Emilio llegó a las 9 de la mañana a la escuela Berón de Astrada, de Palermo. Un facilitador sanitario, que lo guió hasta la mesa del primer piso -, pidió donde que votara enseguida por su edad. Emilio caminaba con dificultad, tiene documento cuatro millones. Lo mostró y preguntó: “¿Y qué hago con el sobre, lo pego?”. El fiscal le explicó: “Lo tiene que poner así, con la solapita adentro”. “Ah, porque yo traje plasticola”, agregó Emilio. La pregunta se repitió en esa mesa, la única que, a esa hora tenía diez personas en espera. En las demás: nadie. Pero allí diez y dos autoridades, un fiscal y el presidente de mesa que ya comenzaba a hablar como “la empleada estatal” que inmortalizó Antonio Gasalla: “¡Atrás!”, decía. Y se concentraba en las planillas.

El modo pandemia impuso en estas Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) en la ciudad de Buenos Aires un abanico de contrastes. 

Usar barbijo. Guardar distancia. Esperar afuera y en algunos casos, en filas que demoraban hasta una hora para entrar, fueron el común denominador del voto en modo pandemia. Dejar el DNI en una bandeja, usar alcohol en gel para sanitizar la lapicera. Dejar pasar a los mayores y a las personas discapacitadas o de grupos de riesgo fueron características de una jornada que quedará en la memoria como el día en que, no solo en las escuelas, sino también en algunos clubes y hasta en el predio de La Rural se establecieron centros de votación.

Los rituales clásicos no se perdieron. Como en otras elecciones, hubo cantos de feliz cumpleaños y aplausos de primera votación.  Hubo hasta un agente de la policía de la ciudad que entonó “Manuelita” frente al jardín de infantes en una escuela de Palermo, casi vacía, al comenzar la jornada. Poco después, frente a otro colegio en Flores, dos vecinas con sus perritos se juntaban a mirar como crecía la triple fila en la vereda para ingresar a votar. "¡Sin distancia!" se quejaban.

Hubo una nueva cartografía electoral en la ciudad para cumplir el más importante dispositivo de prevención: la distancia social. Para eso, hubo que esparcir las mesas. En la escuela Berón de Astrada dos carteles escritos a mano indicaban el inicio de la fila de espera. “Todavía no llegó la señalética, la estamos esperando”, confirmó Diego, su fiscal general. A una cuadra, el instituto de El Salvador 3952 ya tenía la señalética. Incluso se podía escanear el QR del padrón.

Crédito: Alejandro Leiva

La jornada

Una mañana gris y poca gente en las calles. Así se inició la jornada. A medida que asomaba el sol, el ánimo fue mutando. A las 10 había concurrencia sostenida en loa centros de votación y comenzaron los contrastes, producto del dispositivo sanitario: según el tamaño de los centros de votación hubo lugares con poca o ninguna espera. Y otros donde “las colas daban la vuelta manzana”, como señaló Sofía, estudiante de abogacía sobre el colegio que en Gaona y Caracas mostraba dos cuadras de cola. Sofía votó en Flores, con su papá Francisco Azarte. Esperaron 40 minutos. “Un tiempo muy corto, si uno piensa que está haciendo algo histórico”, sostuvo la joven, convencida. 

Mariano Mistik llegó en bicicleta desde Congreso. Le molestaba que no hubiera distancia entre fila y fila. Pero hizo un pase de magia con una tarjeta y logró la sonrisa para una niña que acompañaba a su mamá. “Gracias, porque acá, la cosa está que arde” se animó, entre risas, otra vecina al verlo. La policía ordenó las filas, llamó a los números para ingresar y dispersó a los curiosos.

La espera “ocurrió en los colegios chicos, donde no hay lugar para que estar adentro, y no pueden ingresar más de tres o cuatro personas por vez”, explicó Ivana Contín, fiscal del Frente de Todos en una escuela de Almagro. “Las personas mayores o con una discapacidad demoran, y hubo mesas con cinco o seis personas mayores, con sonda, andadores, es un promedio alto”, añade. Por protocolos, los únicos problemas fueron en el inicio: faltaron autoridades de mesa. “Pero no más que otras elecciones”, afirmó.

Cuando pasado el mediodía, en la ciudad ya se estimaba un porcentaje de votantes del 40 por ciento --el promedio histórico--, las autoridades de mesa en distintas zonas del distrito comenzaron a evaluar que el plan estaba funcionando. Y Erme, quien nació en Italia, pero vive hace más de 40 años en CABA, siguiendo el plan, ya estaba almorzando en familia. “Mis nietos me pidieron milanesas con puré” le contó a este diario cuando salió de votar, por la mañana.

Erme esperaba en un banco de plaza que su esposo pasara a buscarla. Acomodaba su barbijo: “A veces me lo olvido, por eso tengo uno en la cartera y otro en el coche. Hoy casi no lo traigo”, contó. Es sensible a las medidas de cuidad.  Y al acto electoral. “Está muy bien” dijo. En otro extremo de la ciudad, bajo el sol del mediodía, Lara sostenía: “¡No hay distancia, es un desastre!”. Estaba acodada en la valla de la vereda, que contenía tres filas de votantes. "Yo me fui, casi no voto, a las tres cuadras me arrepentí" confesó. Los números de mesa están anotados a mano, en hojas pegadas al piso, con cinta. 

“Hay gente que se queja si tiene que esperar afuera, y se quejaría si tienen que estar en lugares cerrados, pequeños, donde no hay ventilación” afirmaba Ivana. Lo fundamentaba su experiencia como fiscal general, contó, donde “nunca están todos de acuerdo, pero eso hace más valiosa la votación, como el acontecimiento que es, un acto de ciudadanía, y en democracia”, enfatizó.