¿Qué es eso que reciben los lectores de poesía? ¿Qué los de prosa? ¿Qué hay de especial en una lectura? Hoy quisiera ser el Lector Ideal. Porque he leído ansiosamente. Poemas y prosas. Sin embargo, razonar sobre aquello que conmueve una lectura es imposible. La lectura es un resto que se enhebra en estados de ánimo, edades, memoria y en el arbitrario gusto. Puedo recordar, eso sí, que el gabinete de lector hacía mucho tiempo que estaba a oscuras. Una cámara deslucida imprimía láminas planas, y el aire circulaba apenas por ahí, húmedo, mohoso, viciado. No conseguía levantar la espuma del alma.

Había excepciones, claro, pero como se suele decir, confirmaban la regla. De un estado general de tedio de la literatura. Aquí convendría tachar y reemplazar literatura por “escritura”. Con todo lo que tiene ese término de residuo de un lenguaje que cambió la forma de leer. Una escritura que pasa por ser muchas cosas: moral en la representación del mundo, vanguardia en sus nuevas diferencias, autobiografía como lugar de encuentro. En contados casos, y cuando se hace bien, intertextualidad.

Pero sigo dándole vueltas a “eso otro” que recibimos los lectores agradecidos. Es un plus que seguro ha de provocar una de las más difíciles aventuras que pueda emprender el escritor. Porque tiene que ver con el deseo. Y si el deseo se satisface alguna vez, es porque hay, en la entrega, algo que no se puede decir de manera simple -que no se consigue explicar- y que, rendido, escribo como Amor.

Escribo entonces que en los libros de Tamara Kamenszain se comunica el Amor.

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Una intimidad inofensiva y El Libro de Tamar publicados en 2016 y 2018 respectivamente, así como la obra poética completa de Tamara Kamenszain condensada en La Novela de la Poesía, son textos que comunicaron una forma de Amor.

En el primero, siguiendo la pista de aquello que Dante pensó en su “Vita Nova”, encuentro la revelación del don recibido, y que, a diferencia del paradigma autobiográfico moderno, fabula una vida con origen en la indecible experiencia poética llamada amor. Esta idea aparece junto a la figura de lo éxtimo, un “aquí estoy” del enunciado que profana el escándalo de lo público, pero de forma benévola, tendiendo a recoger lo que es íntimo y se reconoce afuera, recuperando ineludiblemente algo de lo infantil.

Así lo enseña Tamara en su libro, generoso en ejemplos de autores que “escriben con lo que hay”, tal el subtítulo de la obra.

Me parece que se necesita una buena dosis de coraje y una sana ruptura de lo dado -acaso también de experiencia- para pasar a la práctica de una escritura con tales procedimientos. Ella lo hizo en El Libro de Tamar. Curiosa operación de deconstrucción de un poema inédito de Héctor Libertella, su exmarido, el que rara vez incursionó en el género poético y que solo después de su muerte, en 2006, es releído por Tamara para comprenderlo como a un enigma. Es allí donde el Lector cree que se consagra lo que Tamara venía predicando con apoyo en la teoría, como un modo de regular la cruda intemperie.

El poema es una serie de anagramas que propone bolsones de sentido, según escribe Libertella en la notita que encabezó la hoja A4 deslizada por debajo de la puerta de Tamara. Los versos funcionan como títulos del librito, cada uno de ellos abierto a los tanteos, recuerdos y notas de una exégesis personal con el que se compone la tarea del desentrañamiento. Sería un pecado resumirlo, apenas daré una idea: partiendo del nombre propio y secreto (Tamar) se articula la primera cifra, una variante a modo de epígrafe y dedicatoria que implica a un tercer sujeto/a: (“Marta Marat”); así va tramando parte de la vida de los dos, atando nuevas ramas -nuevos textos- y declina luego, siempre hacia lo alto, conforme el lugar en el que -dice- fue escrito: “Ramat, 2/7/2000” (Ramat: lo alto). Desde un silencio inicial que todo lo vela y todo lo dice, el poema es un sueño que sigue soñando para nosotros, pues, felizmente nos involucra.

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A Tamara Kamenszain el Lector ha llegado en tiempos duros. No siempre el encierro es la escena literaria ideal que perfiló Poe en su filosofía de la composición. Nunca es fácil mantener el orden adentro, aun cuando el peligro esté afuera. Por eso, la lucidez de estos textos, sus aires nuevos y la densidad crítica con la que están construidos, los convierten en una experiencia imborrable.

En ese estado del alma, uno nunca cree suficiente el reconocimiento para quien tanto da. A pesar de los muchos lectores, a pesar de las buenas reseñas de las obras y los recientes homenajes, siempre hay alguna injusticia que reparar. (Tienta el intento de señalar que este fervor no ha sido registrado del todo en los papeles de los críticos de las llamadas narrativas del Yo.) El Lector compara, también, otros textos nacidos en la hora del giro autobiográfico. Y nota que se enrollan en una ética, apenas. El Lector lo dice, lo sopesa cuando coloca esos textos al lado de la delicada producción de sensaciones líricas que Tamara nos supo ofrecer.

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Tamara Kamenszain murió el 28 de julio. Apena la distancia, su voz que se perdió. El Lector no sabe cómo se escribe una despedida. No tiene los fueros. Pero ha visto en los poemas de Tango Bar el montaje que ella hacía. El juego de intercalar el lenguaje propio entre los versos casi sagrados de los poetas populares del tango.

En este caso, el Lector eligió glosar a Julián Centeya. Entre unas líneas que se angostan como la luz de la tarde en la que escribe y quiere ser una resonancia que se escapa y se vuelve a encontrar por el camino de la cita en sombras.

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