De alguna manera me volví una persona respetable. No entiendo cómo. La última película que dirigí recibió críticas lapidarias y fue calificada como “Solo apta para mayores de 18 años”. Seis personas de mi agenda telefónica han sido sentenciadas a cadena perpetua. Realicé una obra de arte titulada Twelve Assholes and a Dirty Foot compuesta de primeros planos de películas pornográficas y, a pesar de ello, hoy forma parte de la colección permanente de un museo y nadie parece haberse enfurecido por ello. ¿Qué demonios sucedió?

Solían odiarme, pero en la actualidad me piden que ofrezca discursos en las ceremonias de graduación de universidades prestigiosas. Que esté presente en retrospectivas de mi obra en sitios como la Film Society of Lincoln Center y el British Film Institute, e incluso he recibido la medalla del gobierno francés por “promover el arte” en ese país. ¡Este sentido absurdo de la madurez me está volviendo loco!

De pronto, me ha sucedido lo peor que puede ocurrirle a una persona creativa: ser aceptada. ¿Cómo es posible “sufrir” cuando mis películas underground se encuentran, hoy en día, disponibles para todo el mundo? Inclusive han solucionado el problema de los derechos musicales de Multiple Maniacs y fue reestrenada por Janus Films, la distribuidora original de Godard y Truffaut, ¡por Dios! ¡Pink Flamingos se exhibió en la televisión! ¿Cómo puedo quejarme de que mis películas son difíciles de ver cuando actualmente Warner se encarga de los derechos de exhibición de varias de ellas y Criterion, la editora de dvds más refinada del mundo, está restaurando algunas de mis atrocidades más groseras en celuloide? Como si fuera poco, el Museo de Arte Moderno de Nueva York tiene en su colección los originales de mis películas más antiguas en 8 mm jamás estrenadas y siete de mis libros todavía están en circulación, de los cuales dos de ellos se volvieron best-sellers del New York Times. ¿Cómo es posible? ¡¿Cómo?!

Ni siquiera puedo seguir personificando a un artista perturbado. Tengo amistades de cincuenta años de antigüedad y algunos de mis invitados a cenar no son deducibles de impuestos (lo cual es señal de una vida personal exitosa). Toco madera, pero también gozo de buena salud. Dios santo, tengo 73 años y mis sueños se hicieron realidad. ¿No les dan ganas de vomitar?

El éxito no es el enemigo que creen durante la juventud, pero si llega demasiado pronto puede volverse un gran problema. En efecto, deberían sentir cierto pánico si sus primeras obras demenciales son tomadas en serio sin resistencia, pero también deberían saber que ser un artista pobre es un concepto anticuado. No hay nada malo en ganar dinero haciendo lo que aman. Les prometo que pueden ser felices y estar dementes y aun así triunfar.

Pero supongan por un momento que siguen, sin éxito, en la lucha por encontrar su voz. De ser así deben preguntarse ¿acaso soy la única persona en el mundo que considera que lo que hago es importante? Si la respuesta es afirmativa, entonces están en problemas. Necesitan al menos dos personas para considerar que su trabajo es bueno: ustedes y alguien más (que no sea su madre). Una vez que tengan seguidores, sin importar cuántos, su carrera podrá comenzar; y si logran hacer mucho ruido, esas puertas se abrirán y luego, solo luego, podrán elevarse hacia el estatus de superioridad desquiciada. Este sabelotodo está aquí para decirles exactamente cómo vivir sus vidas a partir de ese momento.

Jamás me equivoco, pregúntenle a Joan Rivers. Bueno, no pueden, porque está muerta. Pero una vez, cuando todavía vivía, se la presenté a una cita luego de uno de sus shows en Provincetown y ella le dijo: “¿Estás con John?”. Cuando él contestó que sí, ella le aconsejó: “Haz todo lo que él te diga”. Joan sabía que yo era infalible. Lo sabía muy bien.

Para empezar, acepten que hay algo mal con ustedes. Es un buen comienzo. En lo personal, siempre hubo algo mal también conmigo. Pertenecemos a una suerte de club, una periferia lunática orgullosa de agruparse. Existe un camino a la desgracia muy gozoso allá afuera y, si me permiten ser su gurú de los desperdicios, les enseñaré cómo triunfar en la insanidad hasta tomar control de su baja autoestima. No hay nada peor que desperdiciar los desórdenes de personalidad.


Así es como comienza el recién editado en castellano Consejos de un sabelotodo, el libro con el que la editorial Caja Negra completa su trilogía de John Waters, precedido por Mis modelos de conducta (2012) y Carsick (2014).