Protagonista de las reivindicaciones de las minorías, en esta primera entrega de Las Otras Voces del Bicentenario, la abogada feminista, Ana Clara Barros, hace un reccorrido sobre la lucha de los feminismos en Catamarca.

Barros analiza en este diálogo con Catamarca/12 tanto la espontaneidad y disputas del movimiento, como los desafíos institucionales para dar respuestas a las demandas que los feminismos han puesto en el centro de la agenda política.

¿Por qué lucha el feminismo? 

Me parece que existen varios feminismos, si lo vemos como un movimiento, cada uno tiene su propio territorio, donde las disputas tienen características propias de ese territorio, entonces me cuesta hacer una definición abarcativa en ese sentido. 

Puedo hablar de mi experiencia que va desde formar parte de la Comisión de Género que significa un lugar para visibilizar las desigualdades respecto de la mujer y las disidencias a un nivel institucional dentro de los poderes del Estado, una disputa de nuevos sentidos podríamos decir, intentar instalar una nueva mirada o registro respecto no solo de los reclamos que se hacen desde el movimiento, sino intentando una ruptura de la normalización de la desigualdad y de la violencia sistemática. 

La transvesalidad es un sello de los feminismos, ¿cómo se expresa en la práctica?

Formar parte de la Red de Autocuidados Feministas de Catamarca, por ejemplo, implicó además acompañar a mujeres y personas LGTBIQ+ en situaciones de violencia de género tan diversas, intentar una intervención articulada para dar respuestas más o menos efectivas. Existe una transversalidad que nos atraviesa a todas las grupas u organizaciones, que de alguna manera nos convoca y nos une en reclamos y acciones que nos atraviesa siempre desde un lugar muy íntimo. 

Cuando decimos que lo personal es político, muchas veces lo vemos como una proposición que se refiere a las acciones o decisiones particulares y privadas, pero cuando nos arrebatan a una de nosotras, cuando la violencia tiene rostro y nombre, es inevitable que haya una identificación con esa piba, que quiera escribir o pintar un cartel y vaya a la plaza a movilizarme. Cuando esto sucede, podemos vernos a través de esa identificación, vulnerables, expuestas y violentadas, y queremos romper con eso, queremos decir ya basta, entonces ahí ese postulado se vuelve real, se vuelve cuerpo que se moviliza, que se agrupa, que grita, que acciona.

¿Qué significa a nivel social esta visualización de las voces de mujeres que hoy existe?

Creo que es necesaria una inmediata transformación de las relaciones sociales. Es necesario que las conductas o prácticas naturalizadas desde los estereotipos de género, que siempre implican una relación asimétrica de poder, donde las mujeres y colectivo LGTBIQ+ estamos en la peor posición, sin elecciones, sin libertad, como un destino inexorable, debe cambiar inmediatamente. Una vida sin libertad no es vida. No puedo concebir que una mujer muera porque decidió terminar una relación, que las niñas y niños y niñes sean abusados, y tantas otras situaciones tan normalizadas, tan naturalizadas en los vínculos sociales que no producen una conmoción, sino que pasan como un dato más, una noticia más en los medios. 

Y doy estos ejemplos que son los más extremos porque no poder andar sola por la calle, no poder dar de mamar a tu bebé en la vía pública, no poder hacer este o aquel trabajo, también implica una vida sin libertad. Cuando hablo de conmoción no me refiero al strepitus foris, sino a eso que nos interpela en nuestro fuero íntimo. Y aquí es donde creo humildemente que los feminismos y la movilización y todas las acciones disruptivas que se realizan pueden incidir. Aquí es donde se generan los nuevos sentidos, y aparecen nuevos registros del estar y ser parte de una sociedad machista. 

¿Desde cuándo advertís que este movimiento se comenzó a hacer sentir en Catamarca?

Desde el 2015 fue creciendo. Creo que atravesó por diferentes transformaciones, en cuanto a organización, territorio, se hizo más numeroso, y al mismo tiempo más espontaneo, como que fue instalándose así dialécticamente. Se fue organizando de diferente manera y abarcando territorios tan diferentes.

¿Creés que el avance del feminismo ha repercutido en otros logros sociales además de los de las mujeres propiamente?

Creo que no solo se trata de mujeres, sino del colectivo LGTBIQ, de las niñeces. La educación sexual integral es para las generaciones que vienen, por eso nunca tenemos que dejar de militarla y de exigirla. El cupo laboral trans, la ley de paridad de género, la IVE, y tantas otras son realmente un logro porque no solo reconocen una situación sino que tratan de corregirla. En otra dimensión si se quiere un poco más discursiva empezamos a advertir que las relaciones horizontales son más sanas. Empezamos a cuestionarnos todo, y eso es el comienzo del cambio. Se empezó a hablar de masculinidad como paradigma disciplinador, y cómo afecta a los varones que no se ajustan a las exigencias de ese mandato. Cómo la masculinidad violenta es también una construcción social que puede y debe cambiar. Empezamos a advertir los mecanismo de las relaciones que nos trajeron a este momento histórico y que sí se puede cambiar. Que las mujeres y disidencias también replicamos estos mecanismos. Empezamos a vernos desde otro registro.

Como abogada, ¿qué creés que le falta a la Justicia de Catamarca para estar a la altura del reclamo de los feminismos?

Hace falta más estructura, mas operadores capacitados, creo que hace falta una transformación profunda en la institución, en las prácticas institucionales y también en las individuales. Hay mucho para hablar del tema, atravesamos una crisis muy profunda que con la pandemia quedó visibilizada. No creo que sea suficiente esta respuesta, pero no podemos esperar más. En las charlas con abogadas y abogados que recién se matriculan, hablamos siempre de este tema, cuando se trata de violencia de género el operador no tiene demasiadas opciones, o sos un facilitador de derechos o sos un obstaculizador. Creo que por ahí pasa la naturaleza de la función judicial en clave de género. Pero no lo estamos asumiendo desde la institución judicial.

¿Qué deudas tiene la Catamarca del Bicentenario con las mujeres y disidencias?

Que se implementen las leyes conquistadas, urgentemente, ESI, IVE, ILE, entre tantas más. Creo que la deuda más grande es con el interior de la provincia. Territorios olvidados, marginados. La salud pública, educación, la contención desde las instituciones son temas prioritarios, ¿qué hicimos en estos 200 años? ¿Cómo hemos mejorado? ¿Y quién tiene la responsabilidad? Aquellos que están en esos lugares de poder, y que disponen de los recursos. Es verdad que todos podemos aportar o transformar desde nuestros lugares, pero no maquillemos la realidad: hay quienes se están enriqueciendo en una función que no cumplen. Las políticas públicas necesitan continuidad e inversión, sistematización, y no que se interrumpan cada 4 años.

¿Cómo te imaginás la Catamarca de 2221?

No quiero ponerme dramática, pero creo que estamos antes decisiones que pueden incidir profundamente en ese futuro. Si no cuidamos la tierra, el agua, la vida de cualquier ser viviente, si no ponemos la tecnología al servicio de la vida, y no al revés, entonces veo un futuro dramático.