NO CREAS QUE VOY A GRITAR - 6 PUNTOS

Ne croyez surtout pas que je hurle, Francia, 2019

Dirección y guion: Frank Beauvais

Duración: 75 minutos

Estreno en Mubi.

“Vi más de 400 películas de abril a octubre de 2016”, informa la placa inicial de No creas que voy a gritar, primer largometraje de Frank Beauvais. Se aclara enseguida que todas las imágenes que se verán son extraídas de esas películas. “Vi de todo”, dice una voz en off que podría representar al realizador, por entonces de mediana edad, o quizás a un alter ego imaginario (o tal vez un poco ambas cosas). Lo que vio es realmente de todo, incluyendo géneros tan bastardos, tan oscuros como giallos italianos, thrillers europeos de los 70, films de propaganda de Alemania Oriental, cien películas soviéticas en tres días (¡!) o pinku eiga, el superabundante cine erótico japonés. 

Durante esos seis meses el autor vivió encerrado, atravesando el duelo de una relación de pareja terminada y buscando refugiarse del mundo. El dispositivo cinematográfico de No creas que voy a gritar es, entonces, lógico, riguroso, llevado hasta las últimas consecuencias. En off, el realizador transcribe sus memorias de esos seis meses de enclaustramiento. Las imágenes que monta son, a su turno, una suerte de diario visual de ese período, fragmentos de esas 400 películas. Ambos relatos no se reflejan uno al otro en forma literal (a veces sí), se verá qué clase de diálogo establecen entre sí.

Fue en la Alsacia profunda donde ese amor tuvo lugar y concluyó, tres años atrás. El río de la consciencia del narrador va abriendo afluentes: su dolor, su encierro, la relación con los padres (pero no con el amante perdido, cuyo recuerdo queda prolijamente obturado), la imposibilidad de concentrarse en el trabajo o en lecturas, el lugar que lo rodea, su país, el mundo. Hay desconsuelo (la relación con el padre, hecha de distancia, alejamiento, desconocimiento del otro), momentos en que alivia la pena cuando lo visita algún amigo, fugas de ida y vuelta a París, hitos puntuales que lo tocan (el atentado de Charlie Hebdo, las muertes de Michael Cimino y Abbas Kiarostami) y sobre todo furia, rencor, veneno. Contra los pobladores de Alsacia, que parecen vivir varios siglos atrás, contra el padre, contra su país (hasta las marchas por el atentado le parecen gigantescas operaciones de homogeneización política), contra el tiempo y la cultura en los que vive. El tono, el espíritu de esas diatribas parece beber de las injurias de su compatriota Louis F. Céline y el odio macerado del austríaco Thomas Bernhardt.

El caudal de imágenes -breves, heterogéneas, de una diversidad casi infinita- sigue su curso paralelo. En la mayoría de los casos no tienen una correspondencia directa con el off, en ocasiones puede adivinarse una posible vinculación, a veces acompañan el relato, como cuando se narra la enfermedad del padre y se ven planos de una sala de hospital, y otras veces (las menos) son crasas ilustraciones: se menciona que el protagonista volvió al nido y se ve el nido de un ave; “éramos incompatibles”, sobre dos bolitas de acero que se golpean. Dado que ambos relatos corren velozmente, el espectador se ve obligado a perseguirlos, dándoles caza de a ratos y extraviándose en otros. 

¿Tal vez sea esa la intención, hacer que el espectador se vea arrastrado por el río de reflexiones y de imágenes, semejante al que durante seis meses sirvió al narrador de refugio y obnubilación? En ese caso no importaría tanto lo que se dice o se muestra como su carácter de tormenta, que reproduciría el estado psíquico del protagonista durante medio año de su vida. No crean que grito, en presente, es la traducción correcta del título. Tal vez se trate de un subterfugio para afirmar lo contrario, en cuyo caso estos 75 minutos equivaldrían justamente a eso: un grito.