A los cinco años de edad, el niño Jupiter se mudó de su Kinshasa natal al Berlín comunista, donde su padre pasó en 1970 a ejercer un cargo diplomático en la embajada de la República Democrática del Congo. Todas aquellas mañanas de cuatro décadas atrás, el niño --luego adolescente, ya que vivió allí hasta justo antes de la mayoría de edad-- cruzaba caminando el muro hasta llegar a su colegio, ubicado en la parte occidental de la ciudad. Flaquísimo, altísimo, de porte sereno y lánguido como tallado por Giacometti, Jupiter Bokondji formó su primera banda muy joven, ahí en Berlín, y la bautizó Die Neger. Los Negros. La misma palabra con la que buscaban enrostrarle desprecio se convirtió en su insignia. Sin demasiada formación musical, junto a un grupo de amigos camboyanos y gaboneses se dedicó a recrear canciones de James Brown, The Temptations, Boney M. o los Jackson 5: funk y soul tocado con espíritu punk juvenil y provocador.

Al regresar a su país con diecisiete años de edad comenzó a seguir a todos lados a su abuela, una de las curanderas más respetadas de la región, que le regaló un tambor para que se sumara a los rituales en los que participaba. Su padre, con quien Jupiter ya tenía diferencias políticas que se acrecentarían con los años, lo echó de su casa porque consideraba una humillación para la familia que se dedicara a tocar percusión y cantar en esas ceremonias, pero para él fue una oportunidad única de conocer la riquísima variedad de los ritmos que confluían en ese efervescente caldo étnico que siempre fue Kinshasa. La revelación llegó cuando descubrió que muchos de esos ritmos resultaban muy similares a aquellos que había conocido y tocado en Alemania.

Portada de Na Kozonga

“Fue un largo camino”, cuenta por mail desde París, donde acaba de llegar para una serie de conciertos presentando Na Kazonga, el flamante tercer disco de su banda Jupiter & Okwess. “Con mi abuela aprendí las melodías de las más de cuatrocientas etnias que hay en la región. Me volví conocido, la gente venía a buscarme para tocar en bautismos y velorios. Grababa los diferentes ritmos que iba conociendo, y quedé tan atrapado que comencé a viajar para documentarlos”. Decidido a devolver al rock a sus raíces negras más profundas y a romper con el rígido molde imperante de la rumba –la música popular por excelencia en el Congo desde mediados del siglo pasado–, Jupiter partió desde el nombre de uno de esos ritmos ceremoniales para crear un nuevo género, que bautizó como bofenia rock, y así revolucionar la música de su país.

Su estilo comenzó a delinearse en 1983 a partir de una transición de lo acústico a lo eléctrico con su primera banda, Bongofolk, y cuando lo acusaban de tocar la música del hombre blanco él respondía que el género que le imponían desde Europa era otro: “Tuvimos oportunidades para grabar, pero productores belgas me decían que era rumba o nada. Decían que mi música estaba bien para África pero que a nadie le interesaría afuera”. Convencido del potencial universal de su música, en 1990 renombró a su banda Okwess International, pero las interminables crisis por las que atravesó su país –entre ellas una guerra civil devastadora– llevaron a que varios integrantes decidieran exiliarse en Europa. Él se quedó y reclutó a un grupo de músicos expertos en diferentes ritmos de la región, volvió a renombrar el projecto como Jupiter & Okwess y en 2006 llegó el paso internacional cuando los franceses Florent De La Tullaye y Renaud Barret le propusieron filmar un documental acerca de los sonidos de Kinshasa.

Todo desembocó en Jupiter’s Dance, un registro en calles y hogares de la riquísima variedad cultural de una población considerada entre las más vulneradas del mundo. El documental llegó a Damon Albarn, quien se fascinó con el sonido de la ciudad. Viajó a Kinshasa para registrar un disco e invitó a Jupiter & Okwess a abrir el reencuentro de Blur en el Hyde Park. El reconocimiento fuera de su tierra llegaría treinta años después de sus comienzos con un demoledor show en Glastonbury en 2013, y ese mismo año Jupiter se encerró con su banda durante quince días en un hotel ubicado en una de las zonas más conflictivas de su ciudad para registrar su primer disco, el demorado y aclamado Hotel Univers. “El film no cambió mi vida”, contó a The Guardian cuando le preguntaron cómo llevaba el camino de la celebridad. “Nos dio visibilidad, pero siempre supe que esto sucedería. Y sigo viviendo en la misma casa en Kinshasa, solo que con un mejor sofá”.

Tres años después llegó Kin Sonic, una fascinante paleta eléctrica con tapa ilustrada por Robert Del Naja de Massive Attack y la participación de Warren Ellis en pianos y Albarn en coros y teclados. Y para el flamante Na Kozonga, producido por Mario Caldato Jr, Jupiter decidió ampliar la escala tanto desde un sonido más potente como a través de un despliegue mayor en el mapa: en este disco participan la Preservation Hall Jazz Band de Nueva Orleans, la chilena Ana Tijoux, la norteamericana Maya Sikes y los brasileños Marcelo D2 y Roge: “Todos tenemos los mismos ancestros comunes y lejanos, los sonidos no tienen frontera ni color. Con Ana, Marcelo D2 o Roge compartimos esa misma energía, y los ritmos que trabajamos vienen de la misma fuente que la música moderna de América Latina”.

El tema que da nombre al disco es una fantástica recreación en plan funk psicodélico tribal del clásico de la música disco “Gotta Go Home” de Boney M., uno de aquellos temas que tocaba con Die Neger en sus comienzos. El círculo que da toda la vuelta para volver a comenzar: Na Kozonga. Volver a casa. El volver de la banda después de años de gira por el mundo y el regreso del rock a sus raíces primeras. Pero el camino, sabe Jupiter, seguirá siendo largo: “Como siempre en nuestras canciones, en este disco hablamos de lo que nos rodea, pero vivimos en el mismo planeta y la injusticia está en todas partes. Nos enorgullece haber sido comprendidos después de todos estos años en la sombra y que haya una nueva generación que esté aportando cosas nuevas en el mismo sentido. Pero todavía falta mucho, y la misión continúa siendo la misma: adentrarnos en los sonidos de nuestra tierra para devolverlos a su dimensión universal”.