Son alrededor de dos centenares de fotos fechadas al dorso en el invierno y el verano de 1941 y 1942. Los modelos masculinos que posan desnudos o semidesnudos son todos jóvenes de una belleza a la que no hizo mella las inclemencias del tiempo o el polvo. Los muchachos invariablemente sonríen, contemplan provocativos a la cámara, se despatarran en un diván, se tapan o muestran orgullosamente el trasero y los genitales. Hay fotos grupales de marineros abrazados con una complicidad que hubiera hecho las delicias de Walt Whitman.

Son las fotografías pertenecientes a los expedientes judiciales del llamado escándalo de los cadetes. Según la reconstrucción histórica, son las que el joven fotógrafo amateur Jorge Horacio Ballvé Piñero les sacaba a los varones que, previamente seducidos en la calle iban a su departamento de Recoleta a bailar, beber o tener relaciones eróticas. Hoy esa singular colección fotográfica destinada al placer y el goce estético personal que permanece cautiva en un archivo judicial resulta testigo mudo de una de las peores tragedias para la memoria colectiva LGTBIQ. En efecto, las imágenes resultaron claves para incriminar a unos amigos que solo querían divertirse.

El valor de las fotos

Por un lado, a casi ochenta años de los sucesos, la difusión de las fotografías permitiría reivindicar como víctimas a los supuestos victimarios, cuestión que siempre parece costarle a la Historia. Sin ir más lejos, los “hombres del triángulo rosa” de los campos de concentración nazi tardaron casi medio siglo en ser homenajeados. Aún más: tras la guerra, persistían las leyes anti-homosexuales en Alemania y muchos de los prisioneros gays sobrevivientes fueron enviados a cárceles o sometidos a terapias de reconversión.

Por otro lado, más allá de su valor histórico para investigadores y como testimonio de una época, tienen un valor estético. En este sentido las fotografías pioneras del erotismo masculino pueden ser difundidas en libros, exposiciones o muestras de arte tal como sucede con las fotografías de efebos tomadas por el Baron von Gloeden en Taormina o las fotografías homoeróticas entre soldados de la Primera y Segunda Guerra Mundial.

Fiestas rosas y oliva

El llamado “escándalo de los cadetes” fue un hecho aberrante que inaugura la homofobia por parte del Estado argentino. En 1942, los jóvenes Jorge Horacio Ballvé Piñero, Romualdo Naón y Daniel Duggan fueron denunciados policialmente por organizar orgías sexuales entre varones en departamentos de Recoleta. A partir de la denuncia comenzó para ellos y otros muchachos un calvario que truncó el resto de sus vidas: torturas físicas y psicológicas en la comisaría, largos años en prisión, oprobio público y el suicidio de Duggan.

La acusación era por “corrupción de menores”, subterfugio que encubría la homofobia porque más allá de que se trataba de mera holganza con el consentimiento de todos, al momento de la detención el propio Ballvé era menor de edad. La hipocresía llega al paroxismo cuando se advierte que la bella modelo Blanca “Sonia” Abrate de diecinueve años que en ocasiones era anzuelo sexual para seducir muchachos en las calles y llevarlos a los brazos de Ballvé y compañía también fue procesada y encarcelada. No pasó lo mismo con Roberto Noble, su amante por entonces cuarentón y a la postre creador de “Clarín”.

Una de las subversiones de las fiestas privadas es que mixturaban a la clase social privilegiada con obreros, lecheros, canillitas, lavaplatos, gasolineros, boxeadores, flâneurs, soldados, marineros y cadetes del Colegio Militar que eran reclutados de las calles para el baile y la concupiscencia. Quizás esa era la osadía mayúscula: conciliar dos mundos inconciliables. Al decir de María Moreno se trataba de fiestas negras que mezclaban el rosa al que se asocia popularmente la cultura gay con el verde oliva al que se asocia la disciplina militar.

La presentación

En la simbólica fecha del 28 de junio pasado, la Asociación Civil 100 % Diversidad y Derechos hizo una presentación de 43 fojas ante el Juzgado Criminal y Correccional n° 49 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En el escrito se solicita a la jueza que disponga las medidas conducentes a fin de permitir finalmente la difusión de manera integral de la causa incluidas las fotografías. Francisco Cotado, uno de los responsables de la presentación charló en forma exclusiva con Soy.

¿Cuáles son los argumentos legales para solicitar las fotos?

-Planteamos el derecho a la verdad. Toda la sociedad, pero particularmente la comunidad LGTB tiene el derecho de recuperar un capítulo clave de la historia de la homofobia. En este sentido, las fotos de Ballvé son de valor histórico y debe salir a la luz y ser accesible para toda la sociedad.

¿El derecho a la verdad es el mismo utilizado para los Juicios por la Memoria?

-Sí, el derecho a la verdad nace en contextos de violencia estatal en contextos autoritarios y ligado a la desaparición de personas. Ese derecho a la verdad fue cambiando con el tiempo y mutó a un derecho de carácter social que tiene que ver con las violaciones a los derechos humanos. Esta causa da cuenta de las violaciones a derechos humanos por orientación sexual de los protagonistas, de las víctimas. En este caso, el derecho a la verdad tiene que entenderse con una perspectiva de género y de diversidad.

¿No podría esgrimirse como argumento contrario el derecho a la intimidad de los jóvenes?

-Nosotros ya hicimos una primera presentación más laxa con el objetivo de llegar a las fotografías para difundirlas y nos la negaron alegando el resguardo de los derechos de las víctimas y de los imputados fotografiados, lo cual tiene un sustento jurídico porque no cualquier imagen se puede difundir. Pero los derechos no son absolutos: ni el derecho a difundir, ni el derecho a negar. Hay un límite en donde nosotros decimos esto tiene un valor histórico y hay un derecho a la libertad de expresión y a la información pública del Estado. Hay normativas a nivel nacional e internacional donde en casos en que tiene importancia para la sociedad por violaciones a los derechos humanos, las imágenes de personas pueden difundirse sin consentimiento. En este caso, es un hecho fundacional del Estado homófobo. A eso se suma que las personas fueron fotografiadas con pleno consentimiento. Hay que difundir esta parte de la historia LGTBIQ+. De lo contrario el Estado está impidiendo a la población acceder a una parte de la historia.