En estos tiempos el binario hombre-mujer parece estar demodé fundamentalmente a partir de un ascenso de lo trans como ese espacio versátil, movible, indefinido e infinito para nominarse a nivel sexual. En los años 60 Robert Stoller produce un giro fundamental cuando introduce el término género con el fin de despegar a la sexualidad de la anatomía. La diferencia conceptual que introduce separa para siempre al sexo del organismo y marca el inicio de una etapa en donde las determinaciones socioculturales comienzan a considerarse como causa primordial en la constitución sexual de los sujetos.
En los años ochenta el movimiento queer plantea otro giro revolucionario a esta lógica, al considerar no sólo que no hay correspondencia entre género y sexo, sino que el sexo anatómico no tiene ninguna incidencia en la elección sexual de cada quien. Y más específicamente, las nominaciones sexuales se despegan totalmente de lo anatómico.
A partir del concepto de performativo tomado especialmente de Derrida, Judith Buttler investiga cómo las distintas costumbres ligadas al patriarcado han marcado la tendencia binaria en la sexualidad. Como para la teoría queer sexo y género son una producción, lo innato no tiene ninguna relevancia, y en este sentido no habría consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica, tal como propone Freud.
En la actualidad, los movimientos de género fueron modificándose, según Halberstam “si lo queer en los noventa y 2000 fue una política del sexo y del género que iba más allá de la identidad… el término trans señala una política basada en una inestabilidad general de la identidad y que se orienta hacia la transformación social”. Como leemos en esta cita lo que hoy se impone es una inestabilidad en el género, una versatilidad o variabilidad que se condice con una lógica no binaria de la sexualidad.
¿Qué podemos decir hoy del planteo freudiano sobre las consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica casi cien años después? El psicoanálisis hace lugar siempre al real como un punto de partida. Dar lugar a ese real anatómico, como a cualquier otro, es un acto subjetivo que implica una no renegación del hecho. En tal caso se tratará de qué hacer con eso para afirmar o modificar, pero son todas respuestas a ese real.
Por otra parte, el concepto de diferencia para el psicoanálisis tiene un estatuto fundamental. Podemos plantear una diferencia del lado de la oposición, o sea en su lógica simbólica establecida por el lenguaje: blanco-negro, hombre-mujer, pero también podemos ubicar otra dimensión de la diferencia como lo no comparable con nada. El sitio de lo femenino hace lugar al Uno, es la esencia de lo singular, o más bien del parlêtre tal como Lacan refiere en su última enseñanza.
Con los Matemas de la Sexuación de Lacan se abre una nueva perspectiva para el psicoanálisis. Ya nada es igual, se produce un movimiento fundamental que toca sus cimientos. A Freud le debemos el hallazgo de la pulsión de muerte como esa tendencia a la destrucción que nos habita a cada uno. Y si algo podemos decir de la pulsión de muerte es que no pasa de moda, sino que se sirve de distintas presentaciones según cada época. Esta pulsión que con Lacan llamamos goce es lo más propio y singular que nos habita. El psicoanálisis no normativiza a nadie, no educa, no dictamina. Lo unario en la sexualidad implica responsabilizarse por el modo singular de gozar que nos hace incomparables. Un análisis se orienta en esa dirección, ubicar el propio goce favoreciendo un viraje de lo mortificante a lo vivificante, se trata de encontrarse con lo más propio como modo de dignificar nuestra existencia.
*Miembro de EOL y AMP. Fragmento de su artículo ¿Qué hay de nuevo en las sexualidades? Publicado en Género, cuerpo y psicoanálisis (Grama ediciones.)