Desde Barcelona

UNO En tiempos en donde todo parece pasar (o no pasar) por la afinidad (s)electiva que se tiene con algo o con alguien, Rodríguez lee la noticia más vocal de los últimos días a la vez que con la que siente menos consonancia. Y no: no pasa por caída del Barça. O por nuevo round/minué entre Madrid y Barcelona por la independencia (los primeros lo llaman "Mesa de Diálogo", los segundos "Mesa de Negociación" y, ambos, "Mesa de Acuerdo"). O por digno del primer Almodóvar obispo homófobo que cuelga hábitos por amor a divorciada escritora de ficciones erótico-satanistas. O por lo que siente cada vez que enciende la luz y aumenta la fractura de la factura eléctrica. O por nueva y subterránea y nuclear Guerra Fría pasando por Australia. O por permanentes primicias contradictorias (positivas o negacionistas) sobre el Covid-19. No: lo que interesa/asquea a Rodríguez (coincidiendo con quinceañero internado para desengancharse de Fortnite) es la pseudo-filtración de documentos internos de Facebook. Allí, en 2019, la propia compañía admitió en voz baja efectos tóxicos de Instagram especialmente en jóvenes incrementando depresión y ansiedad y pensamientos suicidas. El informal encargo del informe fue para tantear creación de nueva app apta para menores de 13 años. Anhelo del helado replicante Mark Zuckerberg, quien sigue colonizando el espacio interior de los terrícolas sin perder tiempo (como colegas magnates) en lanzarse al espacio exterior donde no hay nadie a abducir como body snatcher. En cualquier caso, Facebook consideró memo al memo en cuestión y, meses atrás, preguntado sobre posibles efectos residuales del asunto, Zuckerberg emitió con dicción de HAL 9000, que "el uso de aplicaciones sociales para conectarse con otras personas puede tener beneficios para la salud mental" y que pase el que sigue y la siguiente pantalla. Y ahora, todos a por el iPhone 13. Y ahí siguen: (des)afinados y enredados en sus propias redes, sucumbiendo al canto de sirenas, creyéndose anzuelos cuando en verdad son pescados y más náufragos de sus apariencias que capitanes de sus verdades.

DOS En cualquier caso, se sabe, estamos apenas en la Prehistoria del tema; así que mejor que ni pensar en cómo será el inevitable Oscurantismo (con toda información en manos de unos pocos recluidos en sus monasterios) y acaso fantasear con un Renacimiento que Rodríguez no llegará a ver.

Mientras tanto y hasta entonces, Rodríguez leyó libro otro modelo de app-novel, subgénero compitiendo carcaza a carcaza con el de la off-novel (o apocalipsis por caída/electrocutación definitiva de internet & co.). Derivados directos de aquellas conspiranoias de los '60s & '70s surgidas de los disparos de largada a JFK (The Manchurian Candidate, The Parallax View, The Conversation, The Six Days of Condor, The Mondo Ludum) y alcanzando su meta non-fiction con All the President's Men en tiempos donde el buen funcionamiento de las cabinas telefónicas y los números telefónicos marcados uno a uno y, a menudo, sabidos de memoria, eran cuestiones vitales para tramas y tramoyas.

Es decir, ahora, next stage: com/plots donde todo pasa por la aplicación de nueva aplicación. Y Rodríguez se entera de que Dave Eggers publica secuela de The Circle que, al ser llevada al cine, se decidió cambiarle el oscurísimo final (la hipótesis de una aplicación que funcionase para personas durmiendo o en coma) por un final feliz y redentor y justiciero tan absurdo como inverosímil. La nueva de Eggers tiene el ominoso título de The Every. Y --desde el 5 de octubre-- su versión hardcover sólo será comprable en librerías independientes como forma de resistencia contra el gran monopolio amazónico. Resistencia parcial porque, seis semanas sí se conseguirá el paperback en ya saben dónde y a un click de distancia. ¿De qué trata The Every? De lo inimaginable pero --anticipatoria anticipación-- acaso obvio e inevitable: de la unión/fusión ultra-afín del buscador más grande del mundo con la compañía que domina el comercio electrónico planetario y del desafío al que se enfrentan todos aquellos preocupados por una "vigilancia absoluta" y por un "infantilización a base de emojis". Sí: allí Google y Amazon invitan a su boda y, sí, seguro recibirán un like sin pensarlo demasiado porque, después de todo, se pensará que saldrá gratis y no que penetrará gratuitamente.

 

TRES Mientras tanto y hasta entonces, Rodríguez lee The Affinities, de Robert Charles Wilson. Autor sci-fi cuya especialidad no es la contundente invasión extraterrestre sino la sutil intervención extraterrestre (y ahí y así Rodríguez ya disfrutó de Darwinia y de Los cronolitos y de esa cima que es la Spin Trilogy). Pero The Affinities es puro producto terrícola y no necesita de ninguna presencia cósmica para encender su extrañeza y miedo. Porque lo que The Affinities propone es la existencia de una app/test/algoritmo de la agencia InterAlia que, dentro de muy poco, te permite saber y ubicar y poner en práctica la "dinámica social" de conocer y relacionarte sólo con aquellas personas (amigos y amantes y profesionales) que serán determinantes y absolutamente empáticas y afines para que tu vida alcance la perfección en todo sentido. (Rodríguez no hace mucho vio en Netflix una miniserie que trataba de algo parecido haciendo foco en lo amoroso; pero ya se olvidó no solo de su título sino de cómo terminaba y, supone, esa era la idea y el efecto a conseguir para que cualquier noche de estas vuelva a verla pensando en que le recuerda a algo que no se acuerda de ya haber visto.) "Encuéntrate a ti mismo en los demás", es el slogan/mantra con el que InterAlia te lleva de la manito a unirte a uno de los veintidós grupos de Afinidades en los que el 60% de la humanidad encaja sin problemas. Y, sí, al final era el Verbo y el Verbo siempre fue Pertenecer (léase: Like). De pronto, utopía social (más allá del pequeño detalle de que de tanto en tanto son testeados individuos que no son afines ningún grupo). Pero casi enseguida estas Afinidades comienzan a competir entre ellas y... Según Wilson, vivimos tiempos de decadencia imperial, como cuando la estructura social del Imperio Romano comenzó a derrumbarse y entonces se buscaron, desesperadamente, nuevos sistemas de alianza y relación como el Cristianismo; y, por ahí, alguien ya se pregunta cuál es la necesidad de naciones cuando se tienen redes sociales perfectamente tejidas. Lo de Wilson tiene un toque/dejo de aquella psicohistoria del fundacional Isaac Asimov (próximo a ser Appletelevizado). Y, también, un resabio de esa suerte de telepatía tribal de los fremen de Dune que, ahora mismo, Rodríguez entra a ver al cine (una de esas cada vez más contadas películas pensadas para la pantalla grande). Y así, por un rato, intentar distraerse de que el problema ya no pasa por el No Future sino por el Yes Future. Y que ya empezó. Y que se conjuga/bloquea con perfecta imperfección en every tiempo. Y que muestra ese pulgar en alto que, más temprano que tarde, va a señalar ese suelo al que se cae bajo, más al fin que afín, más a disgusto que a gusto, y mucho gusto de haberte conocido, pero ya no te reconozco.