El cierre de listas para las Primarias Abiertas, Simultaneas y Obligatorias (PASO) se convierte en un diagnóstico por imagen de la realidad actual. Pone al descubierto el mar de fondo de la política, como la bajante del Paraná muestra hoy lo que normalmente tapa el agua.

Con el discurso puesto en la pandemia, la obsesiva política de vacunación y los grandes e insuficientes recursos volcados en los sectores más vulnerados, el gobierno enfrenta la difícil tarea de explicar lo contrafáctico. ¿Que hubiese sido de nosotros si Macri gobernara? Las cabezas de lista del Frente de Todos muestran a los principales protagonistas y las ausencias señalan a quienes menos expuestos estuvieron.

En la oposición los análisis clínicos y las imágenes de alta definición reflejan un territorio en ebullición. Todos contra todos y sin ningún balance del reciente ejercicio de gobierno. Un eterno empezar de nuevo como si cada quien no tuviera pasado. Algunos esfuerzos minoritarios de radicales nostálgicos tratando de sacar a la vieja UCR del magma pornográfico de una noche de lujuria y desenfreno con la derecha prohibida.

El macrismo acéfalo por deserción de su cabeza, crecientemente comprometido con causas pesadas, y con imagen en picada repite lo que hizo en el 2015. Inaugurar una narrativa nueva de dirigentes hartos de la política que prometen dejar la vida en la lucha sin mencionar la gestión que acaban de terminar.

La idea más clara en la presentación de las listas fue sin duda la de Cristina: “Esta es una elección diferente a todas las anteriores”. Un pensamiento con referencia a la post pandemia. Un llamado a debatir el país que viene, en serio. Un desafío a dejar la guerra de posiciones y encarar un proyecto de país que nos ayude a ponernos de pie. Fuera de esa idea fuerza lo demás resulta autosatisfactivo. Elogios cruzados, caricaturización del contrincante y el mito del eterno retorno al aburrimiento de las campañas.

El gran ausente de este entrevero es el movimiento obrero y sus proyectos. Más allá de los pocos dirigentes sindicales que renuevan sus bancas y los menos que se suman, la impresión es que el musculoso sujeto colectivo que brilla en la resistencia deviene en la representación institucional un débil actor de reparto. La incapacidad de generar programas o al menos alguna prerrogativa para el mundo de los trabajadores que represente a las distintas expresiones sindicales, se consume en la pequeña disputa por ocupar una banca. Felices los tiempos donde el 25% de las candidaturas eran de los trabajadores. El movimiento obrero está pagando el alto costo de su balcanización y su falta de estrategia unitaria. Hay pedidos de reunificación orgánica votados en congreso que nunca lograron entrar en agenda. Mientras la CGT dependa de la decisión de un puñado de dirigentes decimonónicos autopercibidos como “custodios de la fe”, la potencia de los líderes de media tabla no logra emerger y renovar.

En una sociedad atravesada por la angustia existencial de ganarle a la muerte que golpea la puerta, la preocupación por la economía personal en su peor momento y el futuro dependiendo de una vacuna, la banalidad del debate puede convertirse en un gigantesco boomeran que golpee en medio de la frente a todes les representantes.

Hay etapas de la historia que son extremadamente diferentes y la pandemia lo es sin ninguna duda. El virus será controlado, eso es cierto, pero el duelo inconcluso de los muertos por miles nos va a acompañar durante generaciones. No es el cuento de la grieta. Es la respuesta colectiva en defensa de la vida y la contracara cruel de defender los privilegios de cualquier manera.

Lejos está la síntesis posible y el mundo será un campo de batalla de los ricos del planeta y sus lacayos globales contra los pueblos que siguen buscando los caminos de la unidad y de la acción. Hechos y silencio parecieran reclamar las mayorías hartas de tanta pantomima. Ojalá nuestros representantes lo comprendan rápidamente.