La Real Academia Española volvió a rechazar el uso del lenguaje inclusivo, como si el lenguaje fuera un museo, como si no fuera un territorio dinámico y permeable a los cambios y las disputas sociales. Poco me importa lo que diga la RAE; lo que no deja de sorprenderme, en todo caso, es lo que siento en la cotidianidad muchas veces que lo uso. Es que esa visión saussureana de la RAE es la visión de muches.

Nunca desconocí la importancia del lenguaje inclusivo, aunque hasta hace un tiempo me producía un musical y estético rechazo. Sigo sin considerarlo "bello" (bueno... ¿qué será lo bello? ¿cómo definirlo?), pero ese parámetro ha quedado sepultado ante una necesidad expresiva que comenzó a crecer. De manera natural, espontánea, anárquica, paulatina, se metió en mi vida. Necesitaba sentirme un poco más cómoda. Que hubiera una mayor correspondencia entre contenido y forma, entre lo que tenía para decir y cómo. 

El otro lenguaje --el del genérico masculino, según la RAE; el "no inclusivo" en mi óptica-- es como un zapato que queda chico. Un zapato viejo. Aprieta. Ya no sirve del todo.

No uso todo el tiempo el lenguaje inclusivo ni hago un esfuerzo por adaptarme a él como norma
. Más bien, él se adapta a mí. Lo uso cuando quiero y donde quiero en la medida en que, solo, se impone. Si lo olvido lo dejo pasar; si aparece lo dejo ser. Llamativamente, este proceso personal tuvo su correlato en la comunicación de mis grupos de amigues. Por lo que puedo ver alrededor, por lo menos en las personas de mi edad (treintañeros), el lenguaje inclusivo se instaló de manera parecida. Más por una necesidad dictando un impulso que desde un lugar híper pensado, en sintonía con todas las aristas --filosóficas, sociológicas, lingüísticas, ideológicas, etcétera-- que envuelven al tema.

(Si el lector encuentra que esta nota también está hecha de la mezcla es porque, como soy periodista, fue inevitable que todo este movimiento se trasladara a la palabra escrita. Decidí escribir de la misma manera en que estoy hablando. Con libertad. Decidí mezclar “e” con “las/ los” con la “x” con “los”, y así. Puede ser, a lo mejor, confuso y hasta incoherente; pero es la fórmula que hoy más me satisface. De hecho, he notado que muchas notas reciben críticas por la utilización de este lenguaje. Asusta: a veces ni se habla del contenido del artículo y llueven comentarios por esa razón.)

Hay un solo momento en que no estoy tranquila con esta situación nueva. Puedo llegar a inhibir el lenguaje inclusivo de acuerdo a quien sea mi interlocutor. "¿Por qué hablás así?" han llegado a preguntarme. Parte de la sociedad todavía mira mal a quien lo usa, todavía se burla del tema, lo considera una ridiculez o --peor aún-- piensa que estamos ante una deformación del lenguaje. ¡Como si el lenguaje tuviera una forma! Como si todos habláramos correctamente todo el tiempo. ¿Alguno de nosotrxs dice "aspaviento" en vez de "espamento"? ¿Alguien se enoja ante estas deformaciones? Clarísimo: lo que acá molesta no es la deformación. Es el para qué se deforma.

No creo que esto se resuelva siendo "policías". A diferencia de quienes me han mirado mal, nunca miré mal a nadie por no usarlo. No me importa que todxs lo usen, aunque me gustaría, o al menos que hubiera una pregunta al respecto. Es bastante evidente, por otra parte, que es una transición difícil de hacer.

El problema, el ataque, el rechazo, la censura, incluso la violencia parecen venir del otro lado. ¿Los detractores del lenguaje inclusivo podrán, simplemente, sin usarlo, dejarnos hablar como se nos antoja sin juzgarnos? Quienes tildan de arbitrario al lenguaje inclusivo pasan por alto una idea que parece básica: que el lenguaje que usan de por sí lo es. Y que también lo están imponiendo cuando critican o increpan a quienes usamos el inclusivo.

En la batalla por la igualdad de género y la ruptura del esquema binario puede que este sea un tema menos importante que otros. Sí, hay otras urgencias. A la vez, si salimos del debate estéril, podríamos preguntarnos si el lenguaje es simplemente espejo o si tiene el poder de intervenir sobre lo real.