Ya no habrá modo de descubrir, al menos de primera mano, el verdadero lado oscuro de los Rolling Stones. Con la muerte de Charlie Watts, este martes a los 80 años en un hospital de Londres, se eclipsa la fantasía de develar el auténtico misterio que envolvía su figura y se proyectaba, como el negativo de una foto, a la imagen general de la banda. Siempre fue transparente el vínculo de rebeldía y marketing que los Stones patentaron y exprimieron hasta el hartazgo. La zona oculta quedó -y quedará- reservada a este tipo de mirada tímidamente pícara que sugería cierto desdén frente al circo satánico desplegado por sus compañeros. Quien sabe si en realidad el Pacto no lo hizo él. Fue tal vez esa sospecha uno de los vectores del amor incondicional que le tributaron millones de fans en todo el mundo, particularmente en la Argentina.  

Mientras no aparezcan nuevas revelaciones, habrá que ceñirse a la historia oficial. Es decir, lo que se vio, se leyó y se escuchó de Charlie Watts. Lo primero que sorprende --y quizás por eso duele tanto--es que él haya sido el primer Rolling Stone en partir. No en términos históricos, porque lo precedieron Brian Jones (1969) y Ian Stewart (1985), pero fue  el primero en irse desde que el imaginario rockero comenzó a pensar seriamente en la inmortalidad de la banda. Lo sobreviven Mick Jagger, Keith Richards, Ron Wood y Bill Wyman, a priori portadores de vidas que el cliché del "reviente" apuntó como más agitadas.    

Watts tuvo una larga historia pública de sexo, drogas y rock and roll. Solo que por omisión. No le hubiese disgustado haber pasado buena parte de sus 80 años como un hombre de familia aficionado al jazz. Pero más allá de haberse dado el gusto de armar un quinteto jazzero y de haberle dedicado horas de su vida al dibujo (otra de sus pasiones de baja intensidad) le tocó ser un Rolling Stone. Fue entonces el protagonista musical --aunque mirando siempre desde atrás-- que simulaba ser apenas un testigo de lo que hacían los demás. 

Hijo de un camionero y criado en la escasez anglicana de una Gran Bretaña atravesada por la Segunda Guerra Mundial, Watts consideró desde adolescente que primero estaba el trabajo y después la música. De hecho, allá por 1962, desechó durante meses el ofrecimiento de Jagger, Richards y Jones de integrarse a los Stones. Era empleado de una agencia de publicidad y no le daba demasiada importancia ni tiempo a su hobby como baterista en la banda de Alexis Korner. Tampoco le otorgaba mucho crédito al creciente prestigio que se iba ganando entre sus pares gracias a su estilo elegante y su formación jazzera. Una dosis de pragmatismo terminó de convencerlo:  pronosticaba --con buen ojo y mejor oído-- que el rhythm'n'blues acabaría imponiéndose en la escena británica. Pero lo primero que preguntó cuando le ofrecieron ocupar el puesto de Tony Chapman en la batería de los Rolling Stones fue: "¿Vamos a ganar plata?"

En sus 58 años como integrante de los Rolling Stones (la cifra estremece: no abundan los colectivos, ni artísticos, ni sociales ni políticos que hayan alcanzado tan larga vida en común) no pareció cambiar el orden de sus prioridades: siempre transmitió la sensación de que había conseguido por fin el mejor de los trabajos posibles. Lo demostraba en cada show con su gestualidad de satisfacción indiferente. Disfrutaba de su horario laboral.  

Su sobria distinción detrás de un set básico de batería fue transitando las décadas como si en el medio y a su alrededor no hubiesen pasado cosas. Se separaron los Beatles, pasó el flower power, terminó la Guerra de Vietnam, llegó la música disco y Charlie Watts seguía tocando con la cabeza levemente girada hacia la derecha y ese rictus de complacencia distante que ni negaba ni afirmaba. Pero que todos disfrutaban como quintaesencia de "lo Stone".  

Hay que decir que no se trataba solo de actitud. Watts fue, ante todo, un baterista sólido. Ajeno a cualquier tentación efectista, le infundió swing y  tempo --a veces premeditadamente desacoplado del riff de guitarra, como en la extraordinaria "Start me up"-- a un sonido grupal proclive a las urgencias y los desbordes. Esa "contención" que ofrecía en términos musicales en tándem con el bajista Bill Wyman se prolongaba luego en su "trabajo" fuera de las giras y las grabaciones. Si se acepta que los Rolling Stones tuvieron en Jagger a su objeto de deseo sexual y en Richards una patente de actitud rockera, también se puede admitir que en todos estos años siguieron siendo una banda porque Watts -y en menor medida Wood-- supo pilotear las situaciones más difíciles. La mediación permanente entre dos egos inmanejables e insoportables no debe haber sido el menor de sus méritos.   

Tampoco es que su asumida lateralidad en cuestiones de exposición pública obedeciera a una problema de autoestima. Más bien todo lo contrario. Para no abundar, basta con citar la famosa anécdota que ratificó Richards en su Autobiografía. Watts le pegó una trompada a Jagger porque en un hotel en medio de una gira el cantante lo molestó por teléfono una madrugada para preguntarle: "¿Cómo está mi baterista?". Charlie se levantó de la cama, se afeitó, se vistió de traje, fue directo hacia donde estaba Jagger, le pegó la piña y se volvió a su cuarto, tras recordarle: "Yo no soy tu baterista. Vos sos mi cantante". Andrew Loog Oldham, histórico productor del grupo, dijo que a Watts se lo "sentía" más de lo que se lo escuchaba. Estaba hablando estrictamente de música, pero podría aplicarse la frase a todo lo demás. 

Ese respeto interno incluía ciertos códigos que cualquier banda de rock conoce pero no todas respetan. Cuando llegaron las drogas duras en los '60 (dicen que a través de Anita Pallenberg, en ese momento novia de Brian Jones), Keith y Mick estaban fascinados con el ácido lisérgico. Solían burlarse de Wyman porque el bajista no se animaba a experimentar con alucinógenos. Pero a Watts nadie lo molestaba por su autoexclusión. Una vez le preguntaron a Charlie por las drogas: "Lamentablemente nunca tomé ácido. (...) Hubiese preferido tomarlo, pero nunca me pareció el momento adecuado", confesó. Reconoció, eso sí, que apreciaba mejor la música después de un porro. Valoraba mucho que la marihuana no lo sacara de su eje: "un porro puedo controlarlo. Bebo, también, aunque a veces no puedo controlarlo". Tuvo más adelante algunos problemas con el alcohol, pero los superó. No califica como prontuario en la escala Rolling Stone. 

Wyman se vengó de las humillaciones valiéndose de un parámetro clave para medir en ese momento (mucho antes de la marea verde) la suerte personal en una banda de rock: el éxito con las mujeres. En su libro Stone Alone, Wyman contó que durante la gira americana de 1965 se pusieron con Brian a calcular cuántas chicas se habían acostado con cada Stone desde los inicios de la banda. El bajista aprovechó que era el autor del libro y se puso primero en la lista. Dijo haber estado con 278 mujeres. Lo seguían Brian con 130, Mick con 30, Keith con 6 (se ve que no los quería) y Charlie con...0. El baterista era fiel a su esposa. En ningún otro lugar del mundo y en ningún otro momento de la historia de la humanidad, la fidelidad de un hombre habrá sido puesta más a prueba que en una gira cualquiera de los Rolling Stones. En los '60 le dijo al manager Allen Klein: "no quiero más giras. Quiero estar con mi esposa". Sin embargo, cada vez que la gigantesca maquinaria on the road de los Stones se puso en marcha, Watts estuvo ahi. 

Hasta que unos días atrás, el propio Watts debió anunciar que por primera vez en la historia se ausentaría de la gira que el grupo encararía en septiembre. Adujo problemas de salud sobre los que no brindó mayores detalles. La edad de Charlie, asociada a lo que se conocía de las idas y vueltas de un viejo cáncer de garganta, encendió la alarma, en principio neutralizada por la ya mencionada promesa de inmortalidad que parecía proteger a los Rolling Stones. 

Pero esta vez el hechizo de inmunidad se rompió. Habrá que pensar cómo será la vida sin los Rolling Stones tal como los conocemos. Aunque la banda concrete la gira prevista para el próximo mes, Jagger y Richards tendrían que reforzar su coraza de cinismo para subir al escenario, mirar para atrás y seguir actuando después de ver que su compañero eterno ya no está sentado en la batería. Un "mirar para atrás" que, desde este martes, acecha a todos los que amamos a Charlie Watts.