El problema es que creemos que siempre van a estar ahí. Pero un día se van.

Lo saben todos quienes fueron a las ceremonias de The Rolling Stones en la Argentina, en 1995, en 1998, en 2006, en 2016: a la hora de las presentaciones, Mick Jagger recibía un imponente baño popular y con Keith Richards estallaba la leonera. Pero cuando sonaba el nombre de Charlie Watts y el señor de pelo blanco (sí, ya tenía el pelo blanco en 1995) se paraba tras la batería, el Monumental, luego el Estadio Unico, temblaban. La ovación no paraba. Charlie podría haber mostrado su asombro ante el amor del público argentino, pero era conocida su parquedad de expresiones. Bueno, no. Se le notaba. 

Amábamos a Charlie Watts. Porque era el tipo a quien Richards señaló como el verdadero núcleo de la banda. Porque en un mundo de sobreactuaciones y de poses decidió ser medido y elegante, y no solo por las pilchas que gastaba. Porque desde allá atrás transmitía algo que se condecía con aquella definición de Keith: Charles Robert Watts parecía de verdad el pilar indestructible en el que se apoyaba la gran maquinaria Stone. Su semisonrisa perversita en los tiempos de juventud, su apostura de lord inglés en la madurez, terminaban de delinear a la persona más que al personaje. En los tiempos de "¿Dejaría que su hija se case con un Rolling Stone?" causaban espanto las figuras de Jagger, Richards, Wyman y Jones, pero más inquietud provocaba Charlie, un caballero que había decidido jugar para las majestades satánicas.

Nos encantaba el enigma-Watts, el menos Stone en cuanto a excesos -sus problemas con la bebida se terminaron en 1986, y nunca volvió-, el tipo que le pegó un piñazo a Jagger por atreverse a llamarlo "mi baterista", a fin de cuentas icono, tanto como para despertar esas ovaciones. Y además, en realidad por sobre todo: el toque de Charlie es la médula de esa banda legendaria. Cualquiera que intente replicar ese beat suponiéndolo sencillo se encontrará con la clave del asunto, el pulso monolítico con economía de recursos que Watts, hombre de jazz al fin, imprimió al grupo que aseguró que era solo rock and roll mientras hacía mucho más que rock and roll.

Lo de este martes 24 de agosto fue un paren las rotativas de nivel estratosférico. No podía ser de otra manera. En los últimos tiempos sufrimos pérdidas dolorosas en el campo del arte, ausencias inesperadas, y lo peor es que hay que preparar los corazones para seguir sufriendo. Porque a tipos de la altura de Watts los vemos eternos, pero Charlie tenía 80 y todo se estruja cuando pensamos en cuántos artistas tan queridos cargan con edades similares. Estamos hartos de despedidas. Las despedidas no parecen hartarse nunca.

Volvemos a ver videos de los Stones en Argentina. Volvemos a escuchar a los Stones, tratando de sacudirnos la incredulidad. Y sí, el problema es que creemos que siempre van a estar ahí, pero un día se van. El consuelo es que seguirán ahí. En nuestros parlantes. En nuestros auriculares. Siempre.