Tras el enorme e inesperado éxito que le reportó su novela Mystic River en 2001, Dennis Lehane quiso reinventar su literatura. En cierto modo, lo había hecho: la novela que Clint Eastwood adaptó al cine, con Sean Penn, Tim Robbins y Kevin Bacon en los protagónicos, fue el modo que Lehane tuvo de pasar carpeta a la saga de policiales que venía escribiendo desde el año 1994 cuando apareció Un trago antes de la guerra. Su plan era sencillo: salir de la trama detectivesca para entrar en el retrato social ensayado en varias novelas por tipos como Richard Price. Lehane entonces empezó a cabalgar entre la televisión y la literatura. Para lo primero, colaboró con su admirado Price en una de las series más exitosas y aclamadas de la historia: The Wire. Escribió capítulos para Boardwalk Empire y ahora estaba haciendo lo suyo en la adaptación a televisión de Mr. Mercedes, la novela policial de Stephen King. En literatura, tuvo un coqueteo con el gótico con Shutter Island también adaptada al cine, en este caso por Scorsese, y el relato de detective barrial en Desapareció una noche, recordado debut cinematográfico de Ben Affleck. Otra breve incursión en el relato negro barrial fue The Drop, cuento que derivó en nouvelle y fue llevado al cine por Michael Roskam con James Gandolfini antes de su muerte y Tom Hardy en los protagónicos.

Entonces ocurrió lo que le ocurre a un escritor norteamericano que empieza a aburrirse de su voz o a creer que se repite por su éxito: quiso dar un nuevo volantazo. Basta de relato social, de novelas de detectives; basta de una voz que ya venía cantando la misma canción hasta convertirse en un jingle de su pasado en el bajo fondo. Comenzó a investigar sobre Boston en los años 20, tal vez inspirado por su incursión en la mencionada Boardwalk Empire: la primera posguerra mundial, el comienzo de los sindicatos, el surgimiento de la mafia irlandesa, el partido laboristas y los grupos de anarquistas, los primeros enfrentamientos entre la policía y las marchas sociales, las primeras tensiones raciales después de la abolición de la esclavitud, los malos manejos económicos en los clubes de béisbol. Lehane se documentó como si se tratara de un libro de historia. La novela le llevó cinco años; tres borradores que arrancó de cero, y un resultado de setecientas páginas. Cualquier otro día narra la historia de Aiden “Danny” Coughlin, un policía que intenta recibir información clandestina en el manejo de los fondos del club de Béisbol, los famosos Red Socks, mediante Luther Laurence, uno de los primeros jugadores negros. La novela histórica de a poco toma dimensiones épicas y Lehane terminó escribiendo una novela de gángsters con un clímax en el famoso paro de trabajadores de Boston de 1919 que terminó en un fuego cruzado desde el 95 por ciento del cuerpo policial, los trabajadores, los jugadores de football americano de Harvard (armados) y los ferroviarios. “Fue una imagen que cuando la leí en una nota al pie de un documento no me la pude sacar de la cabeza” dijo Lehane.

Esa imagen derivó en una trilogía que siguió con una novela de menor escala y ambición: Vivir de Noche persigue al hermano de Danny desde Boston hasta los casinos en la década del 20 en Cuba, y ahora Salamandra acaba de publicar la última de la conocida como “trilogía Coughlin”: Ese mundo desaparecido. “Es una novela sobre la muerte”, dijo Lehane recientemente en una entrevista. “Escribí cada página con la presencia de la muerte. Mi hermano enfermó durante el proceso de escritura y murió cuando la publiqué”. Es la primera vez que Lehane incursiona en elementos netamente fantásticos: Joseph Coughlin, que en el inicio de la trilogía tenía apenas once años y es el nieto del capitán de policía, vive con su hijo y todavía atraviesa el luto por la muerte de su mujer, Gabriela. Trabaja como asesor económico, aunque en verdad asesora mafiosos en sus pequeños negocios turbios de chiquitaje y asuntos de la calle. Está retirado, vive apaciblemente la década de los cuarenta, hasta que los días de  Coughlin toman un curso inesperado cuando su nombre es mencionado por Theresa del Frisco, una asesina presa, que saca su nombre de la galera en la oficina de un policía. Aunque el verdadero temor comienza en verdad cuando Coughlin ve en la calle una señal: el fantasma de un chico. “Apareció cuando había terminado el primer borrador. No entendía por qué la novela no funcionaba hasta que surgió. Es la metáfora de la pérdida de un ser querido y me servía para ver a mis personajes dialogar entre ellos sobre lo que no siempre podemos hablar”.     

La estructura en varias novelas de Lehane, que se considera a sí mismo un escritor político, no es una relojería perfecta; es densa, larga, cadenciosa, dramática. Lehane tiene un gran oído para los diálogos y captura muy bien los detalles en la intimidad de sus personajes. Uno no tiene la sensación de estar leyendo sino habitando la novela de un modo incómodo y voraz. Porque a pesar de haber pegado tantos volantazos para buscar nuevas formas y nuevas voces, Lehane no perdió el rumbo dislocado y dramático de sus estructuras, en las cuales no se trata de encajar las piezas dispersas en una línea temporal para que el sentido emerja como un todo acabado y final. Son fuerzas internas que se mueven por arriba de la acción, los tiroteos y los muertos que, indefectiblemente, hacen avanzar la trama, resultado que se produce, diríamos, por convenciones del género de gángsters. A Lehane parece interesarle más la psicología contenida de sus personajes que se mueven como placas tectónicas; lentamente, de un modo invisible. Y hacia el final, lo que vemos, es un territorio encastrado, irregular; el resabio dramático que queda entre lo que se quiere y aquello que se pierde sin querer.

Ese mundo desaparecido Dennis Lehane Salamandra 352 páginas