Será todo para él: la casa, las compras superfluas, los traumas heredados y hasta la tirria mal trabajada de los descendientes de un vecino de su bisabuelo. Todo eso para Zerocalcare en Será todo para mí, la novela gráfica del notable autor italiano que lanzó recientemente Reservoir Books (Penguin).

A Zerocalcare se lo conoce mundialmente por las adaptaciones que se hicieron sobre sus obras: La profecía del armadillo, Cortar por la línea de puntos y Este mundo no me hará mala persona, estas dos últimas en formato animado y con distribución internacional vía Netflix. Quienes no lo leyeron o pasaron por alto sus adaptaciones pueden pensar en Zerocalcare como una suerte de Woody Allen italiano maledetto, con una neurosis alucinatoria y en perpetuo duelo por el fin del Estado de Bienestar y las promesas incumplidas de las democracias. Un punk cuarentón, rendido en lo social, pero abroquelado en su fuero interno.

En esa línea, y aún enmarcándose dentro de la corriente autobiográfica de la historieta internacional –que dio al noveno arte varias de las mejores obras de las últimas décadas-, lo que distingue a Zerocalcare es una clara puesta en perspectiva histórica. No es sólo contar la Historia a través de su historia en minúsculas, sino cuestionarlas a ambas. A la Historia de su país. Con las distancias mayúsculas entre la experiencia italiana y la argentina, es imposible no asociar ciertos recuerdos que Zerocalcare desgrana en Será todo para mí con hechos concretos de la historia nacional de los últimos treinta años. La lucha y resistencia contra el neoliberalismo y la globalización de los ’90 fue tan transversal como la crisis del trabajo y la falta de proyectos de futuro para las juventudes europeas.

Pero Será todo para mí no es (solamente) una novela gráfica histórica. Es, como se señaló antes, una propuesta mayormente autobiográfica. Y si en sus trabajos anteriores el italiano repasaba los primeros momentos significativos de su vida, ciertas crisis de adolescencia o primera juventud, aquí pone el ojo en la relación con su padre. Una relación signada más por lo no dicho, los sobreentendidos y los fastidios mutuos que por el cariño expresado sanamente.

Es acá donde Zerocalcare pone a prueba su pulso narrativo, sosteniendo un relato que abunda en diálogos, en flashbacks, puestas en contexto y explicaciones, aún así se siente ameno. Quizá porque se siente como una charla de bar, birra por medio, y a Zerocalcare como un amigo que descarga unas frustraciones con las que se puede empatizar, tras una larga semana de vínculo agotador con su progenitor. Lo distintivo del libro está allí, en ese tono, en ese modo de decir “podés ser todo lo punk que quieras, pero la relación con tu viejo la tenés que resolver igual”. Porque por lo demás, la estructura y el proceso del relato es prácticamente igual al de otras historias por el estilo: un viaje al pasado, la reaparición de ciertos recuerdos claves, la búsqueda de aclarar memorias difusas y el descubrimiento de ciertos secretos –no necesariamente oscuros- que ponen en perspectiva la figura paterna, su modo de ser y obrar y, finalmente, de humanizarlos para reconciliarse con su persona y su modo de paternar.

Hacia adentro de la obra de Zerocalcare, lo que distingue a Será todo para mí es una menor participación del armadillo que suele operar como su consciencia y acá está prácticamente ausente. Su rol de interlocutor, de puesta en cuestión de los pensamientos del autor-protagonista recae ahora en sus amistades, en sus propios padres y en otras figuras del entorno que aparecen para la ocasión. Una movida audaz para un autor que hizo de ese gesto uno de sus rasgos más reconocibles, pero que quizás advierte que el gesto puede agotársele rápido y que necesita renovarse. Igual que los traumas generacionales que resisten en los pueblitos del Veneto. Igual que la relación con su padre.