En algún momento encapsulado en el tiempo, hay una niña que jamás había escuchado la palabra gay mirando alucinada, en blanco y negro, a una cantante italiana de pelo rubio rodeada de bailarines mariposas. Ella imita sus pasos al ritmo de cerotrescerotres cuatrocincoseis mientras fantasea con ser como Raffaella. En algún otro momento encapsulado en el tiempo, hay un maricón bailando a escondidas y ensayando coreografías en su cuarto, mientras imagina que usa mallas brillantes y ajustadas y sueña que baila al lado de su diva en algún pomposo festival de Hispanoamérica. Y en algún momento eterno del tiempo hay una diva, una que reconfiguró la historia del pop, cantando por siempre para maricones que soñaban con aletear libres y para niñas solitarias que crecieron en dictaduras donde aún no había llegado ninguna revolución sexual. Han pasado décadas: esa niña y aquel trolo parecen más viejas y cansadas, pero se unen con ternura en un abrazo cómplice y anónimo mientras lágrimas de colores recorren sus mejillas, porque hoy ha muerto Raffaella Carrà.

Raffaella fue aquella deidad italiana pionera y visionaria que cambió para siempre la figura de la diva como la conocíamos. La que con su eterno carré rubio y mallas policrómicas, siempre rodeada de sus preciosos bailarines amanerados, hablaba de sexo, amor y libertad en sus canciones cuando afuera solo había represión. Fue aquel ser sobrenatural que desde finales de los 60 hizo de su cuerpo una perfomance viviente mientras volaba pelucas y moralinas, cuando Lady Gaga aún no pensaba en ser un cigoto en una trattoria de Nueva York.

Resulta imposible comprender la historia del pop sin hablar de Raffaella. Como también es imposible entender nuestra propia historia maricona sin que un capítulo lleve su nombre. Porque Raffaella es una de aquellas divas, como Judy Garland o Madonna, que marcaron profundamente nuestra historia sexual, política y afectiva. Aquellas divas que estuvieron ahí mientras lxs desviadxs armamos y desarmamos nuestra identidad, nuestros nombres y nuestras luchas. Porque como en una simbiosis llena de destellos y sudores lxs mariconxs no seríamos quienes somos, y Raffaella no sería Raffaella sin nosotrxs. Raffaella nos dio imágenes profundamente hermosas y nuevos mundos posibles para poder soñar, en los cuales ser una locaza era posible y además era bello. Porque ella no escondía las plumas, las amaba y admiraba profundamente, y las ponía a su lado, en primer plano en todas las pantallas de América Latina, España y el resto del mundo. 

Cuando el Plan Cóndor nos sometía a las dictaduras, Raffaella fue la única en hacer visible aquella locura hermosa de la maricona plumífera sin chistes de por medio. Raffaella pertenece a la historia local de cada uno de nuestros países, porque más allá de una estrategia de marketing previa a internet, ella supo traducirse a sí misma e introducirse en la historia pop sentimental de cada uno de nuestros territorios. También pertenece a nuestra historiografía sexual, ella estará siempre en los archivos de nuestro sexo y la memoria de nuestras diferencias.

Raffaella era un universo, un cosmos lleno de pequeñas galaxias, por cada una de las lentejuelas de su traje. Raffaella galáctica, Raffaella Pink BDSM, Raffaella drag king, Raffaella caliente caliente, Raffaella sexo, pulsión y deseo. No bastan palabras, ni gestos, ni bailes, ni colores para hablar de Raffaella, porque ella es de esas personas que pensamos que jamás morirían, que serían únicas y eternas, y de algún modo lo son. Siempre que alguien tire con impulso su cabeza hacia atrás contorsionando su cuerpo al ritmo de explota, explotame, expló, ella estará ahí.