Los lenguajes ancestrales se abren camino en medio de la vida contemporánea. En el último tiempo las redes sociales han amplificado los saberes astrológicos y mágicos a través de videos de Tik Tok, crónicas de Youtube, hilos de Twitter, cuentas de memes. Influencers de todo el mundo comparten sus conocimientos sobre tarot, astrología y otras prácticas vinculadas con la magia, cuentan cómo la naturaleza se vincula con sus vidas diarias y narran historias, hablándole a la cámara, acerca de cómo se adentraron en ese mundo misterioso. Las reacciones del público pueden variar. Hay quienes siguen religiosamente a estas cuentas, con una mezcla de asombro y devoción por estos personajes. A otras personas, la performance le resulta tan vacía y superficial como cualquier moda pasajera.

Mientras crece el interés cultural en torno a la magia, la astrología vuelve a aparecer en los debates virtuales y aún cosecha nuevas camadas de sus detractores históricos. En general, son hombres heterosexuales que expresan indignación o descontento frente a la proliferación de estas ideas. Critican, casi siempre, la falta de consistencia científica, la aparente superficialidad de todo el asunto. El estereotipo del solemne amante de la ciencia furioso ante la astrología es tan recurrente que se ha cristalizado en el lenguaje de internet. Abundan los chistes que señalan esta indignación como un producto de homofobia o misoginia latente. Pero quizás estas bromas podrían ser observaciones bastante atinadas: hace tiempo que la astrología es conocida como objeto de disfrute para mujeres y personas LGBT. Cuando Arthur Evans escribió “Brujería y contracultura gay”, encontró las primeras raíces históricas de este vínculo en la persecución de paganos durante la edad media, en las quemas de brujas, en la muerte de Juana de Arco y su travestismo en sintonía con una búsqueda espiritual.

ASTROS, MOSTRAS Y POESÍA

Astromostra, en su canal de Youtube, se toma el tiempo de explicar conceptos astrológicos desde cero. Con la idea de democratizar el saber, se opone a la tradición institucionalizada del maestro (generalmente un varón cis) que educa desde arriba. Y sostiene que la astrología se parece más a la poesía que a la ciencia: una herramienta para pensar el mundo más que para hacer predicciones exactas. “Para los antiguos libros de astrología y las antiguas tradiciones, hay una inmensa necesidad de categorizar, de meter patrones. Y si bien muchas veces eso es lo que nos encandila cuando un meme nos pega en el cora, cuando nos leen bien la carta, yo creo que la parte más interesante, más delirante, más juguetona y productiva es ese sentido más divertido del sujeto: cómo se vincula con su cultura, con los símbolos y los mitos. Hay que sacar a la astrología de ese lugar esencialista y meterla en un lugar dinámico, de reescritura, de juego. Al margen de los clichés, esos nombres duros, esas imágenes petrificantes. La parte más interesante es la posibilidad de poner ciertas propiedades en palabras, poder descubrir mi camino en esos mitos”, explica.

Cuando aparece el monstruo se viene el apocalipsis. Una vez le dijeron aquella frase a Astromostra, y aún la atesora y la recuerda: “Me gusta esa idea de la mostra que le puede hacer una catástrofe al sistema de sesgos patriarcales de la astrología. Poder ser esta mostra que soy yo, y poder ser nombrado por la astrología. Varios activistas de los años setenta se convirtieron en astrólogos porque la astrología ofrecía esta posibilidad de hacer un psicoanálisis profano donde no me van a arrastrar al binario hegemónico simbólico. Poder jugar con animales, devenires, con monstruos, con belleza.”

EL MARAVILLOSO MUNDO 

Sería imposible pensar el vínculo entre las prácticas mágicas y la contracultura queer sin recordar a las Radical Faeries, el movimiento que apareció a fines de los años setenta. Marxismo, feminismo, paganismo, individualismo radical, sensibilidad camp y drag son algunos términos con los que podemos encontrarnos al investigar la historia de las hadas radicales. Las hadas radicales -así podríamos traducir su nombre- rechazaban la asimilación capitalista de la vida gay. Su convocatoria iba dirigida a aquellos que “saben que somos algo más que imitadores de la forma de vida heterosexual, que están preparados para ir más allá”. El plan, así lo explicaban, era huir del vacío existencial provocado por una vida gay inofensiva, adaptada y asimilada por el establishment heterosexual. En ese entonces, la magia aparecía como una herramienta de resistencia frente a los horrores de la industrialización, que diezmaba a los reinos animales y destruía la naturaleza.

 Harry Hay marchando con las Radical Faeries en California

Los primeros encuentros, que llamaron “reuniones espirituales”, se organizaban en el desierto del suroeste de Estados Unidos, y tenían como objetivo “invocar un círculo de hadas”. En su búsqueda por redefinir la identidad gay a través del neopaganismo, las hadas radicales se fundían en la naturaleza y llegaron a formar comunidades donde intentaban seguir una vida rural ambientalmente sostenible. Las Radical Faeries todavía existen como movimiento y albergan miles de participantes y comunidades que se extienden por fuera de Estados Unidos. Con la diferencia de que ahora su propuesta y su convocatoria se ha abierto más allá de la noción “gay” masculina, dicen que todas las identidades son bienvenidas. Hay una propuesta que parece más profunda en su exploración del género: su búsqueda actual tiene más que ver con la polimorfía, escapar de la categoría humana como identidad inamovible.

¡ENCANTADA!

Mientras la alarma de la crisis ambiental vuelve a sonar con más fuerza que nunca, en los rincones de las redes sociales se asoma cierto deseo por volver a las raíces y pensar vínculos nuevos con nuestros territorios. Casi como una respuesta a la popularización de estas prácticas y las estéticas que derivan de ellas, el fairycore se apodera de muchos de los feeds de Instagram y los tableros de Pinterest. Es un estilo de moda que gira en torno a las hadas, los bosques, las flores y la magia. Sus adeptxs se prueban vestidos blancos y se acuestan en campos de flores para sacarse fotos como si vivieran dentro de un cuento de fantasía. Es difícil pensar en la historia del fairycore como un proceso lineal: en las coronas de flores que decoran cabezas de adolescentes hay una nostalgia hacia las historias de la infancia, pero también quedan atisbos del legado de íconos pop como Lana del Rey, que dejó huella en una generación que se crió en comunidades virtuales como Tumblr, fuentes inagotables de información y referencias.

Pero lo más llamativo del fairycore no es la moda en sí misma. Es el concepto de una magia al alcance de la mano. Una línea estética que gira en torno a la idea de que, en un mundo complejo y aterrador, podemos aferrarnos a pequeños dispositivos de fantasía, prendas fáciles de conseguir que construyen subjetividades místicas. Un par de alas de cotillón y un vestido de la infancia pueden convertirse en herramientas para afrontar un mundo sórdido y cruel. En una operación similar a la de la astrología, el fairycore se convierte en una herramienta que podría ser muy queer: cuando quedamos fuera de los discursos tradicionales necesitamos maneras alternativas de reflejar nuestras identidades y de ser observadxs.

 

La herencia de las radical faeries se hace cada vez más presente en el brillo de los maquillajes, en las alas improvisadas y los bordes desprolijos de los vestidos. Esta vez, la magia vuelve a aparecer como una potencial aliada en la lucha contra el neoliberalismo patriarcal que conquista cuerpos y ecosistemas a través de la violencia y la destrucción. Una visión que podría contraponerse a las ideas new age, al espiritualismo blanco, importado, despojado de visión política. Resurge una ideología inconcebible para aquellos que aún veneran el racionalismo científico, el pensamiento binario, el mundo del orden y la lógica.