Exactamente hoy se cumplen 30 años del estreno rosarino de La escuela de la Señorita Olga (1991), la película de Mario Piazza dedicada a la experiencia educativa impulsada por la maestra Olga Cossettini. “El estreno fue lindo, humilde y nada grandioso, en el auditorio del Banco Municipal. Sí fue grandiosa la presencia de la maestra Leticia Cossettini. Me acuerdo que le pedí que hablara después de la proyección para no opacar la luz de la pantalla, por lo interesante y atractivo de su discurso”, recuerda Piazza en diálogo con Rosario/12.

Con una trayectoria que le distingue como uno de los documentalistas de referencia en el cine de la ciudad y región, las películas de Piazza articulan historias que son un legado. Así como su preocupación por dar testimonio sobre la experiencia revolucionaria de las hermanas Cossettini –“la obra de ellas sigue siendo de referencia para los maestros actuales”, comenta–, asoma también un nuevo trabajo. Lo moviliza una certeza que tal vez, ojalá, se altere. Araldo, cineasta obrero estará dedicado a Araldo Acosta, obrero de la construcción devenido cineasta, cuya obra se encuentra perdida. Según indica el fundamental Rosarinos en Pantalla, de Alfredo Scaglia y Fernando Varea, además de varios cortos y documentales, Acosta llegó a dirigir los dos únicos largometrajes rosarinos en Super 8: Catarsis (1972) y Crónica de brocha gorda (1975).

“De momento, sus películas están desaparecidas. Pero tengo la esperanza de que pueda aparecer alguna. Fue una época precaria la que hemos vivido, en cuanto a la tecnología no era muy seguro, no teníamos la posibilidad fácil de preservar el material, no se podían hacer copias o eran muy caras. Cuando se las mandaba a los festivales o donde fuera, se enviaba el original, la copia única. Araldo venía de un origen medio adverso, entre orfanatos y presidios. Salir adelante con una obra cinematográfica y pictórica es algo notable de su parte”, explica Piazza.

El teaser que circula deja ver algunas imágenes de sus pinturas y fotografías. Con la promesa de acometer el testimonio de una vida cuya obra es elusiva, pero que el recuerdo de Piazza refiere. “Lo conocí y fue un referente, uno de los pocos que estaba haciendo cine. No llegué a ver las tres primeras películas suyas, que perdió al enviar a un festival en Islas Canarias. Con el tiempo hasta llegué a colaborar con él, empezamos a hacer una remake por iniciativa suya de su primera película, Catarsis, pero quedó sin completar”, continúa.

-Siempre en Super 8.

-Era la herramienta que teníamos a nuestro alcance. En esa época creíamos que podíamos hacer una revolución en ese formato, pero después vino el digital (risas). Pero hay jóvenes cineastas que están adoptando el Super 8, porque dicen que con el digital está todo resuelto y se pierde la posibilidad de la aventura o la experimentación.

-La historia de Araldo Acosta, su procedencia obrera y el descubrimiento del cine, me recuerdan a la película El amateur, de Krzysztof Kieślowski.

-Me acuerdo en particular de una escena, cuando él se toma el tren para ir a la capital por un encuentro de cineastas, y la esposa lo despide desde el andén diciendo “ojalá pierdas”. El tipo no la oye por el ruido del tren (risas).

-Ya Truffaut decía que al hacer cine todo lo demás no importa, y vos te metiste tras las huellas de películas que aparentemente no están.

-Tenemos una especie de duda, que para algunos es certeza. Las películas que mandó a las Canarias estarían en una filmoteca en Las Palmas, pero no hemos tenido constatación. Además, ir hasta allá tampoco garantiza que se encuentren. Final abierto. Decidí encarar el proyecto aceptando que no están, si aparecen el film cambiará.

Foto: Sebastián Vargas

Entre La escuela de la Señorita Olga y Araldo, cineasta obrero se escriben 30 años y muchas películas. De aquel film señero, hoy fundamental en la trayectoria del director, Piazza comparte recuerdos gratos: “Estaba leyendo testimonios que guardo. Hay un mail que me mandó un joven colega, donde cuenta que a una familiar suya, que estaba con una cierta enfermedad, la esclerosis ELA, el doctor le había recomendado ver La escuela de la Señorita Olga para levantarle el ánimo. Mirá qué notable. Pero hay una ocasión que recuerdo muy especialmente, cuando la película se dio en diciembre del ‘91, a poco de estrenada, en el Cine Club Núcleo en Buenos Aires, un domingo por la mañana en una sala de la Avenida Corrientes. Estaba lleno, seguramente gracias al factótum de Cine Club Núcleo, Salvador Sammaritano. Pero la cuestión fue que al público le gustó, aplaudieron mucho, algo que tampoco era esperado de mi parte”.

-¿Cómo fue la relación con Leticia Cossettini?

-Mientras estábamos haciendo la película, ella tuvo cierta desconfianza en determinado momento. Yo le mostré una copia del trabajo, con la intención de que viera cómo venía el contenido, pero esta copia la tomé con una cámara de video de la mesa de montaje y no daba buena calidad de imagen. Ella vio que no estaba muy favorecida, ¡y se enojó! Pero después no. Cuando pudimos hacer la copia buena y confrontarla con el público me escribió una carta, el 30 de septiembre del ’91, que atesoro, donde termina diciendo: “Gracias Mario, has seguido las huellas y encontrado el huerto. Te abrazo, Leticia”. Para mí no sólo fue la posibilidad de hacer una película tan difundida, sino también haber tenido la posibilidad de conocer a esta maestra tan particular, Leticia Cossettini. Y quiero destacar, una vez más, lo importante que fue la generosa ayuda del colega Tristán Bauer, que gracias a que tuvo una demora en la filmación de Después de la tormenta, tuvo el tiempo y la iniciativa de venir a darme una mano con su cámara sincrónica de 16 mm y un grabador Nagra más el colega que lo operaba. Fueron cuatro días muy especiales para mí, filmando los testimonios de La escuela de la Señorita Olga. Y fue gracias a él que la pude hacer en 16 mm, si la hubiera terminado en Super 8 no hubiera tenido igual difusión ni destino.