PáginaI12 En Francia

Desde París

Cuerpo a cuerpo. El educado caballero y la Señora de los hechos alternativos se vieron al fin, frente a frente, ante millones de telespectadores testigos del debate que precede a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen. Más que un debate, fue una riña entre vecinos de barrio donde Macron fue “el bello” y Marine Le Pen “la bestia”. El primero, Macron vino a conversar, la segunda, Le Pen, a boxear. Al igual que Le Monde y otros medios, la prensa elaboró “una máquina descodificadora” para separar lo verdadero y lo falso. Sociedad, economía, finanzas, inmigración, construcción europea o terrorismo, cada uno de los candidatos se enfrentó con las armas que le son propias según su cultura política en un intercambio donde los antagonismos chocaron como misiles y donde el amateurismo de uno sirvió como mejor coartada del otro. Marine Le Pen, la candidata de la ultraderecha, inauguró los planteos hostiles cuando le dijo al Macron (centro liberal): “El señor Macron es el candidato de la globalización salvaje, de la brutalidad social, de la precariedad, de la guerra de todos contra todos, de la expoliación económica de nuestros grandes grupos, del despedazamiento de Francia por los grandes intereses económicos, del comunitarismo”. A lo cual, su adversario político le respondió:”Lo que usted encarna es el espíritu de derrota. La globalización es muy dura, Europa es muy dura. Vamos a replegarnos, vamos a cerrar nuestras fronteras, salir de Europa. ¡Los otros pueden, nosotros nos!. Yo soy el candidato del espíritu de conquista”. 

Superada por 20 puntos en las intenciones de voto según todas las encuestas, Marine Le Pen tuvo una oportunidad histórica de acortar distancias. Su peso político ascendente no sólo la ubicó en segunda posición en la primera vuelta de las elecciones presidenciales sino que, además, le permitió que un representante de la ultraderecha participara por primera vez en un debate entre las dos vueltas. En esta discusión muchas veces vulgar estuvo ausente una de las identidades de la cultura francesa, el refinamiento. Macron y Le Pen se entregaron a una lucha libre de retórica y ofensas. “El hijo predilecto del sistema y de las elites hizo caer su máscara y reveló quizás la frialdad del banquero de negocios que siempre fue”, dijo Marine Le Pen, ante lo cual, calmamente, Macron replicó: “Lo menos que se puede decir es que usted no es la candidata del espíritu fino, (…) usted es la heredera de un sistema que prospera con la cólera de los franceses desde hace muchos años”. La ultraderechista le dijo a su rival “usted no se merece a Francia”, lo acusó de ser “el candidato que se acuesta (subordina)”, el hombre que encarna “la Francia sometida”. Macron la trató de “indigna” y afirmó que el estaba “de pie, y para estar de pie no tengo necesidad de ensuciar. Usted ensucia permanentemente a los extranjeros, a los jueces, a todos. Nuestro país no necesita eso, a nuestro país le hace falta tranquilidad y eficacia”. El contraste entre ambos, la radical improvisación temática y el despropósito de las medidas inaplicables de Marine Le Pen fueron tal vez el mejor argumento del hombre encargado de enfrentar al fascismo el próximo domingo. Prolijo, educado incluso en la agresividad, con un conocimiento claro y mecánico de los temas, el lenguaje corporal y hablado de Macron bastaron para marcar muchas diferencias y, poco a poco, desnudar el amateurismo, la ausencia de rigor y las groserías de Marine Le Pen. La señora Le Pen apareció apocalíptica, obsesionada con la filosofía del ocaso, los enemigos en cada esquina, el miedo a todo y la derrota mientras que Macron no perdió el hilo conductor con el cual, desde abril de 2016, fue modelando su popularidad y su legitimidad: el optimismo, la idea posible y limpia del futuro, la de una Francia que no tiene miedo de jugar en las grandes ligas y competir.

Hay que ser realistas y no equivocarse: no se trató aquí de un debate entre la izquierda y la derecha sino entre un liberal reformista, partidario de los ajustes y los sacrificios de las clases medias y menos pudientes, del recorte del Estado y de los derechos, y la representación más moderna de lo que en Francia llaman “el populismo marrón”, o sea, el fascismo revisitado en pleno siglo XXI con un manto de “candidata del pueblo”. Ninguno de los dos lo era. Un liberal refinado, exacto en casi todas sus afirmaciones, y una populista lanzada como una locomotoraa decir mentiras o verdades torcidas, mucho no se podía esperar del intercambio. Y así fue. Los antagonismos en torno a temas esenciales se quedaron en exposiciones de baratija. Sobre el terrorismo, Le Pen acusó a Macron de ser un “complaciente” y este le respondió que ella “enciende la guerra civil”. La señora Le Pen sacó varias veces el espantapájaros de las amenazas de todo tipo, lo que le valió por parte de Macron el calificativo “usted es la gran sacerdotisa del miedo”. A propósito de la moneda única, Marine Le Pen dijo “el euro es la moneda de los banqueros, no es la moneda del pueblo, (. . ) es por esa razón por la cual tenemos que llegar a salirnos de esa moneda”. Sin argumentos para explicar cómo funcionaría la economía fuera del Euro, Le Pen se quedó renga. Macron le recordó que ninguna empresa “podría pagar en euros por un lado y con francos a sus empleados por el otro. ¡Lo que usted dice es cualquier cosa !”. 

El fondo de la discusión habrá sido siempre el mismo: nosotros y el mundo, nosotros y ellos, Francia y lo global y la relación con esa totalidad. Nada sirve de mejor ejemplo como la conclusión del debate desarrollada por ambos candidatos: Marine Le Pen dijo: “Dirán que estoy pasada de moda, pero me gusta Francia tal como es, con su cultura, su idioma, su patrimonio, sus fronteras que hacen que, sin fronteras, no hay país libre e independiente, con su pueblo que merece más que verse arrojado a una guerra fratricida que apunta a obtener un máximo de provecho. (…) Lo único que usted no quiere cerrar son las fronteras. Usted quiere entregar a Francia a la inmigración masiva y el gran patronato sólo espera eso”. El final de Macron fue fiel a las retóricas de su campaña: “Francia está en una crisis profunda, una crisis moral ligada al fracaso de la política desde hace 20 años, el fracaso de las capacidades para crear la unidad porque muchos se sirven de esas cóleras. Las he escuchado, he oído las dudas y las ausencias y quiero responder, con valentía y la verdad. Nunca mentí ni prometí regalos y cosas inverosímiles. (…)Quiero un espíritu de conquista, con auténticos cambios y reformas. Lo haremos juntos siendo fieles a lo que somos: somos un país generoso, con límites y sin obscurantismo”. Francia no habrá ganado gran cosa con un debate que todos califican de brutal y chapucero, de una intensidad violenta jamás alcanzada. En la guerra de la imagen, el prolijo y pausado liberal ganó por mucho. La extrema derecha perdió anoche en su mejor tribuna: frente al pueblo y la televisión. 

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