Para Irina, no por el contenido sino por el empujón.

Esa mañana oscura y lluviosa el Sr. González sube al tren. La llovizna se le ha pegado en la ropa, la piel, los zapatos. Cuando intenta subir la escalera del vagón su pie resbala, y la rodilla derecha golpea contra el segundo escalón de chapa. Le duele. Mucho. Cuando ya está arriba se toca la rodilla. Es un dolor intenso, punzante. Decide esperar para ver. Cuando pueda sentarse va a mirar qué se hizo con el golpe. Ahora no. Prefiere seguir caminando hasta encontrar un vagón vacío, o casi vacío. Esa es su estrategia, no le gusta demasiado la gente, prefiere no arriesgarse a ir sentado al lado de un conversador que le haga el viaje insoportable. Son solo 3 horas de recorrido, pero junto a un pesado, para él, pueden convertirse en 6. Ya le ha pasado y por eso elaboró con cuidado una estrategia: llega sobre la hora, cuando toda la gente está acomodada, y ahí empieza a buscar el lugar menos lleno. Ha sacado conclusiones que no le fallan, a esa hora no hay tantos pasajeros, y el último vagón casi siempre está vacío.

Pasa de vagón en vagón haciéndose el distraído, pero en realidad va midiendo la distancia entre pasajero y pasajero. Al fin, el último, y no hay nadie, es su día de suerte. Reza para que siga así, que no caiga un rezagado con su misma idea.

El tren se pone en marcha y él entonces, ya tranquilo, aprovecha para mirarse la rodilla. Sube con cuidado la pierna derecha del pantalón. Si hay algo de sangre, no quisiera manchárselo. Mira, y sí, un golpe feo, más que una frutilla, como le decían a las peladuras de rodillas, cuando él era chico y todavía jugaba. Y una gota de sangre, apenas resbalando por la pierna. Bueno, es apenas una gota, no pasa nada. Saca un pañuelo de papel del bolsillo del saco y se limpia. Decide que es buena idea dejar un pedazo de papel pegado en la lastimadura. Lo que más le preocupa es mancharse el pantalón.

El Sr. González está contento, logró conseguir un vagón vacío, y el golpe no fue gran cosa, aunque todavía siente la intensidad del dolor. Punza y punza, y siente la pierna adormecida. Seguro que el golpe dio con un tendón, piensa. Y entonces su cabeza empieza a divagar, imagina qué habría pasado si el golpe hubiera sido más fuerte, más grave. Una fractura expuesta por ejemplo, mucha sangre, cirugía, internación. Complicaciones, una infección grave, una bacteria intrahospitalaria. Podría haberse convertido en algo mortal. Su cabeza sigue divagando, salta de un pensamiento a otro, y otro más. Imagina gente yendo a despedirse a su cuarto del hospital, gente desconocida llorando. Piensa que por la urgencia tal vez no ha podido despedirse de su hijo, y es una pena porque hace bastante que no lo ve.

A medida que los pensamientos desfilan en un baile loco, se va quedando dormido. Un sueño apacible, lleno de sueños. Sueña que alguien lo abraza y le habla. Le dice cuánto lo ha extrañado, cuánto lo ha necesitado. No reconoce a la persona pero es una linda sensación. Él también abraza, susurra, sonríe. Su sueño está lleno de gente amable, que habla suavemente, que musita palabras cariñosas.

El Sr. González está lleno de visitas en su sueño, y se siente feliz. Ya no se piensa como un González cualquiera, ya no es el de la guía, como le decían cuando era chico y lo cargaban. Ahora es el gran González, el que tiene muchos amigos que se preocupan por él, lo visitan, le desean pronta recuperación. Y en el sueño él sabe que va a salir de ésta, que se va a llenar de fuerza para pelearla. Y siente que va a salir cambiado. En su sueño aparecen palabras que se lo dicen, no las entiende, pero se repiten y le dan señales de su próximo cambio.

La mañana sigue oscura, y la llovizna se ha pegado al vidrio donde tiene apoyada la cabeza el Sr. González, que aún sigue durmiendo. Ese sueño que trata de interrumpir el guarda que lo sacude. Que lo sacude cada vez más fuerte pero no logra despertarlo. No se despierta ese Sr. González que padece una inerme blancura, y que tiene una de sus piernas sumergida en un gran charco de sangre, casi ya coagulada.

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