¿Se mancillaría el perfil de Wikipedia del Messi ya retirado sin una foto levantando algún trofeo con la Selección? Como sea, esa perturbadora pregunta ya no existe. Todo se resolvió la noche del 10, en Río de Janeiro, ante un Maracaná semivacío pero lo mismo intimidante: Brasil solo había perdido allí un partido en los 71 años de historia de la cancha. Aquel 1-2 contra Uruguay en el Mundial del '50. El famoso Maracanazo. Los partidos ni siquiera se transmitían por TV. Algunos lo escucharon por radio, otros se enteraron de boca en boca. O por los diarios, al otro día. Toda una historia sostenida en base a pocos registros y muchos relatos: la leyenda habla de brasileños suicidándose al enterarse de la derrota. Quedan, de ese partido, los videos con los goles. Fue entonces cuando Brasil decidió cambiar el blanco por el amarelo.

Pero en la madrugada de este domingo 11, cuando todos los canales ya estaban en estudios –opinando con el gol de Di María en loop–, la transmisión de los hechos reales la tomaron los jugadores argentinos. Con Instagram a la cabeza, el nuevo compañero de Messi en el Barcelona lideró el registro en vivo de ese vestuario histórico: el Kun Agüero llegó a rozar el millón de usuarios conectados, quizás más que los que estaban mirando canales de cable y de aire. La última vez que la Selección había salido campeona, en la gran parte del Interior se veían apenas dos o tres canales, normalmente señales locales que repetían contenidos centrales. Ecuador, 1993.

La inimaginada narrativa de esta Copa América '21 estrenó en el palmarés de Argentina toda una dimensión desconocida: la de un trofeo cocido en la social media. Incluso aquel oro olímpico de 2008 (con Messi, Di María y Agüero, aún vigentes) parece lejano. Pisado el siglo XXI, la red social del momento era Fotolog. El abuelo de todas las plataformas que hoy están en mano, en los celulares de todos. Después, la tribuna en Twitter, las experiencias en TikTok, la Conmebol largando transmisión en Facebook.

Y ahora otra vez la memética, en la era del "mirá que te como, hermano": Dibu Martínez como pro-hombre de una épica que necesitó su protagonismo silencioso. Hasta que abrió la boca. Y las manos. Después de la goleada en cuartos ante Ecuador, el Coco Basile anticipó que esta Selección campeonaría. ¿Tiró mufa? No pareció: también observó que el arquero terminaría de imponerse tras una noche mágica. Y esa noche fue la siguiente, en semis contra Colombia. "¿Te gusta mirar? Mirame a los ojos. Mirame."

A las transmisiones les llevó un tiempo tomarle la mano a la semi-normalidad de la pandemia. La falta de público tenía que ser suplida con otros sonidos, y se hicieron varios experimentos. Desde microfonear la pelota por dentro para que cada toque tenga más presencia sonora, hasta tirar pistas de gente alentando. Pero cuando la distopía parecía llevarnos al absurdo, se dieron cuenta de que la solución estaba desde antes, y sin grandes esfuerzos: la voz de los protagonistas, aunque no declarando después del partido, como siempre, sino hablando durante él, como nunca se los había escuchado.

La covid-19 introdujo en el montaje del espectáculo del fútbol un adicional incalculable. Sin este contexto, quizás Martínez "solo" atajaba penales, y ya. No nos hubiésemos enterado de ese hecho ahora registrado como un elemento multimedia: la visibilidad del metatexto que aporta la nueva intimidad, ya sea el Dibu festejando o Neymar abrazado a Messi en unos escalones cercanos a los vestuarios.

Como tampoco nos hubiésemos enterado del vaticino de Rodrigo de Paul, grabado un mes antes de la final. El rescate lo hizo en su Instagram el lateral Nahuel Molina, compañero suyo en el Udinese, y con 23 años uno de los grandes proyectos en defensa de cara a Qatar 22, junto a Gonzalo Montiel, de 24, y el ya consolidado Cuti Romero, de 23.

El 10 de junio, Argentina llevaba dos días del 2-2 contra Colombia en Barranquilla por las Eliminatorias, último partido antes de la Copa América. Había una expectativa mesurada, nadie se animaba a ostentar soberbia. La Selección estaba en su burbuja de Ezeiza, después de volver al fútbol con dos empates ásperos y procesando el cimbronazo interno tras los cambios de sede. De jugar en Argentina, a ir a Brasil para sacarles la copa que ganaron hace dos años (también en Brasil).

De Paul fue el tipo que el 10 de julio dio dos pases veronescos en el Maracaná. Uno fue el que terminó en gol de Di María. Y sobre el final le sirvió a Messi la posibilidad de cerrar esta historia con ribetes de oro. Sin el gol de Messi, igual los tuvo. Birra en mano, mirada pilla, un mes atrás, el flamante campeón –y flamante incorporación del Atlético Madrid de Simeone– tiró: "A vos te lo digo. Hoy, 10 de junio, vamos a ganar la Copa América 2021 en Brasil… y vamos a quedar en la historia".

¿Y ahora qué pasa?

Pero la historia siempre espera ser reescrita. Y a Argentina se le viene una batería de partidos entre septiembre y noviembre: en principio seis, pero quizás siete. Es que la Selección –como todas las otras de las Eliminatorias– adeuda una doble fecha postergada contra Brasil y Uruguay. A quienes, además, tiene que enfrentar en noviembre, aunque con las localías cambiadas. Esto significa que jugará con pocas semanas de diferencia dos veces frente a sus máximos rivales sudamericanos.

Para el año próximo quedarán apenas cuatro partidos. Eso significa que 2021 cerrará probablemente con las principales clasificaciones más o menos perfiladas. Luego, claro, viene el 2022: el Mundial. Qatar, un torneo de apenas ocho sedes (venimos de doce con Rusia y Brasil, y hay que irse hasta Argentina '78 para encontrar menos) y un calendario inédito: entre noviembre y diciembre.

Cocción rápida para un equipo que busca tostar la historia (de Otamendi a Di María) con ese blend que articula el recambio probado en combate (Lautaro Martínez, Nico González, Guido Rodríguez, Papu Gómez) y, claro, el último deseo por cumplir de Messi. En el comienzo de la era posmaradoniana, Lionel fija su mirada en la vieja Arabia, buscando coronarse en el que podría ser su último Mundial como futbolista.