EL LUGAR DE LA DESAPARICIÓN - 7 PUNTOS

Argentina, 2018

Dirección, guion, dirección de fotografía y montaje: Martín Farina

Duración: 66 minutos

Intérpretes: Silvia, Zalmon, Miriam, Guillermo, Pablo y Dina Markus

Estreno en el cine Gaumont.

Por Horacio Bernades

En los últimos años el realizador Martín Farina (Fullboy, Taekwondo, Mujer nómade) viene desarrollando una trilogía sobre la familia, de la cual El lugar de la desaparición se presenta como el eslabón del medio, posterior a Cuentos de chacales (2017) y previa a Los niños de Dios, que espera estreno. A diferencia del grueso de los documentales familiares recientes, Farina no funciona como el detective que viaja hacia el pasado familiar para develar un secreto oculto, sino como el testigo no incluido que registra la preservación de ese secreto. 

De las tres, la más cercana a Farina -aunque más no sea por una cuestión de parentesco- es ésta que ahora se presenta, y que tiene por protagonista a la rama materna de su clan familiar. Cohesiona a las tres la idea de la familia como enfermedad, algo que estos films transmiten de modo sensorial, físico incluso, antes que de manera racional. En El lugar de la desaparición, la selección de fragmentos, su montaje y alguna “intervención” del autor permiten construir una sensación que, tal vez por aquello de que vista de cerca toda persona (o toda familia) es monstruosa, se hace desde un comienzo sibilina, pegajosa.

No es casual que la secuencia inicial tenga por protagonista a la abuela Mabel, que intenta espantar a quien la filma en VHS con un “apagá esa máquina”. De inmediato, sin embargo, Mabel se echa a hablar, y de lo que habla, al atravesar el living, es de ese ambiente que tiempo atrás albergó montones de invitados, exaltando la unidad familiar alcanzada por los Markus. De allí en más el latiguillo “unidad familiar”, que tiene a la abuela por arquitecta, eje y motor, reaparecerá una y otra vez, revelando en ese carácter presuntamente inquebrantable del clan el núcleo de la novela familiar. El mantra se repite hasta la náusea en boca de todos (menos del hijo que rompió y se fue), como modo de consolidar la ficción ante los demás. Pero sobre todo ante sí mismos. La novela tiene un poema, que una de las hijas lee a la abuela en el día de su cumpleaños, y que más que la sinceridad de un homenaje sentido plancha el almidón de delantales de un discurso escolar.

Todo comunica una sordidez vaga e indefinida: el pater familiae lee una noticia titulada “Asista a su propio funeral”, uno de los hijos se abalanza sobre él, como un ave de presa, intentado convencerlo de algo, el otro hijo varón, médico (son cinco en total) reitera al infinito el novedoso concepto de “familia quística”, como si se tratara de la llave única para acceder a la enfermedad familiar. Toda neurosis implica repetición, tal vez por eso la cámara de Farina vuelve una y otra vez sobre los mismos rincones, las mismas puertas, las mismas fotos viejas. El mismo tic de una de las hijas, que atiende siempre en inglés el portero eléctrico, intentando lucir su dominio de ese idioma (notable utilización de unas lecciones grabadas por un locutor en un pomposo british english, otro signo de falsedad estentórea). La misma expresión del abuelo Zalmon, entre preocupada y perdida. Hay una ausencia reciente de la que Zalmon no se repone, y que parece marcar la caída del mástil familiar.

“Se oyen pasos”, se escucha en un susurro. “¿Quiénes serán?”. El bisbiseo comunica lo ahogado, lo reprimido, lo temido. El lugar de la desaparición tiene lugar en un presente eterno y endógeno, tan viciado como los interiores de la casa familiar, y el texto de esas voces furtivas se reconoce como el de Casa tomada, apoteosis literaria del aire encerrado, cuyo uso revela cuánto hay de ficción en la película de Farina. Técnicas de ficción sin las cuales no sería posible que Zalmon acepte ser filmado, en toda la última parte, recorriendo pasillos que se le han vuelto ajenos y en los cuales parece extraviado, extrañado, perdido ya el timón que conducía a los Markus al puerto seguro de la novela familiar,