Enorme historia la de Maximiliano “Moscato” Luna. Con lo complejo que se torna en estos capitalismos enfermos nacer en una villa y “llegar”, él pudo. Y todo gracias a la guitarra, que aprendió a tocar casi solo, con la contención de un padre entusiasta. Ni bien pudo –a los 15 años— se mudó ahí nomás de la villa, a San Telmo, donde se fogueó tocando en calles, bares y fondas intentando emular a sus faros –Gardel, Grela, Tito Francia, Zabala-, hasta llegar a ser acompañante de cantores y cantoras de peso. Juan Carlos Godoy, el “Chino” Laborde, Alberto Podestá, José Ángel Trelles, Lidia Borda y la inolvidable Nelly Omar, entre tales. “Hoy sigo soñando lo mismo de siempre: ser un buen guitarrista”, dice don Luna, cerca de los 40 y con el flamante Milonga de otros aires bajo el brazo.

Se trata de un disco solista que se expresa en géneros en los que Moscato Luna se mueve como pez en el agua. Tango, principalmente, pero también milonga, folklore europeo, bolero, flamenco y rumba, entre otros. “El disco representa el amor que siento por el mar y el río, porque frente a ellos es que quedo horas mirando, y tratando de descifrar qué busco entre mares, aires musicales y aromas de comidas. Creo que luego de tantos años de tocar y viajar encontré un poquito lo que busco: ser libre”, confiesa este talentoso guitarrista que de los potreros de Villa Corina y las calles de San Telmo pasó a descoserla en escenarios de Brasil, Francia, España, Alemania, Chile, Polonia, Corea y Rumania. 

Esa experiencia indudablemente se expresa también en el corazón de las nueve piezas que pueblan el disco. “Juego mucho con las rítmicas en el disco. De hecho, grabé “Sol tropical”, una rumba de Gardel como siempre me hubiera gustado escuchar, bien bien flamenca”, cuenta él, posado ahora en uno de los temas en que participaron varios músicos -virtualmente- desde Granada, Valencia y alguna ciudad de Italia. “Les dije que fueran libres e improvisaran, y así grabaron. En este caso puntual pasó que, desde aquí, el tema no sonaba como yo quería. El error estaba en mi guitarra, así que cambie la clásica por una flamenca y quedó”.

-¿Qué otro tema “quedó”?

-(Risas) Bueno, “Milonga de otros aires” es otro. Este tema nació en España. Me había echado una siestita tipo tres de la tarde y me empezó a dar vueltas una melodía… Entonces empecé a laburarla mentalmente nota por nota, pero me daba fiaca levantarme y tocarla con la viola. Estaba medio dormido, escuchaba el viento, la gente que pasaba, las bocinas, las voces, y así estuve hasta que no aguanté más, agarré la guitarra y salí con esa milonga que terminó teniendo una melodía rara. Jugueteando, mi inquietud me llevó por esos lados, y terminé incorporando sonidos e instrumentos diferentes a los que venía haciendo con mi guitarra.

De ahí lo de “otros aires”, que calzó como anillo al dedo para titular el disco y que tiene en el tango su “aire” principal. En especial, la versión que Moscato hace de “Soledad”, el clásico del tándem Gardel-Le Pera. “Para este tema, Juanjo Domínguez me dio un ejercicio de cambio de tonalidad para que conozca más la guitarra y sepa dónde estoy parado. Me dijo 'hacelo en tu casa' y no le hice caso. Me metí en un estudio y grabé “Soledad”. Recuerdo que la pasé como por cinco tonalidades y la moví a bolero también, porque justo en el estudio había un güiro y un bongo. Después fui a la casa de Juanjo, se la hice escuchar y me dijo: 'Te dije que lo hagas en tu casa, no en un estudio... ¡y encima la pasaste a bolero! Cambialo y tocalo normal'”, ríe Moscato. “Pero bueno, después el maestro murió y quedó esto como anécdota”.

-¿La pasaste mal en estos tiempos? Se te vio poco...

-Sí. El bajón que estamos viviendo todos es muy grave, vamos y venimos en todo aspecto. La verdad es que no se ve el final del túnel. Yo me bajoneé mucho por la situación laboral. Eso va a lo económico, e influye en lo emocional y anímico. No estudio lo qué estudiaba... ¿Para qué? Hace un tiempo decíamos que la cuarentena era ideal para estudiar y tocar para uno, pero ya está, eso ya pasó. Quiero escuchar el murmullo de la gente, el caramelo que se abre, el abrazo, el aplauso. Fue y es durísimo, además, porque no tenemos lugares para tocar… estamos todos en la misma.

-Una de las pocas cosas que funciona bien en estos tiempos es la memoria. ¿Qué parte de tu historia recordás con más sentimiento y por qué?

-Recuerdo mi primera guitarra, lo que mi mamá trabajó para comprarla, y a mi viejo diciéndome que la viola tiene dos filos: lo profesional y la joda. Pensar en los países que visité gracias a ella me emociona. Me acuerdo de todo y de todos siempre: de mi Villa Corina, de mis vecinos, de mis amigos. Eso me hace ver que seguí el buen camino, el que quería mi papá. De todas maneras, no todo es lindo cuando viajás. La última vez que me fui, mi mamá estaba en terapia intensiva y el hecho de no saber si iba a volver a verla fue muy bravo, además de perder momentos con mi hija.