El fin de semana un grupo de amigos del colectivo LGBTI se encontraba de noche en el Parque 9 de Julio, en San Miguel de Tucumán, charlando, a metros de una garita de guardia y bajo la iluminación del sector conocido como El Rosedal. Al poco tiempo de estar allí fueron rodeados de una docena de policías en motos y camionetas. El objetivo: intimidar, agredir y correrlos del Parque.

Había otra gente allí, pero se dedicaron a hostigar particularmente a este grupo. Por putos, por marikas, por amanerados. Desde Kompañere Tucuman Peroncha mostraron un video relatando lo sucedido. “Por gente como ustedes el mundo está podrido”, se escucha decir a una oficial.

El Parque 9 de Julio es el espacio verde urbano más grande del NOA, está compuesto de alrededor de 100 hectáreas en donde confluyen espacios municipales, clubes deportivos y bares y lugares de esparcimiento. La historia oficial del parque puede verse en wikipedia. Pero existe otra historia por contar, que se sabe pero pocas veces se dice a viva voz.

En el parque la violencia anida y se reproduce, en un vínculo estrecho con la presencia policial. Como sucede en todo el mundo, los espacios verdes de las ciudades terminan siendo siendo espacios de saturación sexual al caer la noche, de diversión para parejas, de trabajo sexual y de múltiples prácticas. Y como sucede también en muchos lugares, las fuerzas policiales se dedicaron a reproducir la violencia en vez de proteger a quienes ya estaban vulnerables.

En el parque, durante décadas, la policía secuestró a mujeres trans y travestis para detenerlas y someterlas a torturas y vejaciones. Esto pasó durante la dictadura cívico-militar y durante gobiernos democráticos también. Los cuerpos trans estuvieron a merced de los caprichos de las fuerzas policiales. Durante décadas, autos y motos acostumbraban pasar a silbar, chistar y hostigar a mujeres trans y travestis. Durante décadas en tiempos donde no cualquier hotel recibía a dos hombres, el parque fue un lugar de encuentro sexual, de resistencia ante la represión y la asfixia del odio.

Allí abusaron de una estudiante en 2013, desplegando una protesta y toma de facultades en una ya histórica revuelta estudiantil de la Universidad Nacional de Tucumán.

Allí asesinaron a Ayelén Gómez en el año 2017, encontraron su cuerpo en las tribunas del Lawn Tennis Club, y un año después fueron asesinados a balazos dos policías. Allí robaron y golpearon a muchos hombres desprevenidos que fueron a tener sexo con otros hombres y encontraron violencia. Allí la policia humillo a más de una pareja por haberlos encontrado teniendo sexo. Allí se persiguió a más de un joven por fumar un cigarrillo de marihuana.

En la oscuridad del Parque la única luz que tiene poder es la del patrullero, y quienes están en él no necesariamente entienden los límites de sus deberes y obligaciones ni tampoco entienden su rol dentro del Estado. Las fuerzas policiales parecen no haberse notificado debidamente que la diversidad sexual no es ya lo prohibido, ni es una caja chica o un juego morboso para pasar el tiempo. Al parecer el marco normativo internacional y nacional que marca los derechos humanos fundamentales no han llegado a todas las comisarías y hace que los policías sientan que pueden humillar y maltratar como se les dé la gana.

Esta vez, porque hubo un video, se pudo mostrar algo que es moneda corriente. Y esta vez, porque cada vez somos más y tenemos menos vergüenza, podemos denunciar que no queremos que siga pasando más. Ser gay, lesbiana, trans o lo que sea que querramos ser no puede ser sinónimo de tener menos derecho a circular por la calle, ni puede hacernos tener naturalizado el peligro que corremos si nos encontramos solos en la calle con un patrullero.

Lo que pasó el fin de semana no es un hecho aislado sino la expresión estructural de un modo de vincularse con la diversidad por parte de la policía. Ojalá las repercusiones se multipliquen y podamos volver a sentir empatía por las violencias que duermen de día y reviven cada noche en esas 100 hectáreas de tierra tucumana. Ojalá podamos como sociedad y a través del Estado poner fin a la violencia que la noche imprime sobre las sexualidades disidentes.