Tantas remeras de Linkin Park explicaban a la luz del día por qué ese grupo y no algún otro estaba a cargo del cierre del Maximus Festival el sábado en Tecnópolis. El evento que el año pasado reunió a Rammstein, Marilyn Manson y Bullet for my Valentine, buscó ahora asegurar su ADN pesado con una grilla menos uniforme en cuanto a estilos, pero igualmente sólida, a partir de artistas importados referenciales de sus propios subgéneros. El grupo californiano también es referencia obligada al hablar de nü metal, pero armó prácticamente un show propio para coronar una noche en la que se reunieron más de 20 mil personas. Mientras el público fiel admiraba a los liderados por Chester Bennington, otros tantos aprovechaban para abandonar anticipadamente el predio, aunque conformes: el resto de la grilla no había dejado muchas dudas. 

Linkin Park redondeó una tercera visita al país recorriendo diferentes estaciones de su carrera, pero haciendo foco en los extremos: desde la importancia del aclamado Hybrid Theory –una extraña versión de “Crawling”, un falso cierre con “Papercut”–, hasta One More Light, su séptimo disco de estudio, a estrenarse en poco más de diez días, de donde sonaron adelantos como “Heavy” y “Talking to myself”. Abrazado al amor de su público, Bennington tardó muy poco en sacarse la camisa para explorar al máximo su línea emocional y concretar una aparición más experimental que la de sus predecesores. 

El resto de la grilla que alternó sobre los tablados principales fue de bueno para arriba, con “menos es más” como lema general. El trabajo de Rob Zombie fue una lección festivalera. El ex White Zombie contrarrestó su imagen sobrecargada de cotillón con una performance ajustadísima entre lo industrial y la electrónica, cuyo cimiento es la guitarra de Johnny 5. Desde el despegue con “Dead City Radio…” hasta el máximo hit “Dragula”, el cantante y sus músicos ataron la atención con todo tipo de trucos, que incluyeron un cover del himno ramonero “Blitzkrieg Bop”. 

Después de Five Finger Death Punch, llegó Slayer, la segunda banda en cantidad de remeras. Aun sin dos miembros esenciales y con un sonido no del todo claro, la labor de uno de los apóstoles del thrash mundial entregó una energía incontestable, entre la reciente “Replentless”, y nuevos y viejos clásicos, como “Hate worldwide” y “Angel of death”. Pero quizá la mejor imagen a nivel general haya sido la de Prophets of Rage, el “supergrupo” conformado alrededor de la base de Rage Against the Machine, más dos miembros de Public Enemy (DJ Lord y Chuck-D) y B-Real, de Cypress Hill. Fue uso y abuso de las mejores creaciones del grupo más importante del rapcore, y “Take the power back” o “Testify” sonaron tan clásicas como frescas. Tom Morello resignificó todos sus solos de guitarra, y hasta dio una nota más de activismo al mostrar la clara leyenda al dorso de su Ibanez: “Para las Madres de los desaparecidos”.