El que espera no desespera por obra y gracia de Alessandro Baricco, el escritor italiano que presentó ayer La Esposa joven (Anagrama), en la 43° Feria del Libro de Buenos Aires, una novela exquisita que combina la alegoría homérica con la fábula barroca de aires decimonónicos. Todos han muerto de noche, desde hace ciento trece años, en esa estrambótica familia italiana de principios de siglo XX, adonde llega la Esposa joven para casarse con el Hijo, como lo habían acordado tres años atrás. Como el futuro marido está en Inglaterra, ella decide esperar en la casa, donde “la infelicidad no es bienvenida” porque es “una pérdida de tiempo, una forma de lujo que, durante cierto número de años, nadie puede permitirse aún”. La familia practicará un abanico de extravagancias como preparar desayunos pantagruélicos que son “ritos de agradecimiento”, desconfiar de los libros porque “distraen innecesariamente” o temer a la noche. La anomalía se amplifica cuando se pone el foco en cada personaje: el Padre está enfermo de “una inexactitud del corazón”; la Madre, dueña de una belleza mitológica, es artífice de silogismos inescrutables; el Tío, que se apropió de un parentesco que no tiene, pasa la mayor parte del tiempo dormido, y la Hija es minusválida.

“Todo lo que escribimos guarda relación con lo que somos, o con lo que fuimos, pero que por lo que a mí respecta nunca he pensado que el oficio de escribir pueda resolverse en transmutar en una forma literaria nuestros propios asuntos, mediante la penosa estratagema de modificar los nombres y, a veces, la secuencia de acontecimientos, cuando en cambio el sentido más justo de lo que podemos hacer siempre me ha parecido interponer entre nuestra vida y lo que escribimos una distancia magnífica que, forjada por la imaginación, primero, y colmado luego por el oficio y por la dedicación, nos lleva hacia otro lugar donde aparecen mundos que no existían con anterioridad, donde todo lo que hay que es íntimamente nuestro, inconfesablemente nuestro, así vuelve a existir, pero ya ignoto para nosotros, y tocado por la gracia de formas delicadísimas, como fósiles o mariposas”. Este fragmento de La Esposa joven se inscribe en el juego metaliterario de un narrador anfibio que se inmiscuye para “esclarecer la geometría de los hechos” y reflexionar acerca del rumbo de su trabajo.

Baricco (Turín, 1958), reconocido mundialmente por Seda, sonríe con la amable resignación de quien preferiría evitar el padecimiento de las entrevistas. “Lo primero que apareció de la novela es el gran desayuno, la idea de esta familia que desayuna hasta las tres de la tarde y tienen terror de la noche porque todos murieron de noche”, cuenta el autor de Tierras de cristal, Mr Gwyn y Tres veces al amanecer, entre otras novelas, y ensayos como Next. Sobre la globalización y el mundo que viene y Los bárbaros. El escritor italiano, que fue distinguido con el título de doctor honoris causa de la Unsam (Universidad Nacional de San Martín), fundó en 1994, en su ciudad natal, una escuela de técnicas de escritura llamada Holden, como el personaje de J.D.Salinger.

–“La Esposa joven” es una novela sobre la espera y la ausencia. ¿Qué le interesa explorar con estos temas?

–No tengo una respuesta; es la primera vez que lo pienso. Sé que en La Esposa joven el tema es la espera y estoy convencido de que en el tiempo en que esperamos algo suceden las cosas importantes. Las cosas que esperamos no son tan importantes, pero lo que ocurre mientras esperamos sí es muy importante. La ausencia es magnífica, es un lugar literario bellísimo, incluso en la vida la ausencia es algo muy fuerte. 

–¿De dónde viene la siguiente frase de la novela: “El tango le proporciona un pasado a quien no lo tiene y un futuro a quien no lo espera”. 

–La primera mitad de la frase la debo haber leído en un libro, pero no sé de quién: “el tango le proporciona un pasado a quien no lo tiene”. La segunda parte es mía (risas). El tango es irresistible; ver bailar es algo muy bello, pero el tango tiene algo más, probablemente sea una cuestión de erotismo.

–¿Por qué La Esposa joven es una novela escrita en el siglo XXI, pero como si tuviera aires decimonónicos?

–Hay casas donde hay un sofá muy moderno, un viejo sillón y un cuadro del 1600; este libro está hecho así, tiene esta idea de belleza. La escritura de la novela, cuando se cuenta cómo es la familia, es una escritura literaria italiana de los años 50, como El gatopardo de (Giuseppe Tomasi di) Lampedusa, que a su vez contaba desde el siglo XIX. De ahí viene esa sensación de encontrarte en el siglo XIX, pero la prosa de ese siglo era completamente diferente. Cuando los personajes hablan, uso una técnica muy contemporánea. Entonces combino el sofá moderno y la mesa tibetana del siglo XIII.

–¿Qué encuentra en la excentricidad y la extravagancia de la familia?

–Lo excéntrico no me interesa en mi vida. Yo no soy excéntrico. Cuando escribo, es posible que me guste lo que tenga que ver con la anomalía. En el excéntrico siempre hay una forma de exhibicionismo, pero en mi novela los personajes no tienen el ansia de hacer un espectáculo para los otros; son extraños de una manera muy normal, muy natural. Por eso me cuesta un poco pensarlos como excéntricos. Hay un pequeño placer cuando reciben invitados, pero ellos son así. Incluso a la Madre, que tiene una belleza tan espectacular y que ha generado tantos desastres, no le interesa sembrar desastres. 

–La novela tiene momentos de mucha intimidad y erotismo. ¿Qué relación encuentra entre el erotismo y la escritura?

–El erotismo es una de las cosas que podemos hacer cuando escribimos. La escritura puede ser mucho más erótica en escenas que no son sexuales; es una zona de la experiencia humana a la que cada tanto me gusta llevar a mis lectores. Este libro es un caso un poco particular porque todo lo que la Esposa joven aprende del mundo lo aprende siempre en un momento en que hay cuerpos que se encuentran; por lo tanto hay muchas escenas de cuerpos, que es en especial la idea de este libro.

–¿Cómo resultó la experiencia de escribir esas escenas?

–No es sencillo, pero uno siempre escribe sobre muchas cosas que no hizo ni hará en su vida. En cuanto a las escenas de sexo, en el fondo algo siempre sabemos, seguramente más que sobre alguien que hace una subida de 8000 metros. Es parte del talento de quien escribe esa capacidad de entrar en vidas que él no ha llevado, que no ha tenido; es una capacidad de ilusionista, de mago. Una vez escribí una historia de boxeo y tiempo después un boxeador me dijo: “yo leí las mismas sensaciones que tengo cuando estoy arriba del ring”.

–¿Los miedos se heredan, como se plantea en la novela?

–Sí, pero no son los miedos del escritor, son miedos de la persona. Cuando yo escribo, no tengo miedo; es como cuando le preguntan a un piloto de Fórmula 1 si tiene miedo. Ellos saben que pueden morir, pero no tienen miedo. Cuando empiezan a sentir miedo, dejan de correr. 

–¿Cómo trabajó el estilo tan exquisito de la novela?

–El estilo viene de El gatopardo porque me parecía muy apropiada para esa familia, que es una familia barroca; por lo tanto contar la historia con una escritura a lo (Ernest) Hemingway me parecía horrendo. Encontré esa musicalidad del estilo, además es muy lindo técnicamente escribir así porque es algo físico, como si trabajaras siempre con plástico o vidrio y de repente trabajás con madera. La madera es diferente, sentís sus venas; es una materia viva que ha vivido y ha respirado. Algunas frases de la novela siguen respirando como la buena madera.