Mientras el secretario general de la ONU, António Guterres, pide a los líderes globales que despierten frente a un mundo amenazado como nunca y advierte acerca de los peligros que entraña “la profundización de una guerra fría entre China y los Estados Unidos”, en la Argentina reina el desconcierto tras los resultados de las PASO.

Se discute sobre si el problema electoral fue la billetera vacía, el hartazgo del pseudo progresismo o los resquemores de que retorne un populismo de izquierda o de derecha. Cualquiera diría que esta incertidumbre y desorientación es normal, en la medida en que para empezar no se sabe si se sale de una pandemia o si se entra en otra peor y hasta se siembran dudas acerca del origen de este fenómeno y de su real alcance. 

Tampoco se sabe qué pasaría si se paga la deuda contraída con el FMI en las condiciones en las que el propio organismo tenía elementos para vaticinar que era casi imposible, pero a su vez se temen las consecuencias de no pagar. 

Para colmo, Kristalina Georgieva, exdirectora general del Banco Mundial (BM) y actual directora gerente del FMI, es ahora cuestionada por un supuesto intento de favorecer a China en los reportes producidos por el BM respecto a dónde resultaba más fácil invertir dinero. Denotada por algunos medios como feminista, Georgieva es una economista que creció en un país comunista. Los ataques podrían ser parte de esa guerra fría o una mera mezquindad.

Fin de ciclo

El ciclo de armonía entre China y Occidente ­y de una extraordinaria bonanza económica para la Argentina y en cierto modo para el mundo entero hasta 2012 comenzó a esfumarse. Las tendencias a la polarización estuvieron a la orden del día a escala planetaria a partir de 2015 y se acentuaron con la pandemia. 

Sin embargo, el producto industrial de los países desarrollados duplicó su valor promedio anual entre 2014 y 2019, mientras que el correspondiente a los restantes países, que albergan más del 80 por ciento de la población del planeta, se redujo en 23 por ciento en el mismo período.

La ola de inversiones que recibió China desde Occidente tenía entre sus premisas aprovechar la mano de obra barata, la capacitación de técnicos y de ingenieros y evitar las estrictas normas ambientales que comenzaban a regir en Europa y los Estados Unidos. 

En consecuencia, las emisiones de carbono se incrementaron en cerca de 40 por ciento entre 2003 y 2018, contra sólo 7 por ciento entre 1988 y 2003. En este punto, la responsabilidad no suele ser asumida por Occidente. Pero también, a partir de 2009 y más después de 2013, se hizo evidente que se había ingresado en una feroz guerra comercial: el inicio de una parcial desglobalización y la búsqueda de fortalecer ciertos bloques regionales, mucho más tras la pandemia y la progresión de la revolución 4.0.

Sustentabilidad

En este contexto, la Argentina no se encuentra muy bien parada. Sus principales socios comerciales, China, India, Brasil y la Unión Europea, están transitando transformaciones tecnológicas profundas y con signos políticos bien diferenciados. 

El PBI de la Argentina viene estancado desde 2012 y empeoró notablemente con la recesión de 2018-2019 y luego con la pandemia. Muchos se han empobrecido echando culpas a diestra y siniestra, como si nada hubiera ocurrido o como si la Argentina fuese inmune a lo que sucede en el mundo. 

El FMI, la UNCTAD y el Banco Mundial vaticinan que la brecha entre pobres y ricos aumentará. Emergen criptomonedas que proveen guaridas fiscales y fondos para proyectos a los que solo accederán los muy ricos, como lo muestran por caso, los proyectos de vacacionar en el espacio.

Cierto elementos de esta compleja dinámica ya habían sido anticipados en ¿Cómo lograr el Estado de Bienestar en el Siglo XXI? (Editorial UNRN, 2017). Allí también se proponen opciones para generar empleo masivo: la creación de cadenas de valor vinculadas a la sustentabilidad de la vida urbana. Se trata de mejorar nuestra casa común en cada barrio de cada ciudad y complementar la idea de un ingreso universal con el retorno a la dignidad del trabajo. 

Algo de esto también está en el trasfondo del descontento social: unos porque no tienen trabajo, otros porque suponen que los que no lo tienen es porque así lo desean, dado que supuestamente “es mejor vivir colgado de los planes”. Se dice que la gente también vota valores. Si así es, entonces tal vez sea hora de hablar de la necesidad de la solidaridad social, pues nadie tiene tanto sólo por su propio mérito, ni tan poco solo debido a su falta de capacidad o talento.

* Director del Centro Interdisciplinario de Estudios Sobre Territorio Economía y Sociedad (Cietes-UNRN).