eddie Fisher y de la actriz Debbie Reynolds, Carrie fue parte de la realeza hollywoodense mucho antes de que Leia estuviese siquiera en una galaxia cercana. “Salí en la tapa de revista Life nomás cumplir los 2 minutos”, decía quien apodase a su colosal hogar de infancia “la embajada”: en la cocina “había ocho heladeras rosadas, en caso de que Blancanieves y los siete enanitos nos pegaran una visita”. Quienes sí se daban una vuelta cada tanto eran Lucille Ball y Jimmy Stewart, íntimos de su mamá.

Debbie Reynolds y Carrie bebé

Fue Cary Grant, de hecho, el que -a pedido de Debbie- le hizo un llamadito para sugerirle a Carrie que aflojara con las drogas cuando el asunto empezó a írsele de las manos. No sirvió de mucho: iniciada de adolescente, consumía cantidades industriales de ácido lisérgico, éxtasis, cocaína, alcohol. Era tal el desmadre que, irónicamente, John Belushi le recomendó que parara el carro. “¿Vieron que dicen que la religión es el opio de las masas? Bueno, yo tomé masivas cantidades de opiáceos religiosamente”, contaba quien desarmaba cualquier tabú con saludables dosis de humor, porque “si la vida no fuese graciosa simplemente sería real, y eso es inaceptable”.

En una de sus internaciones en un centro de rehabilitación, le diagnosticaron bipolaridad: lejos de tapar el trastorno como era costumbre, siempre fue muy vocal sobre el tema, ayudando a disipar el estigma con sus características ironía y sinceridad descarnada. Bromeaba sobre las secuelas que dejó en su memoria a corto plazo la terapia de electroshock (“Siempre veo las películas como si fuera la primera vez, no está tan mal”), instaba a fundar el Día del Orgullo Bipolar…

Con Harrison Ford y Mark Hamill

Los libros, aseguraba, habían sido su primera adicción. Se devoró el Ulises de Joyce con 12 añitos, y como buena fanática de Dorothy Parker, por esa época empezó a escribir constantemente agudas observaciones del día a día, siempre con una mirada sardónica, que era -para ella- una forma de terapia. Le sirvió para lidiar con situaciones difíciles, como el abandono de su papá, que se tomó el buque cuando ella tenía 2 años. Eddie dejó a Debbie por Liz Taylor, que acababa de enviudar; se casaron, duraron un suspiro. Así las cosas, Carrie nunca sintió animosidad contra Elizabeth, y la propia Reynolds limó asperezas con la diva de ojos color violeta. En 2001, de hecho, Taylor y Reynolds la pasaron pipa rodando These Old Broads, telefilm con guión de… Carrie Fisher.

Porque, más allá de actuaciones memorables en films como Hannah y sus Hermanas o Cuando Harry conoció a Sally, Carrie siempre fue chica de letras. Entre sus novelas más sobresalientes, Postales del abismo, sobre una actriz que intenta poner negro sobre blanco tras una sobredosis, más tarde llevada al cine por Mike Nichols; y The Best Awful, sobre una actriz con bipolaridad. “La gente piensa que no tengo imaginación, solo un grabador con una batería inagotable”, protestaba cuando le endilgaban que más que ficción, escribía autobiografías. Más tarde se volcó de lleno a los libros de memorias: los brutalmente honestos e hilarantes Wishful Drinking y Shockaholic (que llevó a escena en one-woman shows), y The Princess Diarist, donde desempolvó anécdotas de la primera época de Star Wars. Aquello sin mentar que fue exitosísima y muy requerida script doctor: revisó y reescribió cantidad de guiones, de cintas tan variopintas como las precuelas de Star Wars, Hook, Arma Mortal 3, Cambio de hábito, Río Salvaje

Leia

Como actriz, había debutado en tele, en el especial Debbie Reynolds and the Sound of Children, de 1969. A los 15 pisó las tablas de Broadway con el musical Irene; y en el ’75 tocó el turno de la pantalla grande con el film Shampoo. Tenía 19 cuando dio a luz a la leyenda: Leia Organa de Alderaan, que ya armaba rebeliones cuando Luke todavía era un pastorcito en pena y Han Solo andaba de trapicheo. La salvan, sí, en Una nueva esperanza, pero luego ella sale al rescate en El imperio contraataca y El regreso del Jedi. Sin entrenamiento formal y sin sable de luz “porque hasta en el espacio hay doble estándar con las mujeres”. Tuvo revancha en la última trilogía, ascendida a líder máxima de la revolución, aunque una horda de geeks la atacara por… crecer. “Dejen de hablar de lo mal que envejeció Leia, lastiman los últimos tres sentimientos que me quedan”, su respuesta en clave -cómo no- mordaz.

Generala Organa

“Qué suerte que haya tenido el ingenio y el descaro de no guardarse nada, de contárnoslo todo, como si se observara a sí misma a tres metros de distancia y, por algún extraño motivo, pensase que merecíamos conocer la más pura verdad”, anotó un conmocionado periodista del New Yorker tras la repentina muerte de la artista, en 2016, recordando cómo la pluma le había permitido exorcizar su relación tumultosa con Paul Simon, o el hecho de que Bryan Lourd la abandonara por un hombre al poco tiempo de nacer su hija Billie.

Para el mundo, la pérdida fue doble: el corazón de una inconsolable Debbie no soportó ni un día el fallecimiento de su hija, y la siguió en menos de 24 horas. Aunque cada tanto Carrie le lanzaba un dardito envenenado, adoraba y admiraba a su vieja a más no poder: “Soy una persona fuerte, no le tengo miedo a nada. Y en gran parte es gracias al ejemplo de mamá”.  

Carrie y Debbie