¿Por qué creemos que podríamos transitar una vida pasando por alto los “tiempos de duelo”? Hablo no solo de los duelos que se realizan a partir del fallecimiento de un ser querido sino también, por ejemplo, de una separación, no solo de pareja también de lo que implica la separación de una posición, de un momento de la vida, etc. ¿No hay en el duelo un dolor implícito referenciado a la mismísima vivencia de existir?

Colette Soler dice que en el duelo existe un afecto de pérdida donde uno se separa de “las adherencias que mantenía con lo que se pierde” y que contrariamente a eso, la satisfacción nos captura, nos sostiene a pesar de las insatisfacciones que ese “escollo” genera.

Lacan entiende que la tristeza no es un estado de ánimo sino una cobardía moral, incluso un pecado (así lo enuncia en “Televisión”). Me resuenan estas palabras “pecado” y “cobardía moral”, pero lo dejo para otro escrito todo el recorrido por el cual podríamos llevar estas palabras pensando en la tradición judeo cristiana.

Podríamos significar a la tristeza como “sentimiento de dolor anímico producido por un suceso desfavorable que suele manifestarse con un estado de ánimo pesimista, la insatisfacción y la tendencia al llanto”. Cuando estamos tristes, el presente, lo actual, pareciera perder sentido, el mundo se pone patas para arriba, todo parece perder color. Los pensamientos en estado de tristeza parecen ser “un recuerdo de un tiempo mejor”, “de algo que no volverá”, haciendo emerger una sensación de encierro en aquel pasado, clausurando con ese enunciado la posibilidad de hacerse preguntas que apuntarían a lo incierto del deseo.

Freud pensó la pulsión de muerte como aquello que nos constituye también como sujetos, nos constituye de manera si se quiere miserable, y si esto se encuentra en nuestros orígenes podríamos llevar una pregunta al extremo: ¿cómo no vivimos siempre tristes? Claro que esto no sucede porque la respuesta que puede dar un sujeto tiene un margen que es electivo, es en ese margen donde se pone tope a la pulsión de muerte. De esta manera es como se puede vivir la existencia, porque ese tope instala la inscripción de la falta, origen de la ley del deseo que podríamos equiparar a la apuesta por la vida.

Lacan dirá que a la tristeza se le opone la virtud del gay saber (o saber alegre) pero tampoco esa virtud será suficiente para dejarnos por fuera de algún sentimiento de culpa original. Por eso es importante recordar que la única forma que tiene el ser hablante de pagar esa culpa originaria “por haber nacido” es sosteniendo hacia adelante su deseo.

A mediados de los años '70 Lacan dirá que la alegría “es una recompensa de un esfuerzo continuado, atrevido, tenaz, subterráneo, que, a decir verdad, no es para todo el mundo”. Habrá que estar efectivamente decididos a la vida para contrariar esas tendencias que no son ni más ni menos que de dónde venimos: la perdida originaria, y a su vez, como sabemos, existe la pulsión de muerte que también nos constituye. Identificarse a esa perdida y quedar comandados absolutamente por ella no puede sino dejarnos en una posición de desamparo, abrazados al dolor de existir.

El psicoanálisis sigue siendo el único discurso que da cuenta de la pulsión de muerte y no reniega de ella ni la mete bajo la alfombra, sino que interpela al sujeto respecto a su ética: “¿Has actuado conforme al deseo que te habita?”. Comprender la tristeza como afecto interrogará al sujeto a responder para dejar de refugiarse tan rápidamente en esos estados tristes y a veces hasta melancólicos.

El objetivo no será del lado superyoico: exigiendo un empuje a las ganas, sino que por el contrario habrá que realizar un trabajo artesanal, para cada sujeto, que vaya haciendo disminuir eso arrasador y destructivo del superyo; ahora bien, como analistas tendremos que poder escuchar ese dolor, disminuir la intensidad de la carga del superyo pero también acercar al analizante al gay saber. Ese saber alegre conformará para el analizante una “experiencia” que como decía Lacan requerirá de un esfuerzo continuado, atrevido y tenaz.

El psicoanalista es una fuerza que se opone al discurso de la época que dice que “Hay que ser feliz”, que hay que obtener un “placer inmediato”, ¿y qué ofrece un analista? Como dice Lacan, el analista tiene para dar “contrariamente a la pareja del amor, es lo que la novia más bella del mundo no puede superar” y lo que tiene, dice Lacan, es un deseo que se define en principio por lo que no puede ser: no puede desear lo imposible. La oferta del analista es un lugar donde el sujeto pueda hablar, jugar, su sufrimiento. El analista operará y esperará, habrá maniobras, intervenciones, tiempos.

Como decía al comienzo, hablando de duelos, podríamos decir que el duelo es continuación de una pérdida, ¿qué se pierde en un duelo? En psicoanálisis decimos, se pierde un “objeto”, y podemos agregar, o una “posición”.

En definitiva, el duelo será ese proceso del aparato psíquico que se generará a posteriori de una separación (ya sea la separación de una persona --un hijo que crece y deja la casa materna/paterna, alguien que fallece, una separación amorosa o amistosa, etc--; una posición; una escena vivida reiteradas veces). Esa separación es en verdad una distancia entre un Ideal y lo insoportable del “vacío existencial”, que hasta ese momento (previo a la pérdida) estaba recubierto por un brillo que era otorgado por ese objeto o posición porque proveía una satisfacción narcisista.

Me resulta interesante pensar la líbido (que es un concepto psicoanalítico) acercándolo a la noción de “energía” --salvando ciertas distancias, permitanme hacer esta explicación de tipo didáctica--. Cuando estamos adheridos emocionalmente a un objeto (podría ser una persona), a una posición o a una escena y eso muere, fallece o ya no está, la energía que teníamos disponible hacia eso no sabe qué hacer. Digamoslo así: esa energía iba hacia el objeto y volvía hacia uno mismo, generando una satisfacción narcisista. Cuando eso se pierde, esa misma energía, por un tiempo sigue yendo hacia el objeto, pero el objeto (o esa posición) ya no está allí, disponible. Entonces al volver esa energía, vuelve generando dolor. Duelo. Tiempo de procesar esa energía para poder redistribuirla en otros objetos. Esto no quiere decir que uno “olvida”, sino que podrá advenir en el sujeto un recuerdo que se inscriba de un modo distinto, resignificándolo, un recuerdo podrá ser aquello que se imprima como una presencia en su base de ausencia sin que requiera un desgaste de energía, que vaya y vuelva al objeto, sino que quede como cuerpo del sujeto en el sentido de “una experiencia vivida” a lo largo de cierto tiempo de la existencia.

Florencia González es psicoanalista. Docente UBA. Investigadora UBACyT.