“Los monstruos no llevan mi nombre”. Así comenzó Luz Ferradas el anuncio en sus redes sociales, el 12 de agosto pasado. Después de dos años y medio de solicitarlo en la justicia, logró por fin cambiar su apellido: ya no lleva el de su padre, el genocida Ovidio Marcelo Olazagoitia, condenado en la causa Feced por delitos de lesa humanidad y, en cambio, eligió homenajear a su abuela materna Elba Pilar, Emi, la que aprendió a manejar aun con una pierna de madera, la que cocinaba todos los días, le hacía las tortas de cumpleaños y la refugiaba cuando ella se peleaba con su padre “despótico”. Luz es concejala de Ciudad Futura/ Frente Social y Popular, en Rosario, donde nació y militó desde muy chica. Nacida en 1983, a los 15 se integró a Ecoclubes, un grupo ecologista dedicado a impulsar la separación de residuos en origen. En 2001, “año emblemático si los hay”, comenzó a estudiar Comunicación Social y poco después, en 2003, la militancia territorial se convirtió en su forma de vida.

El poema que eligió Luz para anunciar la conquista de su propia identidad legal -la otra la viene forjando desde hace tiempo- dice: “Los monstruos no llevan su nombre/ se ríe con la muerte/ su encanto rimbombante/ es el principio del mundo” y lleva la firma de Laurie Hanky. La leve reescritura lo pone en primera persona. 

En la primera sesión de Luz con su nuevo apellido -el jueves de la semana pasada-, su compañera de bancada, Jessica Pellegrini, le dio la bienvenida simbólica. “Esta ocasión es histórica para nuestro bloque, para nuestro Concejo municipal y nuestra sociedad, y que es la posibilidad de comunicar con mucha alegría que nuestra compañera de bloque dejó de ser Luz Olazagoitia para pasar a ser luz Ferradas”, dijo la concejala para dar paso a los aplausos. “En primer lugar, felicitarla y abrazarla. Todos y todas estamos muy conmovidas por ser parte de este momento histórico, no es usual que esto suceda, alguien que desde la rebeldía, la convicción y el amor ha abrazado una nueva identidad. La justicia ha llamado las cosas por su nombre, ha receptado su deseo a ser llamada desde el amor y desde una identidad que construyó colectivamente pero también individualmente con todo el peso que eso lleva”, siguió Jessica. Junto a Gabriela Durruty, entre otrxs, ha sido querellante por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos en las causas por delitos de lesa humanidad en Rosario.


Verdad y Justicia

La causa Feced, que juzgó los crímenes cometidos en el centro clandestino de detención Servicio de Informaciones, por donde pasaron alrededor de 2000 detenidos-desaparecidos, el más importante de la región. Ovidio Marcelo Olazagoitia, el Vasco, era parte de la llamada “patota de Feced”, al mando del jefe de policía de Rosario durante la última dictadura. En la primera parte de ese juicio condenó a quien fuera comandante del Segundo Cuerpo de Ejército, Ramón Genaro Díaz Bessone, y a algunos de los integrantes de esa patota. Feced estaba oficialmente muerto desde 1986. En la segunda parte, en 2018, Olazagoitia recibió 18 años de condena por privación ilegítima de la libertad y torturas. También estaba acusado en la tercera parte de ese juicio, por crímenes contra 188 víctimas, pero murió antes de la condena, que fue en mayo de 2020. Pero además, Olazagoitia está mencionado en el informe por la desaparición de “Ángel” Tacuarita Brandazza, en 1972.

Fue por eso también que Jessica Pellegrini, como la propia Luz, subrayan la importancia de los juicios. Luz ha dicho que sin esos juicios nunca habría sabido quién fue su padre. En 2011, cuando fueron a detener a su padre, Luz tuvo la certeza que su intuición le había anticipado. “Mi papá fue un genocida, formó parte de la patota de Agustín Feced en Rosario, como uno de los miembros que llevó adelante todos los crímenes que hoy se condenaron y se juzgaron y sabemos que sucedieron en ese momento del país, secuestros, torturas, y los peores crímenes, y yo con certeza lo supe el día que a él lo fueron a llevar preso porque empezaba la causa Feced 2, que fue la primera en la que a él se le sindicaron una cuantiosa cantidad de crímenes. Me pasó un poco eso, cuando yo me enteré, no me sorprendió. Y cómo no puede sorprender enterarse de esto de un padre. Pero no me sorprendí porque para mí había sido una duda latente de alguna manera, en haber conocido a él su personalidad y su forma de ser”, dice Luz.

Lo había dudado porque “la historia familiar contaba que él había sido policía, que estaba jubilado. Entonces cuando empecé a conocer esa parte de la historia de nuestro país, sabía que él había sido policía, y sabía su forma de ser y sabía un montón de comentarios y opiniones políticas que él escupía en la mesa familiar, que lo pintaban como un fascista. Cuando lo pregunté, me dijeron que no, que no había sido así, que yo no sé si me mintieron o lo negaron tanto que era lo que querían saber”.


La desobediencia

En el momento de la detención de su padre, con el que ya había cortado vínculos, Luz militaba desde hacía varios años. “Cuando me enteré, lo viví con mucha vergüenza, desde mi rol de militante. Sentía que había estado estafando a la gente, me comí un viaje horrible, y la Bruja, una compañera del Pampi (el Frente Santiago Pampillón), que yo conocía de la Facultad, me contactó con Jessi y la Chueca (Pellegrini y Durruty). Me junté con ellas a decir ‘bueno, hola, yo soy, no sé si sirve para algo que me presente acá o no, pero lo hago’”. Para Luz fue un deber presentarse, aunque no supiera nada. Siempre había tenido un padre jubilado, y viejo, porque Olazagoitia -fallecido en 2020- le llevaba 22 años a la mamá de Luz.

“Fue muy frustrante con mi madre, yo le decía por qué no te divorciás. Es algo medio ingenuo, en tratar de seguir vinculándome con mi madre, y tratar de comprender por qué ella quería seguir manteniendo un vínculo, ya con él condenado. La última vez que hablé con mi mamá me dijo, bueno, puede ser que lo que dicen sea verdad, porque ella todavía lo negaba, lo relativizaba, o no le daba la dimensión que tiene”, sigue el relato de Luz.

En esta historia, entre tantas iluminaciones, reluce la importancia crucial de los juicios por delitos de lesa humanidad que el movimiento de derechos humanos impulsó sin tregua. Que hayan recomenzado en 2006, que la primera condena de Olazagoitia fuera en 2014, forma parte de una construcción colectiva donde también se inscribe la posibilidad de Luz de cambiar su apellido.

La historia de Luz Ferradas se imbrica con otras, como la de Mariana Dopazo, cuyo progenitor es el genocida también condenado Miguel Etchecolatz. “No nos pudimos encontrar porque el vínculo empezó durante la pandemia, pero Mariana ha tirado algunas frases que yo le tomo. Por ejemplo, en relación a que no somos víctimas de nuestros padres porque somos desobedientes y pudimos desobedecer esos mandatos que nos metían. Y que no somos víctimas de nuestros padres, en ningún punto comparar a las reales víctimas de nuestros padres genocidas con nosotras mismas, pero sí poder despegarnos de esa historia y reclamar un lugar que no tenga nada que ver con eso”, reflexiona Luz sobre el lugar que ella ahora ocupa, como militante del campo popular. “Yo no quiero nada de eso, quiero lo que soy yo. No significa que yo niegue que vengo de ahí, no lo escondo. Pero quiero hacer otras cosas”, plantea.


El nombre nuevo

Pasaron muchos años para que Luz decidiera cambiar su apellido y –asegura—lo que pasó fue el feminismo. “En el primer momento, muchas feministas me dijeron ‘te vas a cambiar el apellido’, y me daba cierto recelo, porque era mi nombre también. Ya tenía 23 años y era un montón de cosas que me gusta ser, ya era militante. Me daba cierta duda decir por qué voy a cambiar mi nombre, si es mío. Y me vinculaba al resto de mis hermanos y hermanas”, cuenta cómo fue el proceso más reciente. Sobre sus hermanos, aún con las enormes diferencias que sostiene -y desde 2018 no los ve- sigue sintiendo afecto. “Fueron cómplices de mi infancia, de mi adolescencia y de resistir a ese padre despótico. Hoy muchos lo han suavizado con la edad, pero a mí no me pasó, yo tengo recuerdos horribles de mi padre, ninguno feliz”, cuenta, para confesar que sentía que “traicionaba” a sus hermanos.

El lugar central del feminismo en su vida se talló en la calle, y también en la posibilidad de revisar toda la historia. “Me acuerdo posta porque fue el 13 de junio de 2018, cuando tuvimos media sanción para la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo”, cuenta Luz sobre el quiebre definitivo con su familia de origen. A la vuelta de la movilización en el Congreso Nacional, Luz hizo varias publicaciones en sus redes sociales. Una decía: “la maternidad será deseada o no será”. Lo que siguió le mostró otro camino. Su madre hizo una publicación agresiva, y su hermano mayor la replicó.

Se dio cuenta de que no era sólo su padre, a quien sus hermanos habían apañado, al relativizar la gravedad de sus crímenes, con anclaje en la teoría de los dos demonios. Era también que son antiderechos. Fue definitorio. “Ahí me di cuenta que era todo lo que representa esa unidad familiar con la que yo no tengo nada que ver y me seguía doliendo tener que ver, porque me dolía”, sigue Luz y de golpe pasa al tiempo presente: “Saca lo peor de mí, me enoja, me pone triste, no está bueno”.

Luz vuelve a la actitud de su madre, a la decisión de mantenerlo en su casa durante la prisión domiciliaria. “La sororidad más difícil es la que se ejerce con la madre, me dijo una compañera un día y a mí me cuesta mucho, porque podría tratar de ser más comprensiva, que claramente ella lo padeció también a mi papá, porque yo vi como lo padeció, pero esto de no poder pensarse sin él... No sé, estas cosas fueron las que me llevaron a tomar la decisión”, sigue

Fueron mujeres de su familia las que mostraron otras posibilidades. La autonomía y el afecto. Son su abuela Elba Pilar, Emi, junto a las hermanas, sus tías abuelas, entre las que menciona a su madrina “Poro” y a Aída, la única que sigue viva. Y "que está muy contenta” con el nuevo apellido de Luz. “El feminismo también tuvo que ver, por todas estas mujeres de mi familia que sí me pudieron expresar otras cosas y por todas mis compañeras del movimiento feminista que nos enseñan a pensarnos desde una autonomía que no tiene nada que ver con el desamor pero sí tiene que ver con que solas podemos, y que tenemos que animarnos a expresar con claridad lo que somos, sin sostener ninguna estructura que nos haga daño, ni la de la pareja, ni la de la familia, ni la de las instituciones, y yo creo que ese fue el empujón para decir voy por el cambio del apellido. Y después ya me dio felicidad pensar en el apellido de mi abuela también”, sigue Luz.


Identidad colectiva

Luz asegura que su identidad es colectiva. Así entiende hoy su vida. “Me reconozco una militante territorial, ahora volví a militar cerca de mi casa, en Ciudad Oculta, volví a tareas de alfabetización, porque mucho de este momento tiene que ver con 2001, de estar saliendo de esta crisis tan grande, y sobre todo a los pibes y las pibas que se vieron impedidos de mantener una escolaridad, están necesitando la solidaridad de todes para hacerse con una herramienta tan fundamental”, dice ante la pregunta sobre su historia militante. 

El apoyo escolar que comenzó en 2003 en Villa Banana hoy se replica en un barrio del nordeste rosarino. “Creo que nunca vamos a dejar de hacerla porque a mi generación y seguro a muchas que vengan por adelante, se nos va a ir la vida en la militancia territorial o en tratar de equiparar un poco la suerte de los barrios más postergados de cualquier ciudad de la Argentina. Empecé militando en una organización social y después eso se fue tornando empezar a pensar algunas instituciones como territorios que también necesitaban de nuestra militancia, yo así lo vivo en el Concejo, considero que es un territorio más de militancia, no es un lugar al que yo aspiraba a llegar o aspiro a permanecer”, cuenta sobre su rol de concejala.

“Entiendo que vamos adquiriendo diferentes responsabilidades en nuestras tareas militantes y a algunos nos toca dar peleas en las instituciones, pero con un mandato y una manera de construir política que es la que yo aprendí en el territorio, la del diálogo, la del compañerismo, la de las emociones en el centro de cualquiera de nuestras propuestas, así que hay una continuidad”, asegura Luz Ferradas, la que lleva el nombre de su abuela, la misma que tiene tatuada en la piel.