"El amor es para el hombre el bien, aquello que lo diviniza, que lo hace respetable, Su verdadera humanidad (lo que hace de él un hombre)". Max Stirner

Enrico se había jubilado, creyendo torpemente que llegaba uno de los mejores momentos de su vida, ya que podría disponer del tiempo a su antojo, digamos, sin obligaciones ostensibles. Había olvidado que la vida suele desalentar nuestras convicciones y creencias y se encontró con experiencias que nunca hubiera querido vivir. Siempre había sentido una extrema compasión por el sufrimiento humano y se había prometido a sí mismo no compartirlo. No compartir el dolor, tratar de ahogarlo en el profundo hueco de una intimidad que sabe de su tiempo final. Solía incluso acallar cierta convicción, como el sentimiento de que la vida es tan misteriosamente mágica que no podemos esperar algo mejor y trataba de reprimir el rechazo que sentía ante expresiones como “la vida no tiene sentido”, para no indisponer a sus amigos. 

Será que siendo muy niño había descubierto el alfabeto en un diccionario y había tomado la costumbre de construir historias o narraba películas que había visto, tergiversando algunas escenas para divertir a sus amigos. Cualquier historia que se le ocurría tenía sentido y daba por sentado que el sentido era el núcleo fundamental de un concepto. De hecho, yo coincidía con él, en que el sentido es lo que determina las relaciones y adhería a su formulación, de llamar sin sentido a los intersticios de sinrazón con que suelen gobernar al mundo. Un razonamiento puede ser inconsistente y por igual razón, el sin sentido tenía tanto sentido como el sentido… Pero a Enrico no le interesaba convencer a los otros o al interlocutor, si lo aceptaba era porque le daba la oportunidad de conversar en voz alta. Probablemente esto se debía al ejercicio de la lectura y de la escritura que Enrico practicaba a diario. De allí que se asombrara de que las personas que exaltaran la primacía de lo simbólico, hablaran del sin sentido de la vida o del mundo, puesto que al hablar de símbolos, se hacía imperiosa la noción de sentido, significado y significación, que Enrico conocía bastante bien ya que había pasado más treinta años enseñando Semiótica y Literatura y hubiera sido imposible transmitir una adecuada teoría del signo o de las proposiciones, sin esas nociones. Por supuesto, ya que el interlocutor más cercano que admitía era él mismo y los libros que frecuentaba, amén de alguna que otra conversación conmigo o la correspondencia epistolar que solíamos mantener, solía no contradecir esas razones incoherentes, porque entendía que por más discursos que se hiciesen, nadie descree que la realidad es más importante que las palabras. Evidencia notoria, que comparto, puesto que, desandando nuestros últimos pasajes, solemos repasar nuestra vida y sentir una suerte de reproche íntimo por haber dejado pasar ciertos momentos o no haberlos festejados como merecían. ¡Ah, sí!, me repetía, como si hablara para sí mismo: La vida es bella aún con su pesada carga de fatalidad…y para alivianar esa carga, me refugio en la poesía que suele envolver la vivencia con su envoltorio destinado a intensificarla.

Alguien podría inferir que Enrico era un soñador, un lírico, apartado de la realidad. Nada de eso, a pesar de que solía solventar ciertos rasgos maniáticos y la tendencia a ejecutar algunos actos absurdos… Como un complemento necesariamente contradictorio a un razonamiento, difundía el dictamen de que la literatura, a la que amaba, era una ocupación inocente y como tal daba una conciencia errónea de las cosas, una conciencia literaria. Enseguida sumó un párrafo desconcertante, que me legó en una carta: Sé muchas cosas que muchos no saben, pero no sé casi nada de lo que sabe todo el mundo. Por ejemplo, la palabra real, en latín realis fue inventada durante la controversia entre nominalistas y realistas para significar lo que no es una ficción, como lo es desde luego cualquier palabra de una lengua particular para expresar el significado preciso en término inteligible. Lo real es tal que cualquier cosa que sea es verdadera respecto de lo mismo, no deja de serlo porque algún pensamiento de una persona individual o de un grupo atribuye su predicado a su sujeto, sino que es verdadera, sea lo que fuere que la persona o grupo pueda pensar acerca de la misma. 

Lo cierto es que Enrico frecuentaba a Peirce y a Platón con sumo regocijo y extraía de ambos algunas suposiciones que orientaban sus creencias. Por ejemplo, entendía o creía entender que una proposición fundamental se desprendía de la lectura de los diálogos, especialmente del Fedro. La idea de que, al no haber ningún ser fuera del hombre que tuviera inteligencia y al no haber nada mejor que la inteligencia para la comprensión, ésta debe ser la medida de todas las cosas… Primacía del Logos, se dirá, Logocentrismo, en suma.  A esto, adhería una idea de Peirce de que todo aquel que predica su fe en el razonamiento o acude al mismo para fundamentar un conocimiento, cree, lo admita o no, en un ordenamiento inteligente del universo. Algo que tal vez predominaba en el mundo mental de Spinoza para poder concebir el panteísmo, algo misterioso pero bello y secreto como la idea de que Dios se manifiesta en nuestras buenas acciones, teniendo presente, eso sí, que el bien es un concepto que debe ser universal, nunca individual o subjetivo, lo cual es siempre un objetivo del poder.

Al margen de lo poco propicio que todo esto resulta, para el lector dispuesto a distraerse con una historia más atractiva, lo cierto es que Enrico lograba emanciparse de ese aspecto tan importante y sin embargo crasamente ínfimo, del destino individual, subjetivo, constreñido por el desorden y el absurdo que muchas veces rige a las pasiones humanas. Siglos de educación burguesa y la estúpida creencia en lo ineludible del egoísmo no lo persuadían. Solía razonar que la evolución humana se debe a la tendencia innata del hombre a conformar una comunidad y que el amor era una relación tal que entretejía todo lo que es posible considerar.

En su último tiempo había vuelto a sus lecturas infantiles, para complacer la idea de que los viejos nos parecemos a los niños, aunque una gran parte de mí no ha dejado de serlo, solía declarar. Todas las noches de mi vida para dormirme me he contado y me cuento un cuento con la esperanza de que el sueño me depare la idea de un mundo mejor, cercano a los cuentos y alejado de las cuentas… Entiendo que esto puede dar idea de una diferencia, puesto que lo declaraba públicamente, sin importarle el grado de ridiculez que comporta. Por lo demás, para no agotar al lector, con las vicisitudes de un hombre siempre cercano a cualquiera de nosotros, doy fin a esta nota, transcribiendo una carta que me envió hace algún tiempo y que refleja fielmente lo que sentía. “Algunas personas que me toleran saben que he vuelto al libro más importante para mí, por el cual he agradecido al destino, haber nacido en la lengua castellana. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha…que es su verdadero título. Como cualquier libro puede ser leído de múltiples modos, a mí me ha dado, entre muchas otras cosas, la idea, el sentido predominante del universo de la relación y con ello la primacía de una pasión: la amistad que no necesita de cualidad para nombrarse. Yo nunca me he sentido un escritor en el sentido que puede tener actualmente esa palabra, sólo soy uno más que necesita expresarse, para incluso… acompañar mis ausencias… Leyendo, me detuve en un párrafo que ha sido gravitante y que quisiera compartir con mis amigos. Es un diálogo que tiene Sancho con Tomás Cecial (escudero del Bosque) que finge ser un escudero del Caballero del espejo (simulado por Sansón Carrasco):

Sancho: Más si es verdad lo que comúnmente se dice, que el tener compañero en los trabajos, suele servir de alivio en ellos, con vuesa merced podré consolarme, pues sirve a otro amo tan tonto como el mío.

-Tonto pero valiente -respondió el del Bosque- y más bellaco que tonto y que valiente.

Eso no es el mío -respondió Sancho- digo que no tiene nada de bellaco, antes tiene un alma como un cántaro, no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna, un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día y por esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón y no me amaño a dejarle por más disparates que haga.

Siempre me ha parecido la quintaesencia de la mejor cualidad humana, sin ese amor, Quijote no podría ser Quijote, ni Sancho Sancho…".