Tenemos una única chance evolutiva para sobrevivir, jugándonos nuestro futuro a la marchanta. Y esa chance no debe ser desperdiciada, aunque la reciente COP26 parece haber sido una decepción. Pero se vislumbra esperanza en la intervención revitalizadora de jóvenes, como la de Greta Thunberg .
Así como Copérnico sacó a la tierra del centro del universo, Darwin y la ecología sacaron al hombre del centro de la biodiversidad; somos una parte constitutiva e inseparable del entorno biológico y físico del planeta tierra. No somos una peculiaridad, que no tenemos una esencia diferente con el resto de la vida en la tierra. Somos Gaia, somos parte de un mega-organismo vivo.
Juval Harari nos dice, con la contundencia que lo caracteriza, que la ciencia venció al hambre. La revolución tecnológica reciente aumentó los rindes de las cosechas y optimizó la ganadería intensiva. Hoy producimos mucho más de lo que necesita la humanidad entera para alimentarse; el hambre no debería existir. Nos quedan otros problemas, como el de la distribución de esta abundancia; pero es un problema más político y económico que productivo. Es tan desigual la distribución, que en muchos países la abundancia se ha transformado en un problema (tanto que la obesidad pasó a ser una pandemia no contagiosa), mientras que en otros la desnutrición, sobre todo la infantil, es endémica y condena a inocentes.
Cambiar o morir, ese es el dilema
Podemos cambiar el clima y el paisaje, extinguir especies, poluir mares y la atmósfera, pero la vida es resiliente y seguramente va a continuar, con o sin nosotros. La diversidad y la variación son requisitos fundamentales en el juego de la evolución. Y posiblemente la humanidad perderá la batalla pese a nuestras extraordinarias capacidades.
La población humana ronda los 7.900 millones de personas. La enorme biomasa y densidad, tanto de la humanidad como la de los cultivos y el ganado, la globalización y comunicación internacional de mercadería y personas, el cambio climático antrópico, la expoliación de recursos renovables y no renovables, y otros muchos pecados de la humanidad, crean un escenario ideal para el colapso. Será por la aparición de nuevas enfermedades, o será por el irreversible cambio climático al que nos enfrentamos. De lo que estamos seguros es que será.
El entramado humano es tan apretado que ya no somos un conjunto de individuos, ni un conjunto de tribus o sociedades independientes, sino que somos un organismo único, global. Alcanzamos un nuevo grado evolutivo, el de superorganismo. Sólo había sido alcanzado antes por los insectos sociales como las termitas, abejas y hormigas. Somos completamente dependientes de otros para todos los aspectos de nuestra vida, desde la alimentación, producción de energía, salud, etc. Pero también el superorganismo humano logró cosas que serían impensadas si fuésemos individuos inconexos. Hay propiedades emergentes del superorganismo que recién estamos descubriendo y que, por cierto, no sabemos manejar.
El superorganismo humano globalizado es solo uno y tenemos un único billete en la lotería evolutiva. ¡Sólo una chance! No la arruinemos. La única esperanza para no autoinmolarnos es reconciliarnos con el medioambiente. Y retroceder un paso (o varios) de esta vorágine capitalista.
La urgencia de la pandemia hizo que algo tan importante, como el cambio climático, pase a segundo plano. En agosto de este año, el IPCC publicó un lapidario informe sobre la situación del cambio climático en el mundo. Fue una fuerte bofetada para prepararnos para la COP26, pero pasó casi desapercibida.
No es el conocimiento los que nos hace cambiar, es la emoción. Es por eso la importancia de la irrupción de Greta Thunberg, en estos últimos años, como agente de cambio. Nos ha golpeado en el estómago con emoción en la Cumbre de Acción Climática de la ONU: Nos ha acusado (¡how dare you!... You are failing us) y nos ha amenazado (we will be watching you… we will never forgive you). Y con razón. Ojalá estemos a tiempo de cambiar.
La COP26, pero por el trasero
La decepcionante COP26 parece haber quedado en un listado de esperanzas. Y evidenció cuán lejos estamos del acuerdo de París, allá lejos, en el 2015. Los casi 200 países firmantes, luego de arduos debates, llegaron a un listado de meros deseos.
La cumbre no es legalmente vinculante (solo un puñado de países legalizarán estos acuerdos). Todo queda en “un llamado a…”, librado a la buena voluntad individual de las naciones. No hay definición de cómo se va a financiar estas medidas, y los países ricos miran para otro lado. No hay compromisos de acción inmediata, hay “promesas” de frenar la deforestación, hay un tibio programa para reducir la emisión de metano (pero que los grandes emisores, como China, Rusia e India, no adhirieron).
Todo esto lo resume Greta Thunberg, que pidió que no haya más "bla-bla-bla". Ella representa a una joven generación en ebullición que está reaccionando. Infructuosamente Boris Johnson, el primer ministro británico, intentó apropiarse de la frase de la Thumberg, pero solo fue para quedar en mayor evidencia. Además, ella ya había cantado, a viva voz, que se metan la crisis climática en el culo (you can shove your climate crisis up your arse!).
Así, con todas las palabras, con toda la irreverencia y desparpajo, con toda la voz y la potencia de la juventud. Greta: ¡eres nuestra voz!
* Doctor en Ciencias Biológicas – Docente de la Universidad Nacional de Tucumán [email protected]