En un mundo hiperconectado, donde conviven eventos globales y ministerios de la soledad, los símbolos nacionales funcionan como talismán para los migrantes. Comidas típicas, fechas patrias, canciones significativas y deportes nacionales, permiten a quienes tuvieron que abandonar sus países sentirse acompañados. Fue esta nostalgia cotidiana lo que, hace tres años, impulsó a Yulesky Suarez, venezolana residente en Argentina, a lanzar la convocatoria para formar el primer equipo de kickingball local. “Al principio surgió como una propuesta espontánea entre amigas, pero cuando vimos la buena repercusión, decidimos armar una estructura formal para incentivarlo y que sea reconocido como deporte”, cuenta la profesora de educación física que desde 2019 entrena en la Ciudad de Buenos Aires.

El kickingball es un deporte femenino que llegó de EEUU a Venezuela en 1965, de la mano de una profesora de educación física que comenzó a enseñarlo de manera recreativa en las escuelas. En términos formales se basa en una mezcla entre fútbol y béisbol, en la cual las jugadoras deben correr pateando la pelota alrededor de las bases marcadas en las diagonales de la cancha. Cuando se completa el recorrido se cuenta una carrera, ganando el equipo que consigue anotar la mayor cantidad posible. Si bien conserva la terminología del béisbol, prescinde de los elementos, lo que lo hace más accesible económicamente. Actualmente en los colegios venezolanos se sigue practicando de manera mixta, pero a nivel federado solo existen equipos de mujeres.

“Nuestra idea era que más personas lo conozcan, para eso en primera instancia armamos cuatro equipos y comenzamos a entrenar en diferentes partes de la ciudad, como Palermo, Parque Sarmiento o Villa Urquiza. En un momento, nos dimos cuenta de que cuando la gente se acercaba y le decíamos que era similar al béisbol, tampoco entendían. Ahí decidimos que había que ir más profundo, hacer cursos para entrenadores, árbitros y pensar cómo insertarlo en los colegios”, asegura la ex basquetbolista. “Queremos tomar la pasión que ya existe en Argentina por el deporte y potenciarla”.

Con la masificación de las migraciones venezolanas, el kickingball ha ido expandiéndose por diferentes partes del mundo, cobrando relevancia. En Chile ya es un deporte federado y también ha cobrado potencia en España. En nuestro país es reconocido como deporte, aunque aún no es posible federarse, algo en lo que se está trabajando con el apoyo de la Federación Internacional de Kickinball. En este momento, a los cuatro equipos originales (Guerreras, Cobras, Jacarandás y Vikingas), se sumaron dos más (Fénix y Roraima) y uno en La Plata (Artemisas). Asimismo, el mes pasado las jóvenes realizaron un campeonato amistoso al que invitaron a sus pares de Uruguay.

“Es un deporte muy amigable y suele aceptar a personas que vienen de otras disciplinas. Para las niñas también representa una alternativa porque no es necesario tener alguna habilidad específica. Ya sea femenino o mixto, cualquiera puede jugarlo”, asevera Suarez, mientras comenta que la buena recepción ha llevado a que hermanos, amigos y parejas varones pasen de ser meros espectadores a formarse como árbitros o entrenadores.

“Mi relación con el kickingball tiene dos etapas”, cuenta Osmelly Quiñones, otra de las integrantes de Kickingball Argentina. “Una en Venezuela, cuando me ayudaba a conectarme con mi cuerpo haciendo deporte, y otra acá, cuando se convirtió en el nexo con otros compatriotas. El juego pasó a ser un punto de encuentro con paisanos y amistades venezolanas, un momento de distracción, de drenar todas las tensiones y el estrés que significa ser migrante. Más allá de las cosas que se pueden conseguir a nivel deportivo, jugar kickingball nos ayudó a todos a adaptarnos y a estar rodeados de personas del mismo país, con las mismas dificultades. Es nuestro break, un espacio para distraerse y compartir que te trae ese pedacito de tu patria”.

En la misma sintonía, Yulesky aclara: “Muchas de nosotras emigramos solas y a través del kickingball creamos una red de amistades, compañías y afectos. En general trabajamos de lunes a sábados, full time, algunas incluso son profesionales que no pueden ejercer. El encuentro del domingo es el único momento donde dejamos de pensar en que tenemos que pagar las deudas, encargarnos de nuestros hijos o hacer las tareas del hogar. Si bien muchas llevábamos años en Argentina, fue este deporte lo que nos hizo sentir como en casa”.

Qué representa haber creado un espacio de empoderamiento femenino, consultó Pibas con Pelotas a sus entrevistadas. “Significa un espacio ganado. En Venezuela al principio a nosotras nos daban solo un ratito del campo de béisbol, pero en cuanto demostramos el nivel y sostuvimos la competencia, fuimos avanzando en el reconocimiento y logramos obtener campos exclusivos de kickingball. Para nosotras representa ser reconocidas y tener libertad. La cantidad de mujeres y niñas que incorpora es fascinante”.

A pesar de las dificultades que representó la pandemia, y los obstáculos para quienes viven el desarraigo, el fervor por el kickingball no frena. Por eso, para concluir, Suarez reflexiona: “Como sucedió en los diferentes lugares, en Argentina el kickingball debió adaptarse a las posibilidades: tuvimos que recurrir a otro tipo de pelota y utilizar las cancha de fútbol en vez de las de béisbol. Sin embargo, la esencia pervive. Eso es una metáfora de la realidad de los migrantes”.

Para conocer más sobre el deporte, podés seguir a @kickingball_argentina en Instagram.

*Dalia Cybel.