Ahora que veo de qué va esto, voy a aprovechar para contar, porque cuando yo trabajaba en el bazar era distinto, yo tenía un horario y un catálogo, y así vendía, ofreciéndole al cliente. El sueldo es cierto que no era bueno, se gasta mucho cuando una vive sola, pero me permitía cierta autonomía, un discurrir tranquilo de la vida e incluso, de vez en cuando, dejar correr a las ganas, que nunca son pocas. 

Bah, ganas, cosas sencillas, como cuando me compré el televisor de cuarenta pulgadas, y lo pagué en veintinueve cuotas con tarjeta. El día que lo compré tenía una felicidad inmensa, me lo llevé yo solita a mi casa y lo puse en la pieza. Ni siquiera la gruesa duda respecto de si podría terminar de pagarlo me podía empañar la contentura. Y llegaba a casa y ahí estaba, y lo encendía y veía en la TV todo lo que yo quisiera, y los fines de semana venían mis hermanos, y venían mis amigos, a ver el partido, la novela, a mirar Netflix, películas, youtubes, incluso, a veces, y muy en silencio, incluso sola, un primerísimo plano de esos actores de pinga pichula en películas indecentes de la internet, más que grandes en las enormes cuarenta pulgadas del televisor casi nuevo. 

Digo casi nuevo porque ya había pagado la primera cuota, y la segunda, pero para cuando llegó la tercera, no me alcanzaba. Pasó la fecha del vencimiento y no pagué, y como a las tres semanas, llegó una intimación y después la carta de un abogado. Querían que me ponga al día con las cuotas o perdería el televisor. Así pasó el primer mes, pero el segundo tampoco podía llegar a pagar, así que como me había dicho una compañera de trabajo, al tercer mes fui a pedir un crédito argentino. Por menos plata que lo que debía del televisor de cuarenta pulgadas y cuotas más chicas, y asi fue que pagué no solo las cuotas que se me habían atrasado, sino las dos cuotas que seguían, pero pagar los dos créditos se me hizo cuesta arriba, y tuve que ir pagando el crédito argentino y me atrasé con el crédito argentino por pagar la tarjeta  y me llegó otra intimación del crédito argentino y bueno, saldé el crédito argentino y pagué mientras pude el mínimo de la tarjeta  pero después renové el crédito argentino y así, un poco en mora y otro poco a plazos en un tiempo no demasiado largo, pude terminar de pagar el televisor de cuarenta pulgadas que era la gloria del hogar y el orgullo de la cuadra.

Hasta me conseguí un novio que venía a ver Netflix conmigo y veíamos, sentados en el sillón que fue de mi abuela, toda clase de videos y quien sabe si incluso, siempre en el sillón de dos cuerpos, no habremos pasado a la acción, con los dos cuerpos siempre dispuestos, agiles, untuosos.

El novio pasó. El empleo también. Cuando ya no tuve recibo de sueldo no pude renovar la tarjeta, me costó renovar el crédito y tuve que verme obligada a pedir, primero a mis hermanos y mas tarde a mis amigos. Sin un sueldo fijo, sujeta a los vaivenes de una mercadería que se vende sola, se me hizo difícil saldar las deudas, perdí varias amistades, las intimaciones se me hacían cada vez más frecuentes y la puta hora que le hice caso a la Brenda, compañera del EEMPA y no terminé de dejarla, que al rato ya estaba caminando por el mismo barrio para ir a pedir un crédito, a cuotas fijas, intereses más altos, pero todo de palabra, sin recibos, y yo soy una mujer de palabra, no me gusta cagar a la gente, fui y dije que sí, porque estaba convencida, siempre lo he hecho, que iba a pagar puntualmente y todo lo que debiera.

Lo que no sabía es que con este contrato no había intimaciones, no había abogados, jueces, embargos ni corte de nuevos créditos. Me enteré hace un rato. Llamaron a la puerta y salí a atender. Era un wachín de esos que andan siempre por el barrio. “No puede ser”, pensé, porque tenía un revolver. Tres tiros me disparó. Y otro más cuando vio que no me caía. Ahora hace un rato largo que me estoy desangrando. Por el ruido, vinieron algunos vecinos, nada más que para ver. Están todos apiñados en el pasillo. Hay una chica que llora, la Brenda no, la Brenda está como ausente, pero con la boca abierta. Menos mal que alcancé a contar el cuento, así no quedo en deuda.