En 1924, dos jóvenes cultos y millonarios de la elite judía de Chicago se lanzaron a cometer la eterna utopía del crimen perfecto. Nathan Leopold (1904-1971) y Richard Loeb (1905-1936), jóvenes amantes y enamorados, malinterpretando las ideas de Nietzsche y de Schopenhauer quisieron estar más allá de la moral y convertirse en superhombres y con ese fin secuestraron y mataron a un joven estudiante de catorce años al que ni siquiera conocían. El cadáver de la víctima fue encontrado rápidamente junto a las gafas de carey de Nathan y los pernos especiales que éstas tenían condujeron directamente a la policía a la pista de los asesinos. El fallo de lo que fuera llamado el crimen del siglo –se pidió asesoramiento a Sigmund Freud para la defensa (aunque éste se negó) y se elevó un informe médico que aseguraba que los acusados tenían una relación intensa y tormentosa– concluyó en el confinamiento de por vida para Nathan y Richard. El asesinato brutal y gratuito sirvió largamente como ejemplo paradigmático para fortalecer el imaginario de que los gays eran criminales y peligrosos innatos.

En 1948, Alfred Hitchcock recreó el caso en su film La soga. Obsesionado como de costumbre con la homosexualidad contrató como guionista a Arthur Laurents, al actor Farley Granger, amante de Laurents, para interpretar a uno de los asesinos y al actor John Dall, que también era gay para interpretar al cómplice. Según las memorias de Laurent, a Hitchcock “le excitaba que Farley hiciera de homosexual en una película escrita por mí, otro homosexual; que fuéramos amantes; que teníamos un secreto que él conocía, que yo sabía que él lo sabía”. Otras versiones como Compulsión (Richard Fleischer, 1959) o Swoon (Tom Kalin, 1992) –uno de los clásicos del Nuevo Cine Queer–, siempre interpretados por verdaderas bellezas, dan cuenta de la perdurabilidad de la fascinación por estos asesinos gays por razones filosóficas. 

Que de esta premisa macabra pueda surgir un musical melodramático, gracioso y erótico al mismo tiempo, El pacto. Un thriller musical, es sin duda mérito del libro, música y letras de Stephen Dolginoff, que lo estrenara en Broadway off en 2003 con el título Thrill me y en su versión local de las excelentes interpretaciones musicales de Leandro Bassano como Nathan y de Pedro Velázquez como Richard bajo la dirección de Diego Avalos. Con momentos de humor y tragicómicos (la desopilante y freudiana canción de las razones para matar al hermano de Richard, entre otras) y escenas plenas de suspenso y seducción, la atmósfera creada y la química entre los protagonistas logran captar al espectador y transmitir la idea del amor pasional como fuerza libidinal que combina el placer, la dominación (aunque no sabe hasta el último momento cuál de los amantes domina al otro) pero también la culpa y la muerte. Sin duda es saludable en tiempos tan conservadores recuperar la idea del gay como maldito de la sociedad, de la homosexualidad como crimen y de la cárcel como el lugar por antonomasia para acoger a los amores malditos. 

Tal como anticipa la obra, a pesar de que las autoridades de la prisión los separaron, Nathan y Richard finalmente terminaron juntos. En junio de 1938, Richard murió apuñalado por un compañero de prisión. Nathan dijo al respecto: “Lo cubrimos con una sábana pero después la levanté y me quedé mirándolo largamente. Había sido mi mejor amigo y, por extraño que parezca, mi peor enemigo”. Nathan crió pájaros en la prisión, aprendió casi treinta idiomas y quedó libre tras treinta y tres años de condena. Años después contrajo matrimonio. Tras su muerte en 1971, fueron encontrados los dos únicos cuadros colgados en su casa en Puerto Rico: uno era de su abogado defensor y el otro era el de Richard Loeb.  l 

El pacto. Un thriller musical. Los martes a las 21, Teatro Border, Godoy Cruz 1838.