El 20 de julio pasado, el creador de Amazon Jeff Bezos voló al espacio exterior en su cohete privado llevando a Oliver Daemen, quien a sus 18 años recibió de su padre holandés como regalo de graduación, un ticket que habría costado 30 millones de dólares. El New Shepard despegó echando fuego desde un desierto en Texas y en tres minutos salió de la atmósfera: la cápsula superior se desprendió y sus cuatro ocupantes desabrocharon cinturones, entre ellos Wally Funk, una frustrada astronauta de 82 años que de joven superó las pruebas para volar con la NASA, pero fue rechazada por ser mujer. En el video interior del vuelo se la ve feliz junto al hermano de Bezos y los demás, liberados de la gravedad: algunos dan vuelta carnero hacia atrás, otros se tiran pelotitas y Bezos besa el techo con las nalgas. Mientras el cohete ya sin punta regresa a Tierra --es reutilizable-- los pasajeros miran a 100 kilómetros de altura, el disco azul terrestre. La fiesta flotante duró poco: volvieron a sus asientos y se abrieron paracaídas. A los 10 minutos de vuelo la cápsula se posó en tierra levantando polvareda. El holandés se acababa de patinar 3 millones de dólares por minuto y Bezos era ya el primer prestador turístico privado en llevar un cliente al espacio (el Estado ruso fue pionero hace 20 años). La nave --sin piloto-- operó con Inteligencia Artificial.

Sin embargo, al listo Jeff Bezos –hombre más rico del mundo-- le había ganado de mano el británico Richard Branson, dueño de Virgin Group, creador de Virgin Galactic. Su plan era el de Bezos, pero antes pretendía hacer otra prueba de su nave alada como un pequeño avión. Para cumplir su desafío de ser el primer billonario en volar a la zona de gravedad cero en su propio juguete, se jugó: adelantó sus planes y despegó nueve días antes que Bezos virándole el podio (aun no llevó turistas sino pilotos). Ninguno de estos vuelos para ricos fue una proeza científica: volaron incluso más bajo que el pionero Yuri Gagarin en 1961 (cerca de 900 astronautas han hecho eso). La novedad es la inauguración de la era neoliberal aeroespacial.

Elon Musk rey de Marte

El tercer implicado en la carrera espacial entre billonarios es el sudafricano Elon Musk, creador de PayPal y Tesla. En 2002 vendió PayPal por 1500 millones de dólares para fundar SpaceX y lanzar cohetes tripulados. Los dos primeros –sin astronautas-- explotaron en el aire y el tercero fue su éxito inicial en 2008. Su despegue económico fue en 2020: desde Cabo Cañaveral llevó dos astronautas de la NASA a la Estación Espacial Internacional en el cohete reutilizable Falcon 9, reduciendo así costos. Donald Trump --allí presente-- declaró que esa empresa “corporiza el ethos americano de pensar a lo grande”. Musk ya ha lanzado centenares de satélites --aspira instalar 30.000 alimentando una peligrosa basura cósmica-- y transporta astronautas con regularidad (él nunca volado). Trump firmó una orden ejecutiva para privatizar la Luna que declara al espacio exterior “un dominio legal y físicamente único de la actividad humana, y EE.UU no lo ve como un bien común global”, en el contexto de que “la incertidumbre respecto al derecho a usar los recursos lunares ha desanimado a algunas entidades comerciales a participar en esa empresa”.

Musk es el más exitoso de los billonarios en este rubro. Desde la tragedia de los transbordadores Challenger y Columbia y el fin de la Guerra Fría, la NASA decaía. Para enviar astronautas en misión, dependió de la agencia rusa Roscosmos por nueve humillantes años, a la que pagaba 80 millones de dólares por cabeza. Aquí el sudafricano encontró su nicho con eficacia y velocidad inéditas. Musk elige sus objetivos por telescopio: Luna en 2024 --“no de visita”-- y Marte en 2030 subcontratado por la NASA. Él mismo aspira “morir en Marte, pero tras vivir allí unos cuantos años”.

Cada emprendedor tiene su relato épico aspiracional. Musk desea convertirnos en una “civilización interplanetaria” que no quede “atrapada” en la Tierra, una estrategia de supervivencia: da por sentado que terminaremos de arruinarla y por eso declaró “debemos llegar a Marte cuanto antes… si nuestra especie pretende sobrevivir, de alguna manera tendremos que escapar”. Se piensa como futuro colono y no mero vendedor de turismo como Branson y Bezos. Se cree un Mesías aero-tecnológico que instalará un reino de avanzada en el medio siglo de vida que le puede quedar.

La República de Bezos

En el reparto de negocios, a Blue Origin --empresa de Bezos-- le tocará un papel junto a su competidora SpaceX en el proyecto Artemisa: la NASA aspira regresar a la Luna como trampolín a los planetas. El relato corporativo de este ingeniero en computación incluye “una red de urbanizaciones espaciales”. Pero en su perspectiva anti-apocalíptica difiere de Musk. No cree que un asteroide o guerra nos obliguen a desalojar la Tierra. Entiende que la demanda energética del planeta agotará las fuentes: “tendremos que parar de crecer, lo cual es un muy mal futuro”. Su idea para evitarlo es construir descomunales estructuras cilíndricas que floten en órbita para mudar la industria pesada y “mantener la Tierra como una bella gema”. Serían ciudades satélite flotantes con trenes aéreos, rascacielos, campos, aves y playas “sin lluvias ni terremotos… y trillones de humanos en el sistema solar… nacerían miles de Mozarts y Einsteins; será una civilización increíble.”. A la Tierra volveríamos como de vacaciones. La gran pregunta es: ¿Esas personas serían exiliadas o una aristocracia privilegiada?

Bezos ve allí una forma de descompresión poblacional y ecológica. Sus planes los presentó con renders y videos aclarando que serían para generaciones futuras: “tenemos que ir al espacio para salvar la Tierra” dijo emocionado, justificando su monopolio de ventas detrás de un generoso ecologismo. Por eso considera a Blue Origin su “trabajo más importante”, para el cual habría hecho su fortuna previa. Su primera novia declaró que Jeff –fan de Star Trek-- “ganó tanto dinero con el único objetivo de viajar al espacio”. En 1982 un periodista del Miami Herald hizo una crónica que recogió frases proféticas del discurso de graduación en el secundario de un tal Bezos: “quiero construir colonias espaciales para dos o tres millones de personas… el objetivo final es convertir la Tierra en un gran parque nacional.”

Amos del universo

Uno de los negocios sería la minería de asteroides, la Luna y Marte en busca de platino, litio, paladio, níquel y helio-3. Desde que se descubrió hielo en la Luna, se sabe que hay agua divisible en oxígeno e hidrógeno para propulsión (como el cohete de Bezos). Eso reflotó el interés chino y ruso en ella como estación de servicio para seguir viaje (EE.UU aprieta el acelerador reviviendo la astropolitiks). Se calcula que el turismo aeroespacial costará 250.000 dólares por un vuelo corto. Pero el negocio está en los contratos de transporte, telecomunicaciones y armamento con la NASA y el Pentágono. Musk desarrolla cohetes para transportar armas de destrucción masiva. Ese uso militar se mantiene con bajo perfil tras el show de vuelos tripulados que son casi una entelequia, útiles a nivel marketing hacia la opinión pública y los políticos para que se continúe contratando a estos emprendedores preocupados por la humanidad. Un grupo reducido de ellos facturó entre 2012 y 2017 al Estado 10.000 millones de dólares: su supuesta autosuficiencia se basa en millonarias subvenciones en un país que no le garantiza a parte de su población una salud pública de calidad.

Dentro de poco habrá hoteles y restaurantes suborbitales (hoy se cena en vertiginosas plataformas colgantes al aire libre en rascacielos). Existirán parques de diversiones para niños adultos muy ricos que lo hayan probado todo en la Tierra –habiéndole perdido el gustito-- y quieran jugar a los astronautas, ya sin padres que les pongan límite. Pero detrás de esto ha comenzado una nueva “guerra fría” aeroespacial entre CEOs con egos estratosféricos --ricos como nadie lo ha sido-- fogueados ya en el cyberespacio. Son Genghis Khanes de la posmodernidad: la Tierra le ha quedado chica a sus imperios. Algunos coquetean con la inmortalidad digital y acaso crean posible ver concretadas sus utopías flotantes. Hoy por hoy, tienen voraces negocios terrenales y cierto espíritu aventurero real: exponen un poco el cuerpo. Los ceba la evidencia del crecimiento exponencial de sus empresas y la profecía del senador Ted Cruz: “el primer trimillonario se constituirá en el espacio”.