Nunca imaginamos decir esto, pero Scaloni necesita de Messi tanto como Messi de Scaloni. Quién diría: todo lo demás se vuelve contingente. Es que muchas veces cuestionamos la messi-dependencia de todos los equipos. Sin embargo, nunca fue tan decisiva como en este momento, con Messi en la recta final de su carrera: tiene 34 años; una edad en la que, para un futbolista, el tiempo se vuelve arena en sus manos. Cada día es un ahora o nada.

Messi y el estigma de haber nacido en el mismo país que Maradona. ¿Cuál es mejor? Una pregunta capciosa a la que solo el paso del tiempo le quitará sentido: ¿acaso la incapacidad de resolverla no es el principal imán de esta antinomia? Representan dos estilos tan distintos de jugar al fútbol, entenderlo y vivirlo que se vuelve ridículo oponerlos en una compulsa. Mientras muchos países futboleros se aferran a un único mito, Argentina tiene dos 10, capitanes y líderes en momentos sublimes. Messi, claro, con el archivo aún abierto.

Messi pasó por numerosas etapas en la Selección. El debut con Pekerman y la eterna decepción frente a Alemania. La tensa convivencia con Riquelme en la era Basile. Del oro olímpico a la prematura eliminación en la Copa América 2011 en Santa Fé, como agridulces de la dirección de Batista. La gloria a un paso con Sabella. Y el desfile desconcertante de Martino, Bauza y Sampaoli que desemboca en Rusia 2018, uno de los mundiales que menos vamos a recordar.

Scaloni es la transición, la puerta de emergencia tras la salida conflictiva de Sampaoli (con mucha polémica, una indemnización millonaria y pocos atractivos para ofrecerle al sucesor). Nunca fue visto como el plan A: comenzó interino y se quedó porque no traían otro DT. Hasta sobrevivió una pandemia.

Y, de repente, un vórtice histórico encuentra a dos Lioneles de Rosario que nacieron con menos de 10 años de diferencia: el tramo clave de las Eliminatorias hacia Qatar y la Copa América, que marcan el comienzo del posmaradonismo en una época donde la Selección también se somete a un recambio.

Como hace mucho tiempo no pasaba, da gusto ver a la selección. Más allá del ganar o perder, también atrae la narrativa: cada partido entrega escenas apasionantes. Que pueden ser un hat-trick de Messi o las atajadas imposibles del Dibu Martínez, el ver a De Paul manejando el ritmo o a este Di María reinventado que nos hace quererlo para siempre, más allá de lo que pasó antes y de lo que pueda pasar después.

A este año inolvidable, Argentina lo cierra a puro fuego en noviembre: contra Uruguay, en Montevideo (el 11) y contra Brasil, en San Juan (el 16). En 2021 se juega el 2022: a esta altura, salvo imponderables, ya estará más o menos definida la clasificación a Qatar. Y también el grueso de la lista de 23 que irán al Mundial. ¿Alguien cree que esta gesta se perderá a Icardi porque el grupo lo bannea? El tiempo lo dirá.

En el fútbol argentino hay una palabra que se repite hasta el hartazgo: proyecto. "No hay un proyecto" es el nuevo "que se vayan todos", el personaje de Capusotto de brazos cruzados rezongando porque "nadie hace nada". ¿Qué sería, específicamente, "un proyecto"? El fútbol es impredecible, y en Argentina mucho más: no hay mucho lugar para planificar en los márgenes del mapa geográfico sobre el negocio.

Los pibes se van cada vez más pibes, las diferencias son cada vez más dispares. La brecha es cada vez mayor y lo padecemos en torneos locales cada vez más aburridos. Los volúmenes siderales de dinero rompen todo: Sampaoli ganaba mucho más en un equipo de la liga brasileña (así le vaya mal) que en la Selección Argentina.

En sus inicios, Scaloni recordó al primer Simeone: el que se retiró antes de tiempo de Racing para dirigirlo. Muy intenso, sobreexitado, corriendo por la línea de acá para allá. A la Academia no le fue muy bien ni muy mal. Apenas zafó. Fue en Estudiantes donde lo citó la historia: un club estabilizado que venía de temporadas auspiciosas, un plantel interesante y el regreso triunfal de Verón de Europa. El hombre y sus circunstancias: Simeone aprovechó todo el viento de cola para ganar un torneo épico, en desempate contra Boca tras una remontada imposible. Ahí empezó moderar su temperamento. Y a escribir su narrativa.

Este Scaloni más aplomado recuerda a aquel Simeone fogueado como DT en el campo de batalla: corrigiendo sobre la marcha, sin tiempo para márgenes de error. De golpe, se vuelve querible: logró descomprimir la histeria que dominaba los contertulios del vestuario (la del "club de amigos" y todo eso que ya conocemos), todos parecen contentos. Messi se ríe -o llora, pero de emoción, y en el momento justo-. Y hasta se convierte tendencia en la memética con el "Scaloni viajero en el tiempo": viejas imágenes en la que un tipo exactamente igual al DT es fotografiado en un momento histórico. Como en el encuentro de Menotti y Bilardo. ¿Tres campeones mundiales?