El padre de la artista plástica María Giuffra desapareció en el año 1977 cuando ella tenía apenas seis meses. Ya en su adultez, como parte de la agrupación HIJOS, Giuffra pudo suponer el destino de su padre solo gracias al trabajo del Equipo de Antropología Forense. Durante su vida y su oficio de artista socialmente comprometida, colegas y amigos siempre la habían alentado a contar esa historia: la de la desaparición de su padre, la de su huída junto a su madre y su primera infancia en el exilio en Brasil, la de su regreso a Argentina a los 8 años, o la de su encuentro con la pintura y el dibujo como catalizador de una infancia dificil. Y, de alguna manera, ella lo hizo: ha dedicado gran parte de su obra a abordar el tema de la memoria, la infancia, el exilio y los coletazos de la dictadura, simplemente, que a través de las vidas de otros.

A María Giuffra le faltaba, claro, terminar de contar su propia historia, pero también -y habiendo hecho antes serigrafía, pintura, documental, entre otras cosas- experimentar de una vez por todas con su lenguaje favorito: el de la historieta. El mismo que descubrió en su infancia en Brasil mirando durante horas comics como Mónica y La pequeña Lulú, incluso antes de aprender a leer, y el mismo del que terminó de enamorarse en la vida adulta con los libros de no ficción de Joe Sacco o el Maus de Art Spiegelman.

Con una impronta que a la vez reúne lo testimonial y lo histórico, lo poético y lo abstracto como la memoria de un niño, Giuffra acaba de publicar La niña comunista y el niño guerrillero, un libro hermoso y terrible que recopila, además de la suya, diez historias de infancia en dictadura narradas por hijos de desaparecidos y que acaba de ser editado por el sello Historieteca Editorial con apoyo del Fondo Nacional de las Artes. “Yo quería hacerlo así. Sí, hablar de mi historia pero también a través de lo colectivo porque creo que mi propia historia nace en lo colectivo. Me parece que el modo de entenderla y de que los demás entiendan es que se sepa que mi historia no es algo que le pasó a una persona, ni siquiera a una generación, sino que es parte de un momento histórico que afectó a toda la sociedad, afectó incluso a la gente que piensa que no le afectó”, dice Giuffra.

Su método de trabajo para este proyecto peculiar fue, también, con una técnica peculiar. Decidió no aproximarse a las historias de manera periodística, ni en sesiones de entrevistas, ni recorriendo lugares claves, ni siquiera haciendo preguntas concretas. Lo hizo así: visitó en distintos lugares de Argentina a diez personas que accedieron a darle su testimonio, y sin usar cámaras ni grabadoras, simplemente se sentó frente a ellos con su computadora en el regazo y les dijo: “contame sobre tu infancia”. Los resultados son a la vez muy poéticos y muy duros, una mezcla del horror de la historia y la candidez de la mirada de un niño. Quizás, ese método, con esa pregunta tan estándar, tan abierta, le permitió a los entrevistados divagar en sus recuerdos con una libertad emotiva inusual. El libro entonces, sin un hilo narrativo necesariamente lógico y lineal, y con una estructura y estética muy punk, se compone de ideas, sensaciones, recuerdos y declaraciones literales de los entrevistados, revisitados por dibujos libres, en distintas técnicas y estilos, de la artista. “Para mí la historieta es el arte mayor de todos. Me permitio mostrar y contar estas historias de un modo mil veces mas directo que un cuadro, creo que la historieta también es algo mil veces menos elitista que un cuadro. De hecho, creo que es mejor que un libro, mejor que un cuadro, mezcla lo mejor de imagen y palabra. Yo trabajé del mismo modo con mi serie de pinturas Los niños del proceso, a través de conversaciones con sobrevivientes, pero ahora el cómic me permitió tomar esos testimonios en bruto, y ponerlos literalmente en el trabajo. Realmente me dio mucho placer hacerlo, mas allá de que es re doloroso y me la pasé llorando, de todos los trabajos que hice este es el que mas disfruté”.

María Giuffra concursó hace más de una década a la beca del Fondo Nacional de las Artes con este mismo proyecto. No lo ganó, se desanimó un poco y el libro quedó archivado en un cajón. En medio de todo eso, experimentó con otras artes pero rondando siempre el mismo tema: las infancias en dictadura y las huellas que indefectiblemente deja esa experiencia en las vidas adutas. De esa investigación nació otro proyecto ambicioso, Los niños del proceso, una serie de retratos libres que pintó y expuso con gran convocatoria en la primera década de los dos mil y que nació también de conversaciones y encuentros con hijos de desaparecidos. Son retratos inquietantes, llenos de vida y color, que impactan no por las escenas de violencia, sino por ese clima ominoso que ronda esas imágenes que a primera vista parecen retratos de vidas mundanas.

A lo largo de los años, Giuffra también filmó un documental sobre la desaparición de su padre a través del expediente de su causa judicial y, por qué no, hizo series de pinturas más felices sobre otros temas y otros lugares. Pero siempre quedó en ella el deseo de continuar con esa historieta que había quedado trunca, para la que finalmente ganó la beca en 2018, y se puso manos a la obra con una mirada menos extrañada, más madura. “Más allá del dinero de la beca que no gané, creo que me desanimé porque hay algo de ese aval, de que alguien piense que es importante lo que estás haciendo”, dice Giuffra, que se prepara para hacer la segunda parte del libro. “Algo que me pasó, y que no me esperaba, fue que gente con historias parecidas a la mía me dijera ¿Pero por que seguís revolviendo el pasado? ¿Por qué querés seguir hablando de nuestras infancias si es un tema horrible? Y no es que me hizo cuestionar el trabajo pero sí me obligó a preguntarme, bueno, ¿por qué es importante hacer esto? Primero pienso que estas historias está bueno contarlas del modo que sea. Muchas no fueron contadas nunca, y mas allá de la vivencia personal, creo que el resto de la sociedad también tiene derecho a saberlo, siento un compromiso con comunicar lo que fue”.