Desde el instante en que se conocieron los resultados de las PASO, hace dos meses, comenzaron a arreciar los tradicionales diagnósticos que vaticinan la muerte del kirchnerismo. Ese crudo deseo, disfrazado de análisis político, se multiplicó el domingo pasado durante las tres horas de intensa ansiedad que transcurren entre el cierre de las mesas y la publicación de los primeros datos oficiales. Una vez más la realidad se encargó de poner las cosas en su lugar, y como dice la Murguita del sur “es un muerto que no para de nacer”. La historia registra que estos deseos viven una frustración recurrente.

El 13 de octubre de 1945 Perón fue detenido y trasladado a la Isla Martín García. Los diarios publicaron editoriales aseverando que “el hombre está acabado”. Él mismo le escribe a Evita imaginando una vida en el sur. En las fábricas los capataces les vociferan a los trabajadores “ahora se terminó la joda”. Solo cuatro días después estalló el 17 de octubre.

Diez años después, los perpetradores del golpe de Estado de 1955 volvieron a proclamar la muerte del peronismo. Prohibieron siquiera mencionarlo, persiguieron a todo aquel o aquello que pudiera recordarlo, echaron sal sobre la tierra peronista y hasta lúcidos y sesudos investigadores académicos, como Gino Germani, concluyeron que fuera del poder el movimiento peronista no tenía forma de sobrevivir.

En 1964, el líder quiso volver desde España pero no le permitieron llegar y se tuvo que volver. Eso alimentó las ilusiones de Augusto Timoteo Vandor, el jefe de los metalúrgicos, de crear un peronismo sin Perón. En 1965 María Estela Martínez, “Isabel”, viajó a la Argentina como delegada personal de Perón para hacer frente al desafío. En las elecciones de Mendoza de 1966, Vandor apoyó a Serú García como candidato del peronismo, mientras que Isabel trajo el mensaje de Perón de adhesión al candidato “leal”, Corvalán Nanclares. Esta división permitió que terminara ganando Jofré, candidato del Partido Demócrata, mientras la alianza de los partidos neoperonistas terminó en cuarto lugar. Perón ratificó su liderazgo y su vigencia.

El 17 de noviembre de 1972, el general volvió a la Argentina tras más de 17 años de exilio. El peronismo recuerda esta fecha como un símbolo de la resistencia y la militancia fortalecida por casi 20 años de proscripción: "A pesar de mis años, un mandato interior de mi conciencia me impulsa a tomar la decisión de volver, con la mejor buena voluntad, sin rencores que en mí no han sido habituales y con la firme decisión de servir, si ello es posible", escribió en una solicitada publicada el 7 de noviembre de ese año.

Ese día, en la que es considerada una de las movilizaciones más grandes de la historia argentina, una marea humana se movilizó para recibir a su líder. Bajo la lluvia, se lanzó a las calles para intentar llegar a Ezeiza. Esa militancia mantuvo con vida lo que tantas veces se creyó terminado. Con una épica casi irrepetible y empujado por una multitud, Perón volvió primero al poder y después al gobierno. Pero esa alegría duró poco.

El 1 de julio de 1974 murió Juan Domingo Perón después de una larga enfermedad, e inmediatamente dieron por muerto a todo el peronismo. La extremaunción llegó desde un multicoral conjunto de sectores que apenas podían disimular su entusiasmo. Su viuda no tenía el don carismático para tomar el liderazgo, ni la convicción política. El general había dicho que su único heredero era el pueblo, y eso, era tan poético como poco práctico. Las internas se desataron en una Argentina en ebullición y parecía que esta vez sí llegaba el final.

El Golpe de 1976 no hizo más que agudizar la convicción y la acción para que el capítulo peronista de la historia argentina tenga un punto final. Son innumerables los artículos, editoriales, ensayos y tesis que dieron por muerto al peronismo. Incluso hubo un Almirante que se pensó a si mismo como el heredero. Fueron muchos los que se miraban al espejo y veían a Perón.

En 1983, el anuncio del regreso de la democracia y la convocatoria a elecciones pareció desmentir estos presagios. Se afiliaron al Partido Justicialista más de dos millones y medio de personas y los actos de campaña eran multitudinarios. Pero tras el triunfo de Raúl Alfonsín volvieron los agoreros. Recorrer los diarios de esa época es un sinfín de anuncios funerarios.

El triunfo justicialista de 1989 y la llegada de Carlos Menem al poder tuvieron un efecto paradójico: el peronismo volvía al gobierno, pero ahora en su versión neoliberal y privatizadora. Se vino el abrazo con Isaac Rojas y el mismo Menem respondía a toda crítica “se quedaron en el 45”. La derecha festejaba este nuevo peronismo capital friendly.

Pero la historia argentina siempre tiene una sorpresa más para dar. La crisis del 2001 dejó al pueblo argentino cayendo en el abismo. De esas jornadas de dolor renació un peronismo con épica transformadora y desafiante con el liderazgo de Néstor y Cristina Kirchner. Se abrió una etapa que pareció decir “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Y al mismo tiempo que nacía el kirchnerismo aparecieron los mil anuncios de su muerte.

En el año 2008 el desenlace no positivo del enfrentamiento con las patronales del campo, en la derrota en las legislativas de 2009. En 2010, el mismísimo día de la muerte de Kirchner se le presentó un pliego de condiciones y de rendición a CFK. Da escalofríos leer el tono, entre festivo y feroz, con el que se daba por muerto el ciclo iniciado en 2003. El triunfo presidencial en 2011, con el 54 por ciento de los votos, aplacó eso pronósticos, pero volvieron con fuerza tras el triunfo de Sergio Massa en las legislativas de 2013.

Todos pueden recordar la orgía mediática antikirchnerista que se desató en 2015 tras el triunfo de Macri desde muchos rincones del arco político. “No vuelven más” era la frase sintetizadora.

Sin embargo, en el día de la militancia, y a tres días de las elecciones, la evidencia indica que “otra vez ha fracasado el funeral”.