Una vez más, Victoria Esplugas buscó esa caja donde guarda objetos de su padre. O vinculados a su padre. Allí encontró un pañuelo que su abuela, María Silvia Ferrandini, había usado mucho tiempo antes en las rondas de la plaza. El pañuelo ahora es de un blanco desvaído pero aún conserva las costuras originales, hechas a mano. Victoria compró hilo de bordar de un color azul intenso. Y en ese pañuelo, bordó “Enrique Esplugas - 29/10/76”. Es el nombre de su padre. Es la fecha de su desaparición de su padre. El jueves a la tarde, guardó el pañuelo en su mochila y se fue hasta la puerta del colegio Nacional Buenos Aires. +-Allí se reunió con sus alumnxs para marchar juntxs. “Si los genocidas quieren volver a la calle, nosotrxs les diremos que estamos ahí desde antes porque la calle es nuestra” dijo en el subte, mientras llegaba a la estación Catedral de la línea D.

Ella fue una de las miles de personas que el jueves se concentraron en Plaza de Mayo en contra del fallo de la justicia dispuesto a beneficiar con el 2x1 a los genocidas. Y fue una nueva oportunidad que nos encontró a las mujeres en la calle, defendiendo los derechos colectivos. Como ocurrió en junio de 2015, cuando el movimiento Ni Una Menos instaló su grito contra la violencia machista. Como volvió a ocurrir en octubre de 2016 tras el femicidio de Lucía Pérez en Mar del Plata. Y otra vez, este año, cuando las mujeres fuimos el primer colectivo político que se le plantó al macrismo y convocó a un paro el 8 de marzo, volviendo también a darle un sentido tan libertario como liberador a esta fecha. Y en abril, cuando el nombre de Micaela García engrosó una lista horrorosa, que da cuenta de que en nuestro país, siguen asesinando una mujer cada 18 horas. Desde el presente es posible, al mismo tiempo, resignificar el pasado y enaltecer las luchas que nos trajeron hasta acá. Como las que encabezaron un grupo de mujeres en los ‘70 reclamando por sus hijxs y nietxs desaparecidxs.

“Todxs somos hijxs de esas Madres”, sintetizó Mora Del Campo, de 21 años, mientras colgaba del cierre de su mochila un pañuelo blanco. Ahí mismo, esta no docente de la UBA llevaba también dos pañuelos: uno verde de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito y otro violeta, traído del último Encuentro Nacional de Mujeres. “No vivimos en los setenta pero las calles vuelven a estar raras, llenas de represión. O nos reprimen o nos violan y en cualquier caso, nos matan. Estamos acá porque no olvidamos ni perdonamos el asesinato de miles de militantes. Tampoco olvidamos ni perdonamos a cada mujer asesinada por violencia héteropatriarcal”, señaló.

En cercanías del Nacional Buenos Aires, un grupo de adolescentes improvisaba un picado de fútbol mientras otrxs se mensajeaban con los celulares para fijar un punto de encuentro en medio de una marea humana cada vez más enorme, movilizada y gozosa. Como Paula, de 14 años, sobrina de Fernando Brodksy, desaparecido en 1979. “Somos la nueva generación, quienes más adelantes seguiremos con el mundo. Por eso marchamos. También lo hacemos para defender los derechos humanos en general y  los específicos de las mujeres. ¿Ves? Hay muchos varones acá. Eso es bueno porque somos todxs parte de una misma lucha”, soltó con aire casual esta jovencísima de labios pintados de morado mientras buscaba abrigo imposible en su camperita de gimnasia muy poco otoñal. 

Un grupo de cuatro chicas, entre los 15 y los treinta años, caminaba por Bolívar y dobló por Hipólito Yrigoyen cuando la plaza era un estallido de banderas, bombos y humo de choripán. Llevaban entre todas unos palos largos de los cuales, al fin, colgaron una bandera del colectivo artístico Fin del Mundo al cual pertenecen. Flor Grazzini se batió el pelo colorado mientras explicaba “Fue bien heavy la apropiación de niños y las torturas específicas hacia las mujeres. No queremos genocidas sueltos. Y tampoco, femicidas. En los dos casos, se trata de violencias que la sociedad enfrenta con las mujeres al frente”, subrayó. 

Por ahí cerca, Karen, del Movimiento Evita Malvinas Argentinas, tocaba el bombo y le marcaba el ritmo a sus compañeros. “Lo hago porque me gusta”, dijo con el aplomo de quien se ganó un lugar por derecho propio. Otra columna del Evita del barrio Villa del Parque, partido de Luján, avanzaba por avenida de Mayo. Allí estaba Mercedes Torres, de 28 años. “Mi mamá me traía a las marchas desde chiquita. Soy enfermera y sé lo que es la violencia de los milicos y de los hombres que golpean mujeres, en especial en las zonas pobres donde hay que arremangarse para hablar de ‘derechos’. Por suerte, de unos años a esta parte, nosotras nos dimos cuenta otra vez de que teníamos que defender lo nuestro, como hicieron las Madres”, indicó. Unos metros atrás, la Kurda, de 22 años, avanzaba detrás de la bandera del Movimiento Patria Grande: “La mayoría estamos en contra de una justicia que es capaz de liberar genocidas y que encarcela a un pibe por fumar un porro. Pero venimos cada vez más emponderadas. Ahora sabemos lo que es la palabra ‘sororidad’ entre mujeres más allá de partidos políticos. ¿Qué es la sororidad? Una forma de entendernos y cuidarnos. Si a una le pasa algo, saltamos todas. ¿O te olvidaste lo que pasó en la marcha del 8-M con las chicas a las que les pegó la policía?”.

Además de movimientos y organizaciones sociales y políticas, la Plaza de Mayo -resignificada una y otra vez al calor de las movilizaciones populares- dio cobijo a muchxs ciudadanxs que sentían la necesidad de sumar su voz. Inés Farina abrigaba a su hija Lucía, a punto de cumplir dos años, mientras su madre, Lili Ruggia, miraba la gente marchando y no ocultaba sus lágrimas. “Nunca dejamos de estar en las calles siempre exigiendo lo que hay que exigir y reconociendo lo que se gana, que en estos cuarenta años fue mucho. Si alguna vez logramos la nulidad de las leyes de obediencia de vida y punto final, no se puede creer que se les quiera dar este beneficio a los genocidas. Estamos acá para impedirlo”, afirmó.

La luna ya asomaba sobre el Río de la Plata y mucha gente buscaba aún acercarse a la Plaza. Una señora tomó a su nieta de la mano y contó que ellas ya se volvían a casa, que vivían cerca. “Traje a la nena a escuchar los bombos. Y a escuchar a las Madres y a las Abuelas. Ella es chiquita pero en algún lado todo esto le queda. En eso consiste la memoria ¿no?”, le dijo a esta cronista poniendo su voz muy cerca del grabador. “Para que se escuche bien lo que digo. Para que no te lo olvides”, explicó.