En la historia de la música popular, y en particular de todas las formas que tomó el rock en sus siete décadas, hubo espacios o ambientes cruciales para esa cultura, algunos tanto como los discos o sus artistas. Estudios de grabación, salas de ensayo, oficinas de discográficas, camarines, habitaciones de hoteles -y los baños de todos esos sitios y de tantos otros- se reparten una galería de anécdotas mucho más animada, jugosa y despelotada que las apostillas de lo que pasa sobre los escenarios.

De todos esos, uno de los más míticos son los camarines. Pero la idea de lo que es un camarín, de en qué consiste y para qué se usa, es muy distinta de lo que se imaginan quienes no participan del ámbito creativo de la música, y hasta quienes arrancan a tocar en vivo. Y del mismo modo, también es distinta a lo que cuentan quienes dan shows. Algunos a propósito y alevosamente, como Babasónicos en Camarín; otros de puro carteleros.

Este finde largo, el paladín de la cumbia 420 encaró una gira entre Buenos Aires y el litoral: L-Gante anduvo por Colón, Bragado, Junín, Rosario, Concordia, Chajarí. La agencia de prensa de sus shows más grandes comunicó insistentemente el del estadio de San Lorenzo de Santa Fe, y el del de Newell's Old Boys de Rosario. Pero el que terminó haciendo más ruido fue el inconcluso en Venado Tuerto.

El viernes a la mañana, en la página de Facebook de La Barra Bailable Venado Tuerto, la producción de ese toque publicó que el show se suspendía por los "requerimientos materiales del artista, a última hora y en víspera de feriado". Y decidió publicar las copias de estas "exigencias" que algunos medios, como La Nación, consideraron "increíbles". Poco después, el pibe Elián Valenzuela explicó en sus redes que él no había pedido esas cosas, dijo que cuando trabaja ni toma ni juega a la PlayStation, y que fue una maniobra del "chanta" del productor para no admitir que salió a vender un show que no estaba acordado del todo.

► Los "requerimientos" de L-Gante

Dos packs de agua mineral natural y dos de energizantes. 12 vasos y 4 copas de vidrio. Quesos, fiambres, sanguchitos de miga y alguna comida rápida caliente: nada raro, pizza, hamburguesas o algo así. Un espejo, una hielera y un par de toallas. Un whisky y dos champagnes. Una tele grande y una PlayStation con FIFA y Call of Duty. Ponele que sí haya pedido todo eso...

Según la organización del show, había 4500 entradas en venta a 2000 pesos; son 9 millones de pesos. El escándalo que levantaron los medios por el valor del Baron B rosé o del JW black es de incrédulo: un champú de tres lucas y un whisky de 4, como mucho 5. Para tomar entre 12 personas en un camarín del show de un artista tier 1 hoy en su ambiente (el de la música tropical y la música urbana). L-Gante equivale a cualquiera de las primeras planas de cualquier otro género. Y sus pedidos no tienen nada de increíble si se los compara a los de artistas de tercer nivel del rock y el pop local.

Incluso, después de la publicación de La Barra Bailable, el propio L-Gante subió una historia en su cuenta de Instagram mostrando el camarín de otro show. Ahí aparecen su mamá, un plato de tallarines con tuco y queso rallado y unos pedazos de sandía, empanaditas y gaseosas. "¿Vos ves alguna Play, algún LCD de 55?", contrasta Elián, que más allá de ser uno de los músicos del momento también es un pibito turro de los suburbios que está en boca de todos. ¿No será eso lo que les jode?

► El mito del cuarto cerrado

La épica del desenfreno, las intromisiones del periodismo buchón, la indiscreción de las producciones, cierta bibliografía oficial del rock (o de la cumbia, la electrónica, el trap o el género que toque) y sobre todo el hair metal y todos los '90 nos hicieron pensar en los camarines como espacios dionisíacos donde abundan los platos de comidas elaboradas, las barras repletas de alcohol, donde se hacen sacrificios demoníacos antes de tocar, y se coronan las noches de show con orgías que duran hasta que el siguiente viernes otra banda toca a la puerta.

Son camarines wesandersonianos o timburtonescos, con fuentes de plata con falopa servida y freezers desenchufados llenos de cogollos, con Harley Davidsons estacionadas al lado del sillón, malabaristas enanos manipulando paltas y mangos, y contorsionistas eslavas que te dan champán en la boca agarrando la copa entre los dedos del pie izquierdo.

Todo esto viene del relato histórico de los camarines del rock setentoso y los excesos de drogas y las promiscuidades genitales, todo un universo en retirada hace muchos años y que de hecho solo en boliches y bares muy específicos siguió ocurriendo durante un tiempo. En general, todas esas cosas se hacen en ámbitos más privados, y no ocurren en días de show.

Estaría buenísimo que así fuera, y definitivamente sería mucho más interesante pagar una entrada para ver un streaming de eso que ir a ver algunos shows de los que avecinan. Pero los camarines no tienen nada que ver con eso. De hecho, a casi 17 años de Cromañón, siguen siendo algunos de los espacios más precarios, peligrosos e insalubres de la noche.

Una mesa de camarín estándar de un show cualquiera de una banda mediana | Foto: Cecilia Salas

► Expectativa vs realidad

En los mejores casos, los camarines son como lo que muestra L-Gante en el video de los fideos con tuco: piso de cerámica, sillones de cuerina, copas de vidrio de bodegón, gaseosas de 2 litros y 1/4, galletitas, dos o tres frutas, escabio, edulcorante, cereales, vinos de 200 pesos, caramelos frutales. Es una insfraestructura casi de alta gama para la norma. Cualquier cumpleaños familiar tiene mejor cátering y mobiliario.

En grandes festivales y eventos, quienes circulamos como músicos, periodistas o productores nos habituamos a que la bebida nunca esté fría y la comida nunca esté caliente, y a que como máximo alguien pique porro en un plato. En encuentros masivos, los artistas comparten baños químicos que no se limpian en toda la jornada, y para que haya un televisor tenés que ser cabeza de cartel. Las producciones no se encargan de conseguir sustancias ni compañías, al menos no para ese momento. Nadie o casi nadie garcha. Y los que se drogan lo hacen a escondidas para no convidar.

Pero el choque entre expectativa y realidad sólo sería poético si no siguiéramos hacia el bajofondo de los shows en vivo: al underground, al indie, a lo emergente. Allí, cualquier banda con los suficientes años al lomo puede enumerar camarines de  points fundamentales de zona sur que son baños abandonados; o cambios de vestuario en la cocina, detrás del cocinero que frita las papas; o incluso haber guardado mochilas y estuches de equipos en freezers fuera de funcionamiento.

"No está enamorada de mí, sueña con mi camarín", canta CA7RIEL en McFly. Pero en general no entran ni ellas ni ellos ni elles, no importa cuánto amor, insistencia o ganas haya. Porque en la mayoría de estos espacios, si sos un grupo más grande que un power trío estás en problemas. ¿Distanciamiento social? ¿Qué era eso?

El camarín no es otra cosa que el espacio donde los artistas pueden concentrarse, coordinarse, descansar y recuperarse alrededor de un show. Pero para quienes manejan la noche y el circuito de la música en vivo, no son parte de la ecuación. Para la mayoría de los dueños y encargados de locales, siempre se puede "dejar la mochila atrás de la barra" o "cambiarse en el depósito". Hay lugares que hace unos años se jactaban de dejarte "el patio de atrás" para ranchar con tu banda.

La mayoría de los espacios que se usan como camarín en la música independiente no tienen donde sentarse, no tienen donde apoyar cosas. Pero más vale, si no tienen ni baño, ni una bacha donde lavarse la cara. Imaginate si van a tener inodoro. Que haya ducha o heladera a disposición se parece bastante a la gloria, pero es algo que debe pasar en el 2% de los lugares donde se cocinan las culturas y las músicas de mañana. 

Entonces no, no es increíble que el artista joven emblema de 2021 pida una Play y una tele (aunque incluso haya aclarado que él no pide tales cosas). Lo increíble es que la indignación se dispare por eso, y no cuando una amiga o un amigo te cuenta que antes de tocar en el bar donde te obligan a cobrar 500 pesos la entrada se cambiaron atrás de la freidora y guardaron la pedalera en una vieja heladera Siam con cadena y candado.