A través de la investigación "¿Es posible debatir en medio de discursos de odio?" buscamos dar cuenta del estado del debate público entre activistas feministas y grupos antigénero, a partir de registrar que la violencia hacia el activismo feminista y lgbt está en aumento, tanto en línea como fuera de línea. Lo notamos en nuestra propia militancia, pero además, muchas investigaciones vienen dando cuenta del tema.

El estudio que realizamos nos dio información en dos sentidos: en primer lugar, cómo se está moviendo el activismo feminista y lgbt en el debate público —a partir de sus propias percepciones—; y, cómo está siendo tratado por quienes se oponen a su agenda —esto, a partir de sus propias percepciones, pero también de un análisis objetivo de minería de datos de cuentas de Twitter feministas y de cuentas antigénero—.

Sobre el primer aspecto, encontramos oportunidades relevantes para el activimo feminista como el apoyo de personas externas al movimiento y que son influencers en redes sociales —con enorme cantidad de seguidoras/es—, que en momentos clave —como el debate por la legalización del aborto o de la ley de cupo travesti trans— se han manifestado con contundencia, amplificando enormemente el discurso. Y, por otra parte, la posibilidad de unidad que ofrece una consigna como #NiUnaMenos, detrás de la cual parecería no haber grietas en el feminismo de la región.

En relación al segundo aspecto, la violencia, lo preocupante que encontramos —y que sospechábamos; es decir, fue una hipótesis fuerte de la investigación— es que el activismo feminista y lgbt se está retirando del debate público en los últimos años, debido a la violencia que recibe: todes recibieron violencia en algún momento, por parte de estos sectores, y el 50 por ciento redujo el diálogo con los mismos, en relación a dos años atrás. Es relevante señalar que para las personas no cisgénero de la muestra el aumento de la violencia en estos 2 años fue mayor.

Las principales razones por las cuales recibieron agresiones quienes analizamos, fueron el activismo feminista, la identidad de género y la orientación sexual; y vimos claramente cómo los ataques estuvieron dirigidos hacia el aspecto físico, las capacidades de decidir sobre el propio cuerpo y la idoneidad para desempeñar funciones o habitar espacios sociales de relevancia. Esta mecánica la encontramos contra las mujeres y las identidades trans.

Argentina y Chile: los más violentos

Además, según nuestro análisis, son Argentina y Chile los países en los que la mayoría de las personas que fueron parte del estudio, declararon haber recibido las tres modalidades de violencia: estigmatización, agresiones e insultos y amenazas directas.

Una de las consecuencias de esto es la creación de “burbujas” de afinidad dentro de cada universo ideológico, en la medida que se bloquea a las/os usuarias/os que atacan con mensajes agresivos, o a partir de la no lectura de los comentarios; lo que resta posibilidades de intercambio con quien piensa distinto y así se termina afectando el debate público y, en definitiva, la democracia.

De los cuatro países que tomamos como objeto de nuestra investigación —Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay— es en Argentina donde más aumentó la violencia antigénero. Y donde menos debate hubo entre quienes promueven la agenda de la igualdad de género y quienes se oponen a ella.

En Argentina es donde más aumentó la violencia antigénero, dice Sandra Chaher

La definición que da la ONU de discursos de odio es “cualquier tipo de discurso, escrito o conductual, que ataca o usa lenguaje peyorativo o discriminatorio hacia una persona o grupo sobre la base de lo que son, en otras palabras, de su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, descendencia u otro factor de identidad”. Es decir, estamos hablando de expresiones que humillan, denigran y atacan a determinados colectivos.

No quisimos exponer todos los ejemplos encontrados a lo largo de la investigación con el objetivo de no revictimizar; pero hay varios, tanto contra activistas individuales como contra organizaciones feministas. Luego de la investigación también se vieron ejemplos elocuentes sobre cómo los discursos de odio generan suspensiones temporales o definitivas de cuentas relevantes en redes sociales. Esto es una muestra del impacto en las personas y en sus intercambios públicos.

En nuestro país tenemos el caso paradigmático de la legisladora argentina —y la más joven en América Latina— Ofelia Fernández, que fue uno de los casos analizados en nuestro trabajo. En ese momento, su cuenta personal de Twitter contaba con 231.000 seguidores. A partir del análisis de minería de datos, encontramos acciones coordinadas en su contra, en un 40 por ciento desde cuentas que habían sido creadas no antes de 2018, año en que emergieron en la opinión pública, con potencia, los grupos antigénero, a partir del debate por la legalización del aborto. A partir de los constantes insultos y discursos violentos recibidos, en abril de 2021, Ofelia Fernández decidió cerrar este perfil y mantener solamente el de legisladora.

En el caso de las instituciones, Amnistía Internacional (Argentina), es una de las más relevantes entre las que trabajan en pos de la agenda de género. Es agredida mayormente por ser una organización global y una de las acusaciones habituales —también hacia las organizaciones feministas— es que las políticas de igualdad de género son financiadas con fondos globales que atentan contra la soberanía nacional.

Los discursos conservadores crecen y ganan seguidores


Si bien esta reacción conservadora se viene gestando a nivel global desde hace más de dos décadas, desde la Conferencia de la Mujer de Beijing (1995), en Argentina se nos hizo evidente a partir del debate por la legalización del aborto en 2018. En Paraguay, país que también analizamos, ya había avanzado años antes. Y en general, en Latinoamérica y en el mundo, ya venía avanzado con anterioridad.

Ante la inclusión de la agenda de género con fuerza en los debates de los organismos regionales e internacionales de derechos humanos, desde fines del siglo pasado, esta reacción se ha ido armando, consolidando y expandiendo. En algunos países como Brasil o Estados Unidos —con el ex presidente, Donald Trump— llegaron claramente al poder, y en otros han establecido alianzas con los partidos gobernantes (en México, Ecuador, entre otros) para impulsar su agenda, que tiene como prioridad la detención y el retroceso de la agenda feminista, aunque también hay otros temas que movilizan.

En estos días acaba de ser publicada en medios españoles una investigación que da cuenta de cómo la derecha española ha apoyado y sostenido el crecimiento de estos sectores. Están entrelazados con partidos tradicionales de derecha, a veces con mayor y otras con menor representación en esas fuerzas, y a veces teniendo sus propias expresiones partidarias.

*Sandra Chaher, presidenta de la Asociación Civil Comunicación para la Igualdad, que realizó la investigación ¿Es posible debatir en medio de discursos de odio?, con el apoyo de la Fundación Heinrich Böll Cono Sur.