La mayoría de los activistas o testigos consultados para esta nota -dentro e incluso fuera de Rusia- prefirieron no referirse al tema por cuestiones de seguridad, o en caso de hacerlo, optaron por usar pseudónimos -con excepción de Nikita Safronov, que conversó con SOY desde Moscú dando su nombre real. Las dos jóvenes rusas refugiadas en la Argentina que relatan aquí su historia de vida y ofrecen una mirada sobre la situación en Chechenia también solicitaron no dar a conocer sus apellidos.

¿Qué saben del impacto que ha tenido esta noticia dentro de Rusia?

Elena: Para empezar, te diría que no se puede pensar en Rusia y en Chechenia con las mismas categorías que acá. Estamos hablando de un territorio en el que está justificado que un familiar te mate si considera que por ser gay ofendiste el honor del clan. Nuestro presidente y el primer ministro de Chechenia, que supo ser un territorio separatista, ahora son grandes amigos. Algo gracioso que da ganas de llorar. Estamos hablando de crímenes contra la humanidad, crímenes contra los cuales en otras partes del mundo se está tratando de luchar, pero Rusia va a contramano. Quienes han escapado no han obtenido ningún tipo de protección en Moscú, de las autoridades. Hay un acompañamiento tácito de Moscú a lo que hace el líder checheno.

Unos meses atrás el líder checheno, Ramzán Kadýrov, dijo algo que en Argentina hemos escuchado alguna vez: “Dios creó al hombre, a la mujer y al animal. ¿Alguien ha oído algún pronunciamiento religioso que diga que te podés casar con un gato, por ejemplo?”. 

Anna: Esas expresiones que aquí pueden sonar hoy como un disparate aberrante son la norma rusa. No sé cómo harían las lesbianas y gays de otras épocas. Lo ocultaban como nosotras supongo, se casaban, armaban vidas paralelas. Mucha gente considera que la homosexualidad es algo importado de Europa y Estados Unidos. Al punto de que inventaron una palabra que lo resume: ‘gayurope’ y ‘gayeurope’. Esta mirada no es sólo contra las personas lgti sino también contra inmigrantes, personas negras, etc. Sobre esa base en los últimos años se dio una ola imparable de nacionalismo e intolerancia. Algo tremendamente contradictorio ya que somos una mezcla de nacionalidades, así se formó la Unión Soviética. Le preguntás a la gente en la calle y repite: en Chechenia nada está pasando, ¡es todo propaganda de gayurope!

¿Cómo vivieron la revelación de lo que está pasando en Chechenia?

A.: Una amiga rusa que vive en Estados Unidos posteó el artículo. Lo leí y creí que no era verdad. Como esas cosas que se saben y no. Chechenia, si bien está dentro de Rusia, tiene su propio gobernante. Es una República, tienen sus propias tradiciones, son musulmanes ortodoxos. En el resto de Rusia hay musulmanes pero no son ortodoxos a ese nivel. Tiene sus propios medios de comunicación, su legislación, y esa información no se replica en el resto de Rusia.

La escala del odio

Los centros de detención clandestina en Chechenia dan la impresión de ser la máxima expresión de un proceso que en la Federación Rusa empezó en junio de 2013 cuando se sancionó la ley contra la propaganda homosexual. Dicha ley condena la difusión de cualquier tipo de “promoción de la homosexualidad dirigida a menores de edad” con multas y penas de cárcel. Desde 2013, la Secretaría de Relaciones Internacionales de la Federación Argentina LGBT junto con la Defensoría LGBT (de la Defensoría del Pueblo de CABA) acompañan a rusxs lgbti que solicitan refugio. 

¿Por qué dejaron Rusia?

A.: Tuvimos que empezar nuestras vidas desde el principio. No es que tuviéramos trabajos increíbles allá pero por lo menos eran estables. Teníamos cierto nivel educativo. Yo soy maestra de idiomas, hablo alemán, español e inglés. Pero en Rusia no podíamos llevar una vida normal. Siempre dije que era soltera, o que Elena era mi amiga. Ser lesbiana o gay es un motivo justificado en Rusia para que te echen del trabajo

Vivían en Siberia, ¿estar lejos de Moscú complica aún más la situación?

E.: Siberia está a seis horas de avión de Moscú. Lejos de la capital la gente tiene la mente todavía más cerrada. De todos modos no éramos de un pueblo. Khabarovsk, en Siberia, es una ciudad. Khabarovsk es gigante, industrial, sin espacios verdes, casi no se puede ver el cielo por la contaminación, un fenómeno llamado “nube negra”. De todos modos que en Moscú se esté mejor es relativo. Todas las feministas y personas lgbti de Moscú que yo conozco están tratando de irse o se han ido.

¿Cómo es ser lesbiana en Rusia?

A.: Es secreto o secreto a voces. Puede implicar perder tu trabajo, el ostracismo social y familiar. O hasta ser detenida. Esto último no sucede tanto en el caso de las lesbianas porque las relaciones se mantienen en silencio. Encontrarte en la calle con tu novia butch es realmente temerario. Cuando empezamos a vernos con Elena hace once años, vivíamos a unas cuadras. Cada vez que salía, mi mamá me preguntaba dónde iba y con quién. Me inventé un novio. Le puse nombre, edad, ocupación y le contaba historias sobre él a mi mamá. Este personaje imaginario se convirtió en una presencia en nuestras vidas. Cuando se supo la verdad mi mamá no podía unir una cosa con otra y preguntaba: ¡¿Entonces tenés un novio y una novia?! ¡¿Por qué mejor no te quedás con él?! 

E.: La caída del comunismo ha tenido un efecto curioso. Mucha gente piensa que la homosexualidad es algo que “llegó” a Rusia con el libre mercado. Con la influencia de la televisión, de Internet o como influencia de otro país, como Estados Unidos. 

A.: Mi madre cuando se enteró de que yo era lesbiana le echaba la culpa al animé, que era algo nuevo entonces para nosotros. Lo consideraba una mala influencia occidental y luego lo consideró el origen de mi lesbianismo. Hasta hoy está convencida. Casi no llegué a vivir el comunismo, tengo 33, era chica cuando cayó el muro, pero es cierto que durante esos años la gente estaba mucho más desconectada de lo que sucedía en otros países. Hasta no hace tanto se creía que no había homosexuales en la Unión Soviética. 

¿Tuvieron algo así como una salida del clóset?

A.: Me di cuenta de que era lesbiana a los 18. Siempre me gustaron las mujeres. Desde esa edad tengo que mentir todos los días. En mi adolescencia iba un club gay de mi ciudad. Algo muy inusual y clandestino aunque todavía no estaba prohibida su existencia. Estaba escondido, los vecinos no sabían. Era solo una puertita, tocabas el timbre y dabas una contraseña para entrar. Todos ahí adentro éramos amigos de amigos. En dos oportunidades en las que estaba en el club irrumpió la policía, hizo acostar a todos en el piso, se llevaron gente. Es normal. En ese momento no había ninguna ley pero el clima era ése. Me daba miedo hasta llamar un taxi para ir a este lugar porque tal vez el taxista podría saber a dónde me estaba llevando.

¿Tenían algún aliado en sus familias?

A.: Mi mamá lo sabe y no lo aprueba. Mi papá se murió sin saber. Mi hermana y sobrinos saben, y ella es una de las que más se opone, es religiosa de una rama pentecostal, una iglesia minoritaria en Rusia pero igual de homofóbica que la ortodoxa. Saben de Elena pero actúan como si estuviera sola. No hablan con ella aunque ella esté sentada al lado.

¿Cómo se conocieron?

E.: Éramos vecinas, nuestras madres eran amigas. Supe siempre que no quería salir con chicos, pero a las chicas no las pensaba como una posibilidad. Nos conocimos yendo a ver una película a un cine club. Nos hicimos amigas. 

A: Después de eso empezamos a chatear. Hasta que en un momento yo le conté que había tenido una novia, como abriendo el tema.

E.: Y me empecé a dar cuenta de que salir con una chica era una posibilidad, algo real. Yo tenía 17 y ella 22. Después cada una siguió con su historia. Ella empezó a trabajar en una oficina, tuvo otra relación. Yo después tuve otra relación también. Me gradué como Psicóloga. Me fui a trabajar a Turquía. En 2012 empezamos a chatear nuevamente, en una red social que es como un Facebook ruso. Luego volví a Siberia y empecé a trabajar en una escuela. Nos reencontramos y empezamos a vivir juntas. Sólo sabían amigos muy cercanos. Le conté a mi mamá y por supuesto no le gustó. No sé si en Rusia existe algún tipo de padre o madre que pueda ser comprensivo con la homosexualidad de sus hijos. Es el estándar ruso. Hay rusos viviendo aquí, pero a la mayoría no podemos decirles. No lo verían bien. Ahora estamos viviendo de trabajos temporales. A veces nos llama una conocida para que le limpie la casa. Sabe que soy lesbiana y por qué estoy acá, y me llama para ayudarme. Si yo en un trabajo en Rusia llego a decirlo, es imposible prever la reacción.

A.: Nos ha pasado estar acá en unas clases de español y que haya un Ucraniano obsesionado con enviarle mensajes de odio a otros dos alumnos del mismo curso, dos chicos de Brasilia que son pareja. El viejo ucraniano no dejaba pasar una clase sin hacer un comentario antigay. La profesora no lo frenaba. Reafirmábamos internamente: ok, en clase no lo podemos mencionar tampoco. En Buenos Aires se nota que aunque hay excepciones el estándar no es homofóbico. La dueña de este departamento ya nos estuvo preguntando para que la invitemos a la boda.

¿Cuál fue el detonante para dejar Rusia?

E.: Soy maestra. Hubo una situación concreta que es que una alumna mía, una niña, venía golpeada a la escuela. Todo el mundo sospechaba, hasta que finalmente vino con moretones en la cara. Se lo conté a directivos del colegio. El padre había estado preso antes. No sé cómo consiguió información sobre mí. Me vino a buscar a mi casa. Otras maestras seguro me denunciaron. Nos amenazó, sabía que éramos novias. Empezamos a tener miedo de salir a la calle, que nos golpeara o denunciara. 

¿Tenían algún modo de defenderse?

A.: Para hacer la denuncia tendríamos que haberle contado a la policía la historia completa. Y tenemos una ley contra nosotras, la policía no toma denuncias ni protege a personas gays. Dejan que los ciudadanos “se encarguen”. Pueden sacarte tu trabajo por tu orientación sexual. Los padres, los alumnos, los colegas te pueden denunciar ante las autoridades.

E.: La ley antigay dice que nosotros hacemos “propaganda” de nuestra orientación sexual. Que incitamos a otras personas, sobre todo niños, a que cambien su orientación sexual. Lo que hubiera aparecido como titular en mi caso, si el padre me denunciaba es: “maestra lesbiana trata de seducir a una niña”. La estrategia que han usado con la ley de propaganda es tomar un prejuicio arraigado en la sociedad y extenderlo, y ese prejuicio es equiparar homosexualidad con pedofilia. En Rusia es preferible ser un alcohólico que le pega a sus hijos, algo que supuestamente con el tiempo podrás mejorar, que ser gay o lesbiana.

A.: Nos podíamos haber ido a otra ciudad pero la ley rige para todo el país. Tarde o temprano nos íbamos a ver de nuevo envueltas en una situación de este estilo. Recolectamos algo de plata de amigos y empezamos a buscar a dónde ir.

¿Y por qué Argentina?

E.: No necesitábamos visa para entrar y quedarnos tres meses. Luego se puede renovar. Leímos sobre sobre cómo viven las personas lgbti. Compramos los pasajes. Llegamos, nos acercamos a la Comisión Nacional para los Refugiados (Conare) y nos explicaron cómo organizar el proceso. Te asesoran gratuitamente, te ponen un intérprete y un abogado. Les contamos la historia. Estamos esperando que nos den el estatuto de refugiadas, que nos reconozcan como tales.

¿Qué beneficios les traería ser reconocidas como refugiadas?

A.: Hasta donde sabemos no te dan ayuda económica pero sí la residencia. Ahora tenemos una residencia precaria que debemos renovar cada tres meses, de todos modos la residencia nos permite estudiar, trabajar. Va a cumplirse un año que estamos y si bien es difícil porque no tenemos trabajo estable, sí sentimos que acá podemos imaginarnos un futuro.