En casi 50 años de carrera, Stephen King ha creado un imperio literario y una mitología propia que se disemina en su vertiginosa bibliografía: que sea el el Rey del Terror a veces deja en segundo plano su amplio registro en otros géneros: la fantasía de la saga La Torre Oscura, las joyas realistas como El cuerpo o Rita Hayworth y la redención de Shawshank, las excursiones al policial negro como Mr. Mercedes (aunque al final de la trilogía no pudo y no quiso evitar la excursión hacia lo sobrenatural, como repite en la reciente y magnífica El intruso), las colaboraciones con otros maestros del geńero como Peter Straub o las novelas de ciencia ficción como Ojos de fuego o 11/22/63. Y, por supuesto, la no ficción del muy influyente Mientras escribo. King escribe mucho más que terror y lo hace muy bien pero claro, El resplandor, Carrie, It, Cementerio de animales, Misery, Christine o The Stand son clásicos que en algunos casos llevaron al cine Rob Reiner, Mary Harron, Brian de Palma, Stanley Kubrick o John Carpenter: resulta difícil competir con las joyas de su apabullante catálogo.

De todos modos, él insiste en la variedad: está claro que el terror se le da mejor, pero a los 73 años y con más fortuna y fama que cualquier otro escritor, también está clarísimo que King hace lo que quiere. Desde 2005, por ejemplo, edita de vez en cuando libros en la editorial Hard Case Crime, dedicada a policiales bien pulp con portadas hermosas y anticuadas, inspiradas en la edad dorada de las novelas hard-boiled baratas (los años '50 y '60), con ilustraciones de, por ejemplo, Robert McGinnis, un artista de 96 años que hizo la primera tapa de Desayuno en Tiffany’s de Truman Capote. Bajo el estilo breve y potente en el que se especializa esta editorial, King publicó The Colorado Kid (2005), Joyland (2013) y ahora Later (traducida como “Después”).

Después es un thriller con elementos sobrenaturales: hay policías, hay casos a resolver (sin procedimiento: no es ese estilo), hay un niño, Jamie, que ve fantasmas, hay una Nueva York sin glamour. Es una historia de iniciación y de horror; un cuento de fantasmas con criminales, desde asesinos especializados en plantar bombas hasta traficantes de drogas y policías corruptos. Se lee con toda la tensión narrativa que pocos escritores pueden conjurar y King, cuando está en su mejor forma, es el mejor en esa liga: imposible despegarse de esta novela incluso en los momentos en que, porque se trata de ficción popular, ciertas explicaciones parecen estar de más, o algunas referencias a, por ejemplo, series de televisión, resultan demasiado orientativas (King hace eso con frecuencia: es su manera de mantener la contemporaneidad absoluta del género).

Jamie, narrador de la novela, es un hombre joven y lo que cuenta en Después es la pérdida definitiva de su inocencia. Es su aprendizaje pero con toda la trama y la intensidad del policial y del horror. Desde chico, Jamie puede ver a los muertos. No se trata estrictamente de percibir fantasmas como se los cuenta habitualmente: los muertos se quedan poco tiempo, horas, unos pocos días, y él puede comunicarse con ellos durante ese limbo. Nunca están nerviosos o agresivos, más bien desinteresados y, de forma crucial, están obligados por alguna ley cósmica no escrita a decir la verdad. En este caso, el que interroga es Jamie aunque a veces los muertos le dicen cosas porque sí, que él interpreta u olvida. 

Algunos de los primeros muertos son encuentros “inocentes”: la esposa del vecino y amigo, el señor Martin Burkett; o un atropellado en la calle que le da miedo por el destrozo físico que causó el accidente. La madre de Jamie, Tia, es agente literaria, sus clientes en general son autores de novelas comerciales (o intentan serlo): aunque tiene algún que otro éxito, su empresa está en riesgo porque ella ingresó en un sistema piramidal para obtener más ganancias y quedó casi en bancarrota. La novia de Tia, Liz Dutton, es una policía neoyorquina con algunos problemas de excesos y de corrupción que se cuida de ocultar hasta que todo estalla. 

A pesar de que la novela está escrita para ser devorada, King delinea a sus personajes con cuidado: Tia es una madre encantadora pero, cuando su autor más vendedor muere repentinamente con una novela inconclusa, no duda en hacer uso de los poderes de su hijo e interrogar al muerto para culminar ella misma la saga. Burkett es un anciano profesor de literatura que sabe de los poderes de Jamie, le habla de M.R. James (el cuento clásico de fantasmas “Silba y acudiré” es fundamental en la novela) y otros autores de terror y le enseña el “rito de Chüd”, un método de enfrentamiento contra el mal que King había “inventado” en It usando diferentes fuentes y mitologías y, por supuesto, desarmándolas a gusto y conveniencia de la ficción. Liz, después de separarse de Tia, también usa al hijo de su ex, primero para atrapar a un asesino de masas y más tarde en un gran caso final que no conviene develar. 

Las cosas no son fáciles para Jamie: el fantasma del ponebombas se le pega como un demonio, no sabe bien cómo manejar su relación con Liz, que está cada vez más atrapada por sus adicciones, quiere tener cierta normalidad con amigos y novias pero el mundo sobrenatural le tira de las piernas y la incógnita sobre quién es su padre es un misterio que quiere develar y al mismo tiempo prefiere mantener en silencio.

El balance de Después es asombroso: los fantasmas dan miedo cuando es necesario, las citas y guiños a la literatura propia y ajena son útiles y discretas, la madre y la novia no se ajustan a estereotipos de género obvios, todo el mundo tiene sus intereses y eso no los hace ni malos ni buenos sino simplemente personas que toman decisiones dentro de límites éticos personales, como la mayoría de la gente. Y el equilibrio entre terror y policial funciona con la medida perfecta de aceite que sabe aplicar un narrador de este calibre. Después puede ser quizá un libro “menor” dentro del trabajo de King pero a lo mejor en estos libros eficientes, tiernos y frenéticos se encuentra hoy lo mejor de su producción.