Nacida en 1981 en Santa Cruz, su vida académica recién tuvo un parate el año pasado. Liliana Colanzi es Comunicadora Social, con una maestría en la universidad inglesa de Cambridge y acaba de terminar un doctorado en Literatura comparada en la Universidad de Cornell. A la par, la escritura ficcional emerge nutrida de lecturas críticas pero más de su contacto con historias domésticas en su tierra natal. Lo sobrenatural, la muerte y el mal, la ruptura de mandatos en la juventud o la niñez caracterizan la mayor parte de sus historias. En Nuestro mundo muerto (Eterna Cadencia) los ocho cuentos, la mitad inéditos, vuelven sobre lo ominoso,  lo no dicho y el tabú de una mujer que teme la infidelidad de su novia en paralelo a un caníbal que se refugia en París; un padre enfermo que ya no reconoce a su esposa; astronautas que se debaten entre cuerpos que comienzan a convertirse en cadáveres, un aborto y un relato en el que el dialogismo nos muestra el contraste entre el ayer y el presente enfrentando a patrones y empleados, a indígenas y “civilizados”. Confesiones en primera persona, a excepción de “Meteorito”, donde se reconocen las peores bajezas y el destino final no puede evitarse; mediando está el minucioso lenguaje construido, explorando sus límites y su productividad, incluso, integrando lenguas que parecen extinguidas. 

“Me interesa la exploración del lenguaje, las palabras inventadas o términos aborígenes pero lo central es la experiencia de la extrañeza. Referentes en ello son João Guimarães Rosa y Sara Gallardo. Además, admito que tengo una relación un poco tortuosa y oscura con los psicópatas, de allí surge “Caníbal”, hecho que trascendió en las noticias, porque me parece que es la verdadera otredad y que el potencial para hacer daño puede estar en alguien cercano o dentro nuestro. Recuerdo cuando de pequeña obligamos a una niña a comer una araña muerta. Para mí la mente de un psicópata se rige de otro modo, como la de un alienígena.”, cuenta Liliana con cierto pudor y agrega: “Leí  una novela de Philip Dick sobre un psicótico donde se concluye que Dios es irracional y que el universo tiene un lado perverso, algo en lo que creo, que el mal no tiene fin”. Su escritura se asemeja a la de Samanta Schweblin o Mariana Enríquez: maneja la brevedad con maestría y se considera una “escritora caracol” que puede escribir 20 páginas hasta dar con un comienzo que le convenza. 

En 2014 estabas indagando la ciencia ficción en tus estudios y gran parte de tu nuevo libro remite al género aunque no deja de lado lo sobrenatural…

–Busco combatir las resistencias a géneros populares como la ciencia ficción a la que se suele considerar fuera de nuestra experiencia cotidiana. Por ejemplo, no puedo pensar en un autor más consciente de los interrogantes de nuestra especie que Philip Dick. Otro de aquí que me interesa es  Martín Felipe Castagnet que con Los cuerpos del verano se mete a fondo en nuestras relaciones con Internet. La tecnología inevitablemente está transformándonos y la discusión pública pasa por las redes sociales pero no concibo la escritura de un modo mediatizado como aquel que desde un blog comparte con los lectores el proceso aunque sí desde el periodismo. 

Sin embargo hace poco pediste en las redes sociales testimonios a mujeres que hubiesen abortado, tema que también aparece en más de un cuento tuyo…

–Respecto del aborto apoyo la despenalización y que las mujeres podamos decidir sobre nuestro propio cuerpo pero lo que me genera curiosidad es la necesidad de definir qué es un bebé y qué no lo es y quise saber con qué trabas se encuentran las mujeres a la hora de querer abortar. Supe que los médicos suelen acosar con comentarios a las pacientes y  más allá del riesgo que conlleva hacerlo en la clandestinidad para algunas se ha convertido en una experiencia liberadora más que traumática. 

¿Qué otros temas te están convocando en el presente?

–Me gusta el campo de los estudios animales (“animal studies”) porque podemos deconstruir muchísimo sobre el universo de aquellos seres que consideramos menos humanos y su gradación. Se estudia, por ejemplo, cómo se construye el “ser humano” como proceso lingüístico a partir de las oposiciones naturaleza/cultura o como civilización/barbarie. 

¿Qué estás aprovechando a retomar tras cerrar una etapa tan académica? 

–Volví a leer caóticamente y  de modo errático aunque reconozco que la crítica me permitió tener un ojo menos ingenuo. También retomar la ficción. Hace un par de meses leí a un explorador sueco de principios del siglo pasado, Erland Nordenskiöld, quien se internó en el Chaco boliviano en 1902 y 1908 y luego se quedó viviendo allí. Ahora no hay  lugar para viajes así, está todo mapeado, pero me interesa el cruce entre la literatura y otras disciplinas. Además, acabo de crear una pequeña editorial micro-indie denominada DUM DUM  y a partir de junio reeditaré Eisejuaz de Sara  Gallardo. Quiero apostar a voces raras, emergentes y a la ciencia ficción con novelas anacrónicas pero con algún detalle futurista.

¿Cómo es volver a tu país?

–Suelo volver a Bolivia dos o tres meses al año. Es volver a mi origen, a las historias. Siento que no he tenido tanta experiencia vital fuera del estudio en Estados Unidos como la que he tenido en mi país.