A exactos 18 años del incendio más terrible que se sobreviviera en Potrero de Garay, sus pobladores padecieron otra vez el horror de las llamas y los vientos de fuego que alcanzaron hasta los 80 kilómetros por hora. Aquel 18 de agosto de 2003 una pareja de peones rurales, Estela María Molina de 36 años y su esposo José Visconti de 41, murieron quemados cuando fueron por el ganado que su patrón, Raúl Altamira Gigena, les había ordenado ir a buscar. Sus cuatro hijes quedaron huérfanos. También ese día, entre las llamas que arrasaron los pinares del Observatorio Astrológico de Bosque Alegre, cercano a Falda del Carmen, murió abrasado el profesor Héctor Moyano, de 64 años.

Por un absurdo y siniestro designio (o no, quién sabe), el infierno volvió a suceder, pero sin víctimas humanas. Esta vez el origen habría sido la caída de un poste de alta tensión de la EPEC (la Empresa Provincial de Energía de Córdoba), “cerca del pueblo (San Clemente) y alguna gente dice haberlo visto”, le dijo el intendente Ramón Cuello al periodista Miguel Clariá. A ese supuesto accidente del poste y el chisperío, se sumaron la sequía, el ardiente viento del norte y los más de 35 grados en pleno agosto que hicieron el resto.

Desde la zona conocida como El Potrerillo, cerca de San Clemente, la veloz franja de fuego que comenzó en los pastizales (re)corrió hasta la zona de Potrero de Garay donde encontró el combustible perfecto para hacer de éste “un incendio explosivo”, como lo calificaron desde el gobierno provincial: la resina de los pinos que son característicos del lugar --aunque no autóctonos--. Así, 18 años después Potrero de Garay y sus casi 1.500 habitantes se despertaron otra vez con el crepitar de las llamas y el estallido de las piñas de los pinares que al contacto con el fuego se convierten en verdaderas granadas naturales. “La resina es muy inflamable”, repitieron funcionarios y ambientalistas por los medios cordobeses. Tanto así es, que en el complejo de cabañas que más pérdidas materiales tuvo se quemaron 40 de las 43 que había en menos de media hora, el bosque de pinos que la rodeaba fue considerado crucial para el desastre edilicio y ecológico.

Hasta ahora los bomberos siguen trabajando en las localidades afectadas haciendo guardia de cenizas. Según el director de Defensa Civil, el veterano bombero Diego Concha, “unos 390 efectivos siguen en San Clemente, Intiyaco, Atos Pampa y Potrero de Garay”, con la ayuda de los cuatro aviones hidrantes de Córdoba, helicópteros y equipos enviados por el gobierno nacional.

Claudio Vignetta, secretario de Gestión de riesgo climático y catástrofes, dijo a Radio Universidad que lo del origen “de los incendios está en manos del fiscal (sic). Creemos que el 90 por ciento tiene que ver con la mano del hombre”. Alejandro Carballo, el fiscal de Río Tercero, investiga cómo comenzaron los de Atos Pampa; mientras que el fiscal Diego Fernández lo hace por los de Potrero de Garay. También investigan el foco de Intiyaco que ardió en un fuego que se estima alguien encendió "intencionalmente” en una jornada que llegó a los 35 grados con vientos huracanados del norte y que, según explicó Vignetta “en el pico del incendio (de Potrero de Garay), hubo ráfagas de 95 por ciento (kilómetros por hora)”. Vignetta apuntó que “no se venía viento sobre el lago (de Embalse de Río Tercero) y los aviones podían volar, pero el incendio genera sus propios vientos”. Hasta el momento, no hay detenidos acusados de iniciar los fuegos; y todos los evacuados, los más de 120 en el clímax del fuego, habían vuelto a sus casas.

Carolina Monsalvo, actual directora de la escuela primaria Alfonsina Storni, le dijo a Página/12 que en “por suerte nosotros ya cambiamos de edificio a la zona más urbana, así que no sufrimos como en el incendio de 2003”. La docente se refiere a cuando la escuela todavía tenía su edificio en una de las zonas rurales más afectadas por las llamas. En ese tiempo Marta Pons era la directora. Ese 18 de agosto y junto a su marido y a los padres de los chicos, lucharon todo el día y se pasaron la noche en vela paleando tierra y echando agua a las paredes de la escuela para mantenerla a salvo. Dos de los hijos de los peones que murieron buscando a los animales del patrón eran alumnos de la escuela. Por su valor, Marta Pons fue reconocida por el entonces presidente Néstor Kirchner. Y la escuela fue trasladada a otro edificio.

Los idus de agosto

Cada año la misma pregunta. ¿Cómo sabe el viento que llegó agosto? Esta vez fue en Potrero de Garay. Inevitable pensar en esos días de agosto de 2003. En los animales quemados vivos; en la tierra negra y gris de cenizas de Potrero; en las suelas chamuscadas de las botas de gamuza por la tierra humeante y arrasada que mantenía vivas las brasas a pocos centímetros de la superficie. En ese andar con los pantalones arremangados. Y el horizonte aún ardiente sembrado de animales muertos, cocinados por el fuego que parecían de bronce. Sus vientres hinchados y las patas apuntando al cielo. Ese Potrero de Garay de la desolación, pero también el de la alegría de haberle ganado a la muerte que tenía una pareja mayor que se salvó de morir asfixiada. Cuando el fuego rodeó su casa de bloques grises ellos dormían la siesta. Los despertó el humo que los sofocaba y los gritos de los vecinos. Era tarde para salir, y la pulsión por sobrevivir los llevó a encerrarse en el baño, cerrar el ventanuco, y llenar un balde de plástico con agua de la canilla de la ducha. Eufóricos, contaron con detalle cómo se arrodillaron frente a frente con el balde entre ambos, y juntando sus cabezas a la inversa en la boca de plástico naranja, respiraron durante más de una hora cerca del agua “para aspirar el oxígeno”. Mostraron el balde como el trofeo en que se les había convertido.

A casi dos décadas y con todo lo vivido y (supuestamente) aprendido, otra vez el fuego, la desolación y el miedo.

Los idus de agosto en Córdoba llevan más de 20 años. Los soles rojos con su inquietante belleza de lo terrible se han convertido en un paisaje cuasi normal en las tardes de incendio. Algo casi inevitable. Alfonso Mosquera, el ministro de Seguridad de Juan Schiaretti, dijo que “estos son incendios explosivos ligados al cambio climático. Lo vemos en otras partes del mundo”.

Una verdad a medias. Los desmontes, las tormentas de arena en la Ruta 9 y en la propia capital cordobesa comenzaron a volverse cada vez más frecuentes desde que la sojización de la provincia (a partir de 1995), terminó con otros cultivos y taló bosques autóctonos. Las condiciones se venían creando desde entonces. Les cronistas vieron crecer el fenómeno de la desertización. En el ejercicio del oficio lo padecieron en las rutas cuando los torbellinos de tierra y arena ocultaban el rectángulo gigantesco, letal a 100 kilómetros por hora, de los acoplados de los camiones que aparecían, súbitos, hasta la frenada de infarto o el volantazo del chofer hacia la banquina para seguir desenfrenados y a campo traviesa hasta poder parar el auto. Esas situaciones se repitieron hasta crear fobias.

Un estudio realizado en 2020 arrojó datos certeros de las pérdidas.

Al cierre de esta edición, los bomberos seguían trabajando en los focos de Potrero de Garay e Intiyaco. El viento del sur bajó la temperatura y anunciaron que este viernes habrá recambio de personal en la guardia de cenizas.