A lo largo de su carrera artística -una de las más prolíficas y prestigiosas de la cinematografía argentina contemporánea- Leonardo Sbaraglia supo componer varios de esos pocos personajes icónicos destinados a marcar un quiebre en la representación de las identidades y las disidencias sexuales.

Lo hizo en Plata quemada (Piñeyro, 2000) cuando encarnó al primer asaltante de bancos explícita y profundamente enamorado de otro hombre. En Relatos Salvajes (Szifron, 2014) se burló de las masculinidades hegemónicas al protagonizar la antológica escena en que dos machirulos se enfrentan en un duelo a muerte por un conflicto vial y terminan muriendo juntos como si fueran Romeo y Julieta. En 2019 dio vida a Federico, el amor de la vida de un personaje que funciona como el alter ego de Pedro Almodóvar en la autoficcional Dolor y Gloria dirigido por el director español gay por antonomasia.

A esa lista de caracteres destinados a perdurar en la historia del cine y en la memoria colectiva LGTBIQ y más, hay que agregar ahora el Santi de Errante corazón (Argentina-Brasil-España-Países Bajos-Chile del 2021). La segunda película de Leonardo Brzezicki (Noche, 2013) desafía a Sbaraglia a escenas audaces de orgías, ménage à trois, mucho consumo de alcohol y otras sustancias… En definitiva, exigen a Leonardo poner el corazón y el cuerpo -que es fotografiado exquisitamente en la plenitud de su belleza- al desnudo. Porque aún en sus desmesuras y concupiscencias, en cada gesto y mirada del personaje se percibe su fragilidad existencial.

¿Qué te motivo a aceptar este papel?

--Mi representante me trajo el guión, luego tuve recomendaciones y referencias del director, entre ellas, la de Diego Lerman. Finalmente, me encontré con Leo que me cayó muy bien desde el principio. Cuando presentamos la película en el Gaumont, me preguntó qué me había decidido a aceptar el guión de un director desconocido. Yo creo que me convenció cuando me dijo que su inspiración para Santi era Gena Rowlands (risas). Me habló de Casavettes y me terminó de convencer. Que un director me hable y sea fan de Casavettes da cuenta de que le gusta trabajar de una manera particular. Cuando Casavettes filmaba todo su equipó estaba haciendo la película. Y en Errante corazón hay una comunión que se ve en los resultados. Uno se pregunta como un director pudo haber logrado tantas cosas. Que todos los actores estén bien, que nadie haga nada de más ni de menos (risas). Lo que hace Miranda, lo que hace Iván (González), lo que hace Ajaca, todos los actores están en su lugar.

¿Cómo compusiste el personaje de Santi, ese personaje tan intenso y real que cuesta no ver en él a un alter ego del guionista y director?

--Yo venía de hacer de Cóppola en la serie sobre Maradona. Solo tuvimos un mes y una semana para ensayar, pero fueron semanas muy intensas de largas y obsesivas horas de trabajo. Leo tenía mucha claridad respecto de lo que quería porque es una película muy personal y seguramente con cosas de su vida. Yo habiendo leído el guión, me imaginaba el personaje distinto a él y le había puesto mi subjetividad. La preocupación principal era transmitir esa ansiedad, esa locura, algo de acelerado en el hablar. Igual no se terminaba de encontrar el personaje en sí, pero íbamos acercándonos a la situación, a la relación con la hija (Miranda de la Serna), con su ex (Alberto Ajaca) y con su mamá (Eva Llorach). Un día antes de empezar a rodar, Leo me dijo cosas que no había podido decirme antes que son de su mundo y de su intimidad. Era lo que yo necesitaba escuchar. Y a partir de ahí todo fluyó.

¿De dónde proviene ese sufrimiento constante de Santi?

--Hay algunas pistas. Uno deduce que Santi fue humillado de diferentes maneras. “Mi padre siempre me trató como a una basura”, dice en una escena. Eso es muy fundante y deja huellas y traumatismos perdurables en el alma. Una de las claves que encontramos para componer el personaje es que todo el tiempo está incómodo consigo mismo, nunca encuentra paz. Hay algo siempre para corregir en su cuerpo, en su piel, en su pelo, algo de la mirada del otro. Parece egocéntrico y que arrasa con todo en sus actings, pero vive pendiente de la mirada del otro y busca ser amado.

Está muy bien lograda y es muy reconocible la sensibilidad gay, ese nerviosismo constante en los movimientos que hablan de viejas injurias, de una hostilidad exterior. ¿Cómo lo lograste sin caer en el estereotipo?

--La cuestión del afeminamiento está trabajada a pulso. De hecho, en algunos momentos Leo me señalaba que se me estaba yendo mucho la pluma. Es sin dudas, un pibe que sufrió por ser gay. Pero lo loco es que yo leo el guión y a mí me conmueve como si hablase de mí y no tengo nada que ver con Santiago. Hay millones de espectadores, bueno, aún no la vieron millones, pero deberían (risas). Hay miles o cientos de personas que ya la vieron que son jóvenes, mayores, gays, no gays y en todos encuentro la misma respuesta: se sienten identificados. Santi es gay, es alcohólico, es adicto, es un padre que en términos de la sociedad en que vivimos sería caracterizado como disfuncional pero la película logra el milagro de generar empatía en un público masivo.

¿Por qué crees que pasa eso?

--Yo creo que, al ver las carencias de Santi, los espectadores sienten su propia herida. Porque Errante corazón es una película que habla de la herida y de cómo nos cuesta y lo insoportable que es enfrentar la herida. Porque eso implica quemarse, tocar el fuego, sentir las llamas. Y a veces no estamos preparados para eso en toda la vida. Cada vez que Santi siente el umbral de la herida se inventa una ficción, una máscara, cubre sus inseguridades hacia los demás con regalos, viajes desmesurados o arma una comedia musical a la manera de Lars von Trier en Dancer in the Dark.  Suponemos que finalmente, hacia el final de la ficción, se hace cargo.

Entre tanta tensión y padecimientos del personaje ¿Cuál es la escena que más disfrutaste hacer?

--No te voy a decir en las que estoy desnudo o las sexuales porque me cuestan mucho esas escenas. Todo fue muy placentero, aunque parezca sufriente. En general nos divertimos muchísimo. Porque cuando una escena salía bien, Leo venía a abrazarme y venía hasta la maquilladora. Y todos nos alegrábamos.

¿Y la escena más difícil de componer?

--Fue en Brasil, la escena más dramática de la cena no salía. Estaba escrita desde un lugar que no era Santi. En un momento Leo me dijo: “improvisá, hacé lo que te salga, lo que quieras, porque eso es Santi”. Paradójicamente terminó siendo una de las escenas que más me gustó.

¿Creés que la película es política en el sentido de que puede ayudar en la lucha por el avance de los derechos de la comunidad LGTBIQ?

--Creo que puede ayudar a naturalizar las diversidades. Un espectador gay me mandó un mensaje el otro día donde me contaba que fue a ver la película con su papá que tiene alrededor de 70 pirulos. Y me dijo que desde que vio la película, su papá tiene otra manera de mirar las cosas. Las experiencias no suelen ser solipsistas. Porque si un padre, ya anciano, puede ver la vida de otra manera después de una experiencia estética, uno puede concluir: para esto era el cine, para que pasen estas cosas.

¿Habían sentido eso antes?

--Me pasó con Dolor y gloria, con Relatos salvajes, con Aire libre (Berneri, 2014), con otras películas que quiero mucho. Pero no sé si en alguna de manera tan contundente como en ésta.

¿A vos te transformó el personaje de Santi?

--Necesariamente. Cualquiera se puede ver reflejado en Santi y eso ayuda a comprender a las personas en general. Es lo que me devuelve la gente. Es una película que nos ayuda a reconocer algo del dolor. A decir: a todos nos pasa lo mismo o algo parecido. Seamos de una manera o de otra. Como heteronormativo, que en principio es mi identidad, tuve que ponerme en otro lugar, hacer una deconstrucción real porque si no, no podés.

Veinte años después

Uno de los aciertos de la película es captar cierto aire de los tiempos: la de los gays que no tuvieron utopías políticas porque la dictadura se ensañó con las ideologías, los que sobrevivieron al sida y buscaron en las drogas y las orgías proyectos más individuales que colectivos. Para Sbaraglia, “la película sintetiza mucho de lo que nos está pasando como sociedad en Argentina. Están presentes los grandes cambios de los últimos años que abarcan los años de ciertas conquistas legales de las diversidades sexuales que implicaron grandes luchadores que los han tenido que pagar con sus vidas en épocas más oscuras”.

Tenés experiencia en películas que hablan de una época. Un año antes del declive neoliberal, interpretaste una película donde dos ladrones gays queman el dinero.

--Ahí está la habilidad y me saco el sombrero con Marcelo Piñeyro que siempre supo adelantarse y captar los climas de época. En Caballos salvajes habla de la solidaridad, de recrear vínculos solidarios en un país que había perdido 30.000 personas y donde todavía quedaban rastros del terror. En ese contexto ponía dos personajes que se volvían héroes porque tiraban medio millón y tiraban medio millón de dólares y los repartían.

Pasaron veinte años de Plata quemada. Allí interpretaste a un personaje que tenía puntos en común con Santi. Porque la subversión del Nene no es tanto ser apasionado amante de Ángel (Eduardo Noriega), sino la tierna caricia en la mejilla que le da cuando se encuentran acorralados por la policía. Teniendo en cuenta las dos experiencias, ¿cómo cambió la industria en relación con la representación de los gays en estos años?

--Plata quemada fue rodada en una época bastante machirula. Y cuando se estrenó en Argentina tuvo problemas. En Argentina esperaban una película de acción con gángsters y se encontraron con una película de putos. De hecho, acá tuvo éxito, pero no el esperado. Se esperaban dos millones de espectadores y no sé si llegó al millón. Tres meses después, la película se estrenó en España y se transformó en un icono. En ese sentido, la sociedad española estaba más avanzada.

Fue muy valiente filmar esa película en esa época. ¿Lo pagaste de alguna manera?

--Sabés que no, creo que en absoluto. Al poco tiempo me fui a España y Plata quemada fue una de las puertas para entrar en ese mercado. Acá, me llamaron para hacer una publicidad de cerveza parodiando homofóbicamente la película, cosa que rechacé. Siempre hay consecuencias con lo que uno hace. Elegí Plata quemada porque era un desafío actoral. Un espectador me dijo “lo más importante es que hay dos hombres que se están amando, se están besando y no hay ninguna incomodidad”. Ese fue el mejor elogio recibido.

Errante corazón se exhibe por HBO MAX. Y el viernes 12 y el sábado 13 se poyecta en el Centro Cultural San Martín.