El maestro del género negro, Guillermo Orsi, narra la violencia como si navegara por las entrañas de un mundo en descomposición. Verónica Berutti, que enviudó dos veces, es abogada de Ana Torrente, alias Miss Bolivia, una reina de belleza que llega a Buenos Aires con la ilusión de triunfar, pero termina hundiéndose en el tráfico de drogas. Ciudad Santa, novela que ganó el Premio Dashiell Hammett en 2010 y vuelve a circular reeditada por Tusquets, empieza con la ejecución de un político en el conurbano bonaerense. Un crucero turístico queda encallado en el fangoso Río de La Plata. Los personajes, con tal de satisfacer su afán de codicia y poder, son capaces de asesinar, engañar y traicionar. Los policías no investigan; son parte del problema. El Oso Berlusconi es un policía retirado definido como “basura dictatorial”, “un carnicero eficiente para armar operaciones clandestinas”.

Desde Villa del Dique, un pueblo de las sierras cordobesas, Orsi, porteño que nació en el barrio de La Boca, pero a los cinco años la familia se mudó a Coghlan, desea que la trepidante Ciudad Santa tenga una segunda oportunidad, una especie de revancha literaria. Por una serie de reconocimientos que obtuvo en España, el escritor es más leído allá que acá. El autor de El vagón de los locos (Premio Emecé, 1978), Cuerpo de mujer (1983) y Tripulantes de un viejo bolero, (1995) ganó el Premio Umbriel de la Semana Negra 2004 con Sueños de perro. Con Nadie ama a un policía (2007) se llevó el II Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona; y con Ciudad Santa (2009) obtuvo el Dashiell Hammett en 2010. “Yo había escrito varias novelas de género negro que habían tenido repercusión en España; pero ninguna de esas novelas transitaba por Buenos Aires. Le debía una novela a Buenos Aires. Le voy a hacer un homenaje negro, me dije”, recuerda el autor de Buscadores de oro (2007), Fantasmas del desierto (2014), finalista del Premio Hammett; y Siempre hay alguien a quien matar (2015).

“Hay autores que saben perfectamente adónde va la novela que están escribiendo y todo su trabajo consiste en tejer la urdimbre entre el comienzo y el final. No es mi caso –aclara Orsi en la entrevista con Página/12-. La escritura es una pasión y un juego. Hay personajes que se imponen y otros que desaparecen a las pocas páginas. A veces hay personajes que decís: ‘este me va acompañar, va a ser el héroe’, y resulta que a las treinta o cuarenta páginas se suicidó o lo mataron, sobre todo en la novela negra, donde los tiros van por todos lados”.

-Uno de los personajes de “Ciudad Santa”, Verónica, recuerda lo que dijo un compañero de facultad: “el poder no cambia de manos”. ¿Por qué hay tanto escepticismo en esta novela?

-Yo no soy responsable de todo lo que dicen los personajes; discuto a veces con ellos. Yo soy escéptico, pero cuando hablo con chicos jóvenes trato de no contagiarles mi escepticismo. Cualquiera de mi generación, sea un escritor o haga lo que haga, es necesariamente escéptico. Al empoderamiento de la voluntad de los pueblos, como se dice ahora, sucede una caída, una irrupción del poder real, que es el poder económico. El poder real no cambia de manos. En Argentina y América Latina se dan esos ciclos; somos parte de un continente que está sometido a la voluntad imperial. Y la voluntad imperial determina que seamos lo que somos: proveedores de materias primas. Cuando intentamos un desarrollo industrial, como intentamos en diversas etapas de la historia reciente de la Argentina, dura muy poco. Pasó en la época de Perón: el peronismo como un intento de desarrollo industrial frustrado por la revolución fusiladora. Ahora los golpes no son militares, son mediáticos; pulieron las herramientas. Estamos asistiendo a una lucha de un poder muy débil, que es el poder político que yo elegí, contra un poder omnívoro, que está intentando que fracase esta experiencia, ayudado por la pandemia. Ciudad Santa la terminé de escribir a fines de 2009 y la ubiqué en la época del fin de la convertibilidad, antes de que surgiera el kirchnerismo; un tiempo convulso en que no se sabía lo que iba a pasar.

-A propósito de los ciclos de la historia, como naciste en el 46, ¿fuiste un niño peronista?

-Yo nací con el peronismo, mi primer berrido habrá sido peronista (risas). Mi padre era antiperonista, así que en mi casa no había peronismo; pero en el barrio de Coghlan sí. Cuando cayó Perón, recuerdo que la abuela de un amigo, que su familia era peronista, se enfermó y tuvo fiebre. Y mi viejo se reía y decía: “ah, se enfermó porque cayó Perón”. Pasaron muchos años hasta que me enteré lo trágica que había sido la caída de Perón; los bombardeos y las víctimas que ahora conocemos, pero que en ese momento no se conocían. Yo era chico y no me interesaba la política, algo que sí me empezó a interesar en la avanzada adolescencia, cuando tomé consciencia del país en el que vivía. Siempre hubo grieta, siempre hubo enfrentamientos.

-Lo que pasó en muchas familias antiperonistas fue que sus hijos, por rebeldía y rechazo, se convirtieron en peronistas. ¿Cómo fue tu relación con el peronismo?

-Yo no soy peronista. Yo era marxista, simpatizaba más con el ERP que con Montoneros, y no me permitía ser peronista porque los marxistas tomaban al peronismo como un movimiento populista. El término que hoy está de moda lo usaban para descalificar la experiencia peronista. Pero en los hechos, cuando tenía que votar, siempre votaba peronismo. Cuando volvió Perón, el 20 de junio de 1973, fui a recibir a Perón como un peronista más; una experiencia inolvidable con millones de personas marchando por la autopista Ezeiza en un día espléndido que terminó con la masacre. Pero en principio fue una fiesta. Mi decepción con Perón se dio al día siguiente, cuando después de la masacre, habló por cadena nacional justificando que había sido una provocación de los sectores revolucionarios. Yo me sentí defraudado; este viejo era un tipo muy taimado. Yo voté siempre al peronismo y hoy lo apoyo más que nunca. El peronismo es la única herramienta que tiene el pueblo para salir adelante.

-¿Por qué en “Ciudad Santa” la policía tiene muchos resabios de la dictadura?

-La policía es un cuerpo que no fue depurado a fondo. Hubo intentos de reformas de la estructura policial, pero nunca se llegó a fondo. La policía apoyó los operativos militares; las zonas liberadas en las cuales actuaban los grupos de tarea. La violencia policial persiste hacia el humilde, el cabecita negra, el hombre o la mujer a quienes ellos desprecian y consideran inferior. Alejandro Gallo, un amigo en Asturias, es el jefe de policía de Gijón y es escritor y filósofo, un tipo con una cultura impresionante. Cuando estuve en Gijón me dijo: “ven que te voy a mostrar cómo trabajamos” ... Y me llevó a la jefatura, al centro de operaciones, muy orgulloso de la tecnología que tenía en ese momento. Pero es un policía anómalo; no quiere decir que la policía en España tenga la calidad de mi amigo.

-En “Ciudad Santa” uno de los personajes dice: “la sociedad se globaliza, la prostitución y la droga también”. ¿Cómo explicar este fenómeno de globalización del delito y el crimen?

-El capitalismo está en una etapa terminal, pero eso no quiere decir que termine mañana. El capitalismo productivo está en retirada, le cuesta insertarse y cada vez más la economía se concentra y lo que se llama capitalismo financiero domina el poder. Un ejemplo claro es el último gobierno macrista, donde la gran cantidad de dinero que se recibió, tanto del Fondo Monetario como prestamistas privados, no fue a obra pública ni fue a obra privada. La coparon los delincuentes que nos estaban gobernando y la fugaron; se la llevaron a sus paraísos fiscales con el beneplácito de quienes les otorgaron los préstamos. La plata que llegó para sostener una experiencia neoliberal más desapareció. Esa plata está en manos de ellos, claro. Ya cuando era joven decían que el capitalismo estaba terminado; el capitalismo es un monstruo que va cambiando de formas y va afinando sus herramientas. No sé hasta cuándo va a durar, pero está. Los países tercermundistas de América Latina, de Asia y de África somos importadores netos de capitales porque la fuga de divisas es eso: las grandes empresas que vienen a invertir se llevan los réditos afuera. Muy pocas invierten en el país al que llegan. El capitalismo financiero nos está arrinconando cada vez más. Tengo una mínima esperanza de que esto cambie, de que haya una reacción popular.

Un pequeño desvío surge de la más estricta actualidad. Orsi cuenta que está impresionado por “la violencia pura” del spot de campaña de Florencio Randazzo en el que recrea la supuesta discusión en 2015 con la entonces presidenta Cristina Fernández. Randazzo quería competir en las internas presidenciales con Daniel Scioli y no aceptó ser candidato a gobernador en la provincia de Buenos Aires. “La figura de Cristina, a quien he votado, va a ser reivindicada. Los historiadores van a hablar de una época donde una mujer ocupó el principal rol político de un país. Y lo condujo en plena crisis de Lehman Brothers en 2008, 2009. Después ya no fue lo mismo porque cayeron los precios de las materias primas y la situación fue muy dura. Pero sacó el país adelante tratando de no descargar el peso de esa crisis en la clase trabajadora y los más vulnerables. Y lo logró”, recuerda el escritor.

-Volviendo a la novela, hay dos mujeres importantes: Verónica y Miss Bolivia. ¿Cómo concebiste a estas mujeres?

-Las dos son víctimas de los hombres; pero a la vez no me planteo un preconcepto. No empiezo a escribir un personaje femenino para reivindicar a la mujer. No; las dejo que crezcan. Si esa mujer es la peor de la historia, la dejo que se desarrolle. Y si empatizo con ella, la sigo y trato de que no me defraude y no defraudarla a ella como autor. Miss Bolivia es una reina de belleza de Santa Cruz de la Sierra, una zona racista que está en las antípodas de lo que es altiplano. Ella llega a Buenos Aires, quiere triunfar, y recurre a lo que encuentra. Verónica tuvo la desgracia de enviudar dos veces a balazos, lo cual no es común. No quiero espoilear la novela, tampoco voy a escribir una segunda Ciudad Santa, que no se asuste el enorme público lector que me sigue.

-¿Tuviste en mente escribir la continuación de “Ciudad Santa”?

-No, para nada. Yo gané un premio con una novela que se llama Nadie ama a un policía, y tiene como protagonista a un policía que abandonó la policía en la época de la dictadura. El apelativo del protagonista es Gotán, porque le gusta el tango y baila tango. Gotán aparece en Fantasmas del desierto, novela que fue finalista del Premio Hammett. Y ahora acabo de terminar una con Gotán, que se llama Chau, Gotán. Nunca me propuse escribir una trilogía. Gotán es un tipo violento, complicado, muy machista; por haber sido policía lo abandona una mujer de la que él estaba enamorado. Esa mujer está bailando con Gotán y él le confiesa que es policía. Ella lo planta en el medio del baile, en un salón en Pompeya, y le dice: “nadie ama a un policía”, por eso el título de la novela.

Vértigo y conflicto

 

“Yo no practico una literatura disruptiva, en el sentido de cambiar la estructura de la novela”, advierte Guillermo Orsi. “Antes de hacer pintura figurativa, tenés que aprender a dibujar y a pintar formalmente. Eso dicen los plásticos y debe ser cierto. Empezar a romper todo sin saber escribir nada no tiene sentido”, agrega el autor de Ciudad Santa. “El desafío de escribir en el género negro es contar una historia que tenga cierta coherencia y que no te queden personajes ni situaciones sueltas. Que no sea como esos finales de las series de Netflix en la que esperás que llegue el último capítulo y la resolución queda para la otra temporada. En la novela negra no tiene que haber otra temporada. Aunque después se siga escribiendo una saga con un personaje, el final tiene que ser digno –compara Orsi-. Podés tratar el amor y las preocupaciones metafísicas propia de la condición humana dentro de un género que exige un ritmo, una narración de hechos concretos. El género negro tiene que tener vértigo y conflicto; es como un culebrón negro, pero culebrón al fin”.