Siete de la tarde. Falta una hora y media para que empiece el partido de Argentina contra Perú. La cancha de River es la anfitriona y el barrio de Núñez de a poco comienza a inundarse de camisetas celestes y blancas. El viento sopla fuerte, los carteles de los negocios se caen, se vuelan, las ramas de los árboles se quiebran y van a parar a la calle. Los supermercados, los kioscos, se colman de hinchas que aprovechan para buscar reparo de las fuertes ráfagas ventosas y para saciar la sed de una caminata de largas cuadras. Cerveza, gaseosa, vino con jugo. Todo vale para hacer la previa. “Hay gorro, bandera”, grita uno y expone el merchandising albiceleste.

Otros siguen su marcha a paso firme y con entusiasmo. Quieren llegar con tiempo al Monumental y acomodarse en la tribuna. Entrada en mano y bien puesto el barbijo es la condición que piden en los accesos al estadio. A los que llegan con camisetas de clubes del fútbol argentino les indican que las den vuelta o que se pongan la campera. Los encargados de la seguridad advierten esta nueva disposición: cuando juega la Selección solo se puede ir con camisetas de Argentina. Un chico que luce una remera de River se queja: “Esto es ridículo. Estamos en la cancha de River y no puedo venir con la camiseta de mi club”. “Sí, pero hoy no juega tu club”, se limita a contestar un policía que está cerca.

El código común de la mayoría para referirse al equipo argentino se resume en una palabra: Scaloneta. El nombre del técnico argentino – Lionel Scaloni -- ya no genera incertidumbre en los hinchas. La mayoría se aventura a pensar con la copa del mundo en Qatar 2022 y el cántico, el leitmotiv, que acompaña al unísono la ilusión es la que dice “que de la mano de Leo Messi, todos la vuelta vamos a dar”. Y seguido a ese clásico, con más fuerza, suena “dale campeón, dale campeón”.

Las banderas flamean y cada vez llega más gente. Caras pintadas de celeste y blanco. Algunos hicieron varios kilómetros para llegar hasta la cancha de River. “Me vine desde Bahía Blanca con la familia”, comenta Jorge, ataviado con un conjunto deportivo de la selección, mientras su hijo, arriba de sus hombros, le pide que le compre algo para comer. “Ojalá veamos un partido similar al del domingo pasado”, comenta uno, que se hace a un costado de la valla de ingreso para terminar de tomar una lata de cerveza, en referencia al partido que Argentina le ganó a Uruguay por 3 – 0. “Olvídate – responde el que lo acompaña – Hoy nos floreamos de nuevo”.

Todos quieren entrar. También los que merodean sin entrada. Inquietos, buscan una reventa, lo que sea. Un joven de Burzaco prueba suerte. Habla con un policía, le ruega, le cuenta las peripecias que hizo para llegar y que no tiene plata. “Aunque sea el segundo tiempo”, pero la negativa es rotunda. “Que bronca ver que todos tienen entrada y yo no”, protesta y se va hacia otra puerta a seguir con su estrategia. “Entrada en mano y con barbijo puesto”, dice uno con chaleco azul por intermedio de un megáfono. “Los que no tienen entrada no tienen nada que hacer acá”, dice un policía. Falta media hora para que empiece el partido.

El joven de Burzaco vuelve al mismo lugar de ingreso en el que había intentado antes. “Yo voy a entrar como sea”, dice. “Estos tipos no entienden que hoy juega Messi”. Un grupo de gente se aglomera y aprovecha para arrimarse al bulto sin levantar ninguna

sospecha. La marea avanza y es el momento. Guiña un ojo y pasa. Se pierde en la peregrinación de camisetas celestes y blancas que apura el paso. La fiesta popular va a comenzar.